«Si es que Morena gana, se levantará la moral de gran parte del pueblo mexicano que lleva décadas soñando con un cambio. Se despertarán esperanzas dentro y fuera de México».
11 de junio del 2018.-El próximo 1 de julio serán las elecciones presidenciales en México. Todo parece indicar que Andres Manuel López Obrador (AMLO) va a obtener la victoria. El candidato de la coalición «juntos haremos hitoria» (Morena-Partido Encuentro Social y Partido del Trabajo) tiene más del 50% de intención de votos según diferentes encuestas. Tiene una cómoda ventaja de casi 20% sobre su seguidor más cercano, Ricardo Anaya, que representa a la alianza PAN-PRD. En un tercer lugar está José Antonio Meade del PRI, quien apenas tiene 20% de la intención por el voto aproximadamente. Jaime Rodríguez Calderón (el «Bronco»), candidato independiente, tiene cerca de 3% en las encuestas. En lo que va de las campañas AMLO ha ido subiendo en las encuestas. Esta vez no ha cometido errores de discurso, se ha mostrado muy pacífico y la llamada «guerra sucia» contra él, una campaña mediática contra él que busca ligarlo a Hugo Chávez, al populismo, la revolución bolivariana, a Trump y a los intereses geopolíticos rusos simplemente no ha generado ningún efecto entre los votantes.
Si López Obrador gana la presidencia sería algo histórico. No sólo porque sería el primer presidente identificado con la izquierda en llegar a la presidencia de México desde los tiempos de Lázaro Cárdenas, que gobernó de 1934 a 1940. Sino porque mostraría que esta vez la voluntad popular mayoritaria se va a imponer en un país que tiene débiles instituciones democráticas. Ahora las élites tienen muy difícil el contexto para imponer un fraude, porque ahora, el escenario es muy distinto a 2006: escasa diferencia en las encuestas entre AMLO y Felipe Calderón, una guerra sucia que surtía efectos, una élite unificada en contra de él, un poder mediático muy fuerte de las televisoras etc. Ahora ninguno de esas condiciones se da.
Pero hay más. La posible victoria del tercer intento de AMLO por llegar a la presidencia se da en un contexto de agotamiento de las instituciones y los discursos neoliberales. En el tema institucional, queda claro que hay un gran desgaste porque estas son incapaces de evitar la corrupción, la inseguridad y la violación de los derechos humanos. Con el regreso de Enrique Peña Nieto la corrupción se desató a niveles escandalosos. Casos de corrupción que ocurrieron en este sexenio son la «estafa maestra», Odebrecht, la «casa blanca», el saqueo de Javier Duarte de las arcas del Estado de Veracruz, entre otros (como las dos fugas de Joaquín el Chapo Guzman). La inseguridad no disminuyó. Al contrario, se incrementó, a tal punto que este sexenio fue uno de los más violentos en la historia reciente del país (cerca de 90 mil asesinados, el secuestro y la extorsión también han aumentado). La violencia se desató por todo el país. De las 10 primeras ciudades más peligrosas del mundo, 5 son mexicanas (Los cabos, Acapulco, Tijuana, La Paz y Ciudad Victoria). Sobre la violación de los derechos humanos tenemos casos como la desaparición forzada como los 43 de Ayotzinapa, el asesinato de periodistas (como los de la colonia Narvarte de la Ciudad de México) y los feminicidios (de 2007 a 2016 han muerto 22 mil 482 mujeres, según el INEGI).
Hay un gran malestar social que se ha alimentado además por la falta de crecimiento económico, disminución de la pobreza y por los crecientes «gasolinazos» que han ido encareciendo los precios de los bienes de la canasta básica. En ese contexto la campaña sucia contra AMLO ya no funciona, pues la gente ya no se impresiona por lo que ocurre en Venezuela, pues en algunos aspectos México está igual o peor que ese país. La narrativa neoliberal antipopulista ya no se reproduce tan fácilmente porque la gente identifica en México lo mismo que se critica en Venezuela: gobiernos autoritarios (acá han reprimido de manera brutal a movimientos sociales como a los maestros de la CNTE y estudiantes de las normas rurales).El manejo de las finanzas públicas ha sido irresponsable (la corrupción de los políticos es enorme), se han aplicado políticas económicas ineficaces (no han impulsado el crecimiento económico), hay inflación (por los gasolinazos), hay violencia (ahora mismo la ciudad más violenta del mundo es Los Cabos en Baja California Sur, por encima de Caracas). Incluso en México hemos tenido saqueos. En 2017 se organizaron saqueos a supermercados en diferentes partes del país.
