El razonamiento no era del todo descabellado pues la ausencia física de Chávez sí que se ha hecho sentir, y mucho, no sólo en Venezuela, sino a escala regional y mundial. De él dijo Fidel Castro que Cuba había perdido a su mejor amigo y añadió: ni siquiera él mismo sospechaba cuán grande era.
Lo que no tienen en cuenta el imperialismo y la contrarrevolución es la capacidad del chavismo para sobreponerse, el acumulado de conciencia política sembrado por su líder en ese peculiar colectivo humano, ni la lealtad y estrecha unidad con que ha respondido a este desafío la dirección político-militar de la revolución con el presidente Nicolás Maduro al frente.
El ataque contra el bastión revolucionario venezolano está utilizando este año una táctica que Maduro ha calificado de manera muy gráfica como de golpe permanente. Este se desarrolla desde el 12 de febrero y parte de la base de la conocida teoría imperialista del dominó, según la cual al tumbar una ficha todas las demás caen en cascada. El intento de llevar a un golpe militar ese día fracasó estrepitosamente pero sus componentes de guerra mediática y económica se han intensificado.
Y es que Washington y la contrarrevolución no renuncian a destruir la revolución bolivariana y con ello lograr el desmantelamiento de la arquitectura de unidad e integración latino-caribeña, comenzando por el ALBA, lo cual supondría el derrocamiento de los gobiernos que lo integran.
Lógicamente, una operación de esa magnitud exige desprestigiar a Maduro en su calidad de cabeza de la Revolución. De allí que se cuentan por miles las horas y las palabras que diariamente son dedicadas por el ejército mediático neoliberal a mentir descaradamente sobre la presunta incapacidad y carácter dictatorial del mandatario venezolano.
Se busca preparar las conciencias de millones de personas que integran las audiencias cautivas de esas fábricas de mentiras no sólo para aceptar el golpe de Estado en Venezuela, sino incluso para desearlo ante los desmanes y abusos que se le achacan al presidente y a los miembros de su administración.
Irónicamente, este plan lo genera el gobierno del país que más guerras de agresión, muertos y mutilados ha ocasionado desde mediados del siglo XIX, cuando arrebató a México la mitad de su territorio, donde el presidente ordena el espionaje masivo de sus gobernados y ha decidido desde hace años el asesinato de cientos de personas por sus drones y grupos de operaciones especiales, donde hay millones de niños viviendo en la pobreza, la desigualdad social llega ya a los niveles previos a la gran depresión de 1929 y la policía asesina impunemente a negros o latinos cada vez con más frecuencia.
Con la guerra sicológica se pretende justificar el mayor de los crímenes. Pues no hay nada más criminal que arrebatar a un pueblo la soberanía, la democracia participativa y protagónica y las conquistas sociales, como las alcanzadas por Venezuela bajo la dirección de Chávez y continuadas por Maduro bajo el ataque incesante de la contrarrevolución.
Además de sus logros sociales colosales en 16 años de chavismo, Venezuela se ha caracterizado por la solidaridad con los pueblos de América Latina y el Caribe y del mundo entero.
No es extraño que haya recibido el apoyo del Caricom, la Celac y Unasur frente a los aprestos golpistas.
He ahí la explicación de la despiadada guerra económica contra los venezolanos. Es un mal ejemplo que el imperialismo y las oligarquías no pueden tolerar por más tiempo. Pero la guerra económica se acentúa ahora aún más aprovechando la baja de los precios del petróleo para provocar desasosiego y desesperación en la ciudadanía que conduzca a la pérdida de fe en la revolución.
La guerra mediática y económica forman parte de lo que se ha dado en llamar golpe suave
, del cual aquí encontramos una explicación sintética, que nos recuerda lo ocurrido en situaciones tan diferentes como Ucrania y Libia. Sólo que en Ucrania y Libia no había nada parecido al chavismo.
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