Los brutales feminicidios que de manera constante vemos en México en los últimos tiempos deben alertarnos sobre el trasfondo que tienen en común, la sexualidad, o el ejercicio reprimido de ella de manera más particular.
Por Jaime López Vela
Regeneración, 14 noviembre 2017.- Harwey Weinstein ha colocado la problemática de la violencia de género a nivel mundial, las múltiples acusaciones contra el productor de Hollywood por acoso sexual han generado una ola, una cascada de acusaciones que involucran a hombres de poder contra mujeres y hombres que han tenido que soportar estas conductas lascivas con tal de no perder su posición o su carrera.
Esas denuncias y los brutales feminicidios que de manera constante vemos en México en los últimos tiempos deben alertarnos sobre el trasfondo que tienen en común, la sexualidad, o el ejercicio reprimido de ella de manera más particular. Cierto es que en las sociedades más industrializadas en Estados Unidos y Europa desde donde se han producido estas incriminaciones, el control de la sexualidad le ha sido explotado a las religiones en gran medida, a partir del avance del conocimiento científico sobre la sexualidad y el uso de tecnologías como el internet y las redes sociales y por ello no se vive con el mismo nivel de culpabilidad que aquí, además de contar con leyes que se respetan y se hacen valer.
En México la realidad es distinta, estamos ante una sociedad que permite la intromisión de jerarcas y ministros de culto religioso en la vida pública y política, quienes imponen su mirada culposa sobre el ejercicio de la sexualidad placentera y que sólo admiten su ejercicio con fines de procreación. Esta visión trasciende mientras el Estado se niega a poner un alto a esta doble moral, aun cuando sabe que las prácticas sexuales de su población son otras, ahí están los altos índices de embarazos no planeados en adolescentes, así como de infecciones de transmisión sexual como el VIH/SIDA como un claro ejemplo de ello.
En este contexto las mujeres se encuentran más desprotegidas, ya en 1999 Víctor Ronquillo daba cuenta en una investigación periodística de al menos 200 mujeres asesinadas en una su obra “Las muertas de Juárez” calificando a la ciudad fronteriza como una estación del infierno, sin embargo, a pesar de esta denuncia las autoridades no actuaron con la celeridad y prontitud para esclarecer los hechos e impartir justicia, por el contrario se invisibilizó y minimizó el problema, las consecuencias están a la vista. Mientras que durante parte del periodo de gobierno de Felipe Calderón (2007-2009) se registraron 4 mil 433 homicidios, bajo el gobierno de Enrique Peña Nieto (2013-2015) sumen 6 mil 488, lo que denota una clara ausencia del Estado para dictar políticas públicas que pongan fin al problema.
A ello se suma la actitud de los agresores y la culpabilidad religiosa sobre la sexualidad instalada en la moral pública, pareciera llevarlos a sostener relaciones con las agredidas, a quienes la cultura machista predominante las trata como objetos, y en virtud de verse expuestos al linchamiento social por su conducta infiel prefieren terminar con la vida de ellas impunemente, con odio, por provocar placeres desenfrenados, para esconder su pecado, actuando impunemente y sabedores de la omisión y complicidad de las autoridades que perpetúan la ausencia del Estado de Derecho que ponga fin a estos hechos ignominiosos.
En tanto no exista una mayor educación de la sexualidad que en nuestro contexto explique y dé salida a las cargas emocionales que produce su libre ejercicio, para revertir la culpabilidad sobre el aspecto placentero de la sexualidad y se expropie a las iglesias y ministros de culto el control sobre las relaciones sexuales con la participación del Estado, en el marco del carácter laico del Estado Mexicano, al tiempo de restituir el Estado de Derecho, seguiremos viendo los feminicidios que nos enlutan todos los días.