La biología como gobierno

Por: Álvaro González Molinero (biólogo) | Diagonal Periódico  

El resurgimiento de los discursos sobre la «desigualdad natural» y el determinismo está relacionado con el retroceso político y el aumento de las desigualdades.

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Regeneración, 7 de abril 2014.-«El hombre es desigual biológicamente, nadie duda hoy que se heredan los caracteres físicos como la estatura, color de piel… y también el cociente intelectual. La igualdad biológica no es pues posible. Pero tampoco lo es la igualdad social: no es posible la igualdad del poder político, tampoco la de la autoridad, o de la actividad, o la del premio, o la de oportunidades, ni si quiera la económica. […] Demostrada de forma indiscutible que la naturaleza, que es jerárquica, engendra hombres desiguales, no tratemos de explotar la envidia y el resentimiento para asentar tan negativas pulsiones la dictadura igualitaria. […] La igualdad implica siempre despotismo y la desigualdad es fruto de la libertad». No, no me estoy alucinando. El más avispado rápidamente reconocerá la pluma y asomará en su mente un nombre; y reirá por no llorar. Para aquellos que todavía no lo tengan claro, decirles que estas palabras fueron escritas por Mariano Rajoy el 24 de julio de 1984 en el “Faro de Vigo” al realizar una crítica “cualificada” de una obra titulada “la envidia igualitaria”. Ahora comprendemos mejor lo que está ocurriendo, ¿verdad? Stephen Jay Gould denomina a estos momentos actuales en los que vivimos como “momentos de retroceso político” y escribía en 1996: “los resurgimientos del determinismo biológico se correlacionan con episodios de retroceso político, en especial con las campañas para reducir el del Estado en los programas sociales, o a veces con el temor de las clases dominantes, cuando los grupos desfavorecidos siembran cierta intranquilidad social o incluso amenazan con usurpar el poder”. Hay abundantes escritos sobre la relación entre la ciencia, en este caso el determinismo biológico que cita Gould, y que podemos leer y sentir en nuestro presidente, y la legitimación del poder. Por ejemplo, el historiador de la ciencia aragonés Mariano Hormigón y el ruso Sergey Kara-Murza, en 1990, escribían que “cualquier régimen político que pretenda lograr la más mínima estabilidad precisa demostrar su legitimidad, su correspondencia con ‘el orden natural de las cosas’, utilizando argumentos que sean convincentes para una parte de la población suficientemente grande”.

Gould identifica tres “momentos de retroceso político” en la reciente historia de EE.UU. que, por añadidura, podríamos situarlos en un contexto también global; a saber, el crac de 1929 donde las tesis del determinismo biológico triunfan en EE.UU, Alemania y Gran Bretaña, la década de los 70, donde se implementan los programas neoliberales y, (y este exclusivo de EE.UU) un tercer momento en la década de los 90. La historia va demandando incorporar un cuarto “momento de retroceso político”.

Creo, firmemente, que existe una dimensión que, pese a estar considerada en los debates actuales sobre las hipótesis que mejor explican la situación actual, no se le ha dado la importancia que tiene: el odio de clase; de aquellos que poseen cantidades ingentes de dinero, propiedad y poder, frente a los que todos los días batallamos con la vida. Nos hacemos un flaco favor si no entendemos bien esta perspectiva; si no entendemos que los que actualmente ostentan el poder no sienten ningún tipo de empatía frente a un desahucio, frente a un suicidio, frente al drama del paro, frente a las muertes en las fronteras del “paraíso”. ¡No sienten nada! No hay otra explicación posible a frases como “¡Que se jodan!” pronunciada por Andrea Fabra, diputada del PP e hija de Carlos Fabra, durante la convalidación del decreto que incrementaba las condiciones para acceder a la prestación por desempleo. Qué otra cosa que el racismo, la sensación de superioridad y el odio al pobre pueden llevar a decir al directivo de la multinacional Bayer, Marijn Dekkers, “No creamos este medicamento para los indios, sino para los occidentales que pueden pagarlo”. Esta frase contiene, condensada en ella, toda la lucha que deberemos de librar durante las próximas décadas: neo-imperialismo, los derechos de propiedad intelectual y el monopolio del conocimiento que suponen, la desigualdad social, la privatización de la sanidad (“occidentales que puedan pagarlos”), etc.

En una situación, que el politólogo Robert Jessop define como una transición del “Estado de bienestar keynesiano” al “Estado competitivo Schumpeteriano o Estado trabajista”, y que un mortal denominaría “retorno al esclavismo”, cabe dotar al proceso de una justificación, y esta no va ser otra que el “determinismo biológico”. La propia reforma de educación planteada por el ministro Wert encaja como anillo al dedo en este marco conceptual. Según lo que se conoce hasta ahora, los institutos pasarán a financiarse dependiendo del rendimiento escolar de los alumnos. Aquellos institutos con menores notas, recibirán menor presupuesto. ¿Alguien duda en que barrios se situaran estos institutos? Para ellos es la “envidia de la igualdad”, para nosotros es “un sueño de igualdad”.

Un fantasma recorre el mundo, es bigotudo y se esconde tras trajes, dinero, poder y corbatas.