Miguel Martín Felipe
Regeneración Mx, 13 de diciembre de 2021.- Ya hemos hablado en estos espacios de una oposición de derecha que hace gala de su chovinismo envolviéndose en la bandera tricolor a la hora de atacar al presidente, pero que también se envuelve en banderas tan peligrosas como el clasismo y el racismo para denostar a quienes consideran “chairos”. Sin embargo, todo esto se circunscribe al guion de la política mexicana hegemónica, que de las últimas dos décadas para acá, se ha vuelto corporativista a más no poder.
Desde otras latitudes han permeado poco a poco influencias que pretenden, al menos en el papel, abandonar los cánones de la política y sumirnos en una dinámica supuestamente innovadora y a la vez proveedora de todas las respuestas a las inquietudes sociales.
La antipolítica no es algo nuevo. De hecho, su antecedente más antiguo viene del siglo XIX en Europa, donde algunos grupos organizados de revolucionarios retomaron las ideas de Mijaíl Bakunin y Pierre-Joseph Proudhon, a partir de las cuales afianzaron que cualquier Estado sería dominado inevitablemente por una élite política y económica, por lo que, en un cierto alarde de nihilismo, se rechazaba a priori la utilidad del Estado y de sus instituciones, al tiempo que se despreciaba la democracia por considerarla una farsa que finalmente llevaba solo a beneficiar a las élites.
Como un antecedente más de los antipolíticos, de los cuales, muchos de ellos se dicen “liberales”, tenemos la revolución francesa (finales del siglo XVIII), cuyo principal objetivo y legado fue acotar a la iglesia y eliminar a la monarquía para instaurar una genuina democracia. El neoliberalismo (años 70) actualizó esta visión y convirtió al Estado en objeto de otra suerte de revolución tendiente a reducirlo a su mínima expresión en favor de la libre empresa.
La antipolítica actual se basa en que la política como la conocemos es algo obsoleto e ineficiente. Las figuras autodenominadas como liberales dominan la red esparciendo el mensaje de que la clase política, pero en especial la de izquierda, es algo que debiera desaparecer de una sociedad que se precie de ser inteligente, lo que sea que eso signifique. Es así como figuras prediseñadas a través de la academia y promocionadas a través del marketing de redes sociales pretenden erigirse en nuevos teóricos que no paran de citar a toda una caterva que va desde Maquiavelo o John Locke hasta Milton Friedman o incluso a Gene Sharp, teórico y artífice de golpes blandos en países del tercer mundo, muy seguido por Gilberto Lozano, el principal representante de la ultraderecha corporativista mexicana. Nicolás Márquez, Agustín Laje, Gloria Álvarez y Javier Milei, a fin de cuentas, forman parte del mismo entramado. La muestra está en la reciente elección de este último como diputado en Argentina.
Y es que realmente no hay otra vía que no sea la propia política para implantar un gobierno, sin importar su ideología, incluso si esta aberra del sistema, sus procesos y rituales. El target de los antipolíticos es el sector menos politizado de la sociedad, donde la industria cultural se ha encargado de inyectar, como lo hizo ver el comunicólogo Laswell en su teoría de la aguja hipodérmica, el mantra de que “todos los políticos son iguales” y que hace falta alguien “fresco” como Samuel García, “valiente” como Lilly Téllez, “preparado”como Ricardo Anaya o “sofisticado” como Gabriel Quadri. Sí, el nivel es sumamente bajo. Los que se acercan a Laje y compañía en México no dejan de ser entertainers mediáticos.
Sin embargo, no nos debemos confiar. Se libra a diario una importante batalla de las ideas. Siempre debemos de estar a la altura para lograr un cambio profundo que implica una nueva sociedad despierta y muy atenta para rechazar a los embaucadores.
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