Y por si fuera poco, el contexto económico internacional es adverso a las élites neoliberales. En particular la victoria de Donald Trump ha puesto de manifiesto el carácter caduco del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Ese presidente ha humillado a los mexicanos y ahora amenaza con construir un muro que tiene una importancia simbólica para su gobierno, más que ser una via eficaz para evitar los flujos migratorios. El «libre mercado» ya no tiene el prestigio que tuvo en la década de los noventa, y ahora vemos más prácticas proteccionistas en diversas partes del mundo.
Poco a poco se ha ido dando un proceso de agotamiento del régimen socioinstitucional neoliberal en México. El hartazgo ahora es generalizado. Aunque en algunos lugares se expresa de manera más cruda que en otros. Tales son los casos de la formación de grupos de autodefensa y policia comunitaria que hacen lo que el gobierno no puede: protegerlos de la depredación del crimen organizado.
En este contexto México enfrenta un creciente desgaste que puede convertirse en lo que Antonio Gramsci llama «crisis orgánica del régimen», pues el hartazgo de la gente puede minar la «dominación por consentimiento» que hace posible la estabilidad del gobierno. Pero el tema es muy delicado, porque incluso en varios lugares del país el gobierno ha perdido lo que Max Weber llama «el monopolio del uso legítimo de la violencia». La gobernabilidad en México es débil, por lo que no es descabellado hablar de un estado fallido.
Es en este contexto nacional e internacional de crisis orgánica del régimen neoliberal en el cual hay que comprender la emergencia del liderazgo de AMLO.
Pero cabe preguntar: ¿Exactamente qué está liderando AMLO? Se trata de un bloque interclasista que va desde multimillonarios que son parte de la lista de Forbes de los hombres más ricos (como Ricardo Salinas Pliego, dueño de Tv Azteca), grandes líderes sindicales charros (como Napoleón Gómez Urrutia), líderes sociales como Nestora Salgado (ex-presa política, comandante de la policia comunitaria), políticos que tienen un pasado ultra-reaccionario (como Manuel Espino, miembro del anticomunista yunque), así como intelectuales ligados a la izquierda bolivariana (como Paco Ignacio Taibo II entre otros). Así como jóvenes de escuelas de élite que participaron en yosoy132 (como Antonio Attolini). El apoyo popular de AMLO es muy amplio. Va desde las llamadas clases medias hasta miembros de la clase trabajadora. Ahora todo mundo es «obradorista». Incluso el propietario de Televisa, Emilio Azcarraga, se dice ahora muy cercano de AMLO.
¿Cómo es posible que en un mismo partido y en un mismo bloque social haya uniones políticas que en otros contextos históricos serían imposibles? La respuesta parte de un concepto fundamental de Antonio Gramsci: hegemonía. AMLO ha ido construyendo su hegemonía, poco a poco, desde que decidió romper con las élites burocráticas del PRD y fundó Morena. Una vez fundado ese partido, pasó a tejer una serie de alianzas muy pragmáticas. También pasó a moderar su discurso (y gestos), de tal modo que ha logrado revertir la imagen que grupos mediáticos ultraderechistas le generaban para asociarlo con intolerancia y autoritarismo.
Pero también ha sabido identificar qué demandas populares son las que unifican, de manera transversal (interclasista) a la mayoria de mexicanos: a) erradicar la corrupción y b) generar paz en México. Con esas dos demandas, ricos y pobres, gente que tiene pensamiento de derecha, centro, o izquierda, pueden estar de acuerdo. El proyecto de nación de Morena incluye más puntos que pueden leerse como continuidades con el neoliberalismo, sobre todo en el plano de lo económico. Pero eso, frente a la crisis social (y de derechos humanos) que enfrenta México, aparece como algo invisibilizado (a la mayoría de la gente no le molesta que AMLO mantenga la «disciplina fiscal», ni el llamado «equilibrio macroeconómico», ni que en su proyecto no se planteen medidas de redistribución de la riqueza). No porque esto no sea importante, sino porque ahora mismo no tiene el mismo nivel de urgencia que si tiene resolver el saqueo y despilfarro de las finanzas públicas por parte de políticos, los asesinatos de ciudadanos, periodistas, la desaparición forzada, los feminicidos, etc.
El liderazgo de AMLO también se explica por los severos errores políticos y la arrogancia de la élite que ha gobernado México desde hace más de treinta años. Esa élite está compuesta por empresarios, políticos y tecnócratas con nombres y apellidos. Ellos han fallado en satisfacer las dos grandes demandas populares que ha enarbolado AMLO. Esta situación de enriquecimiento por medio de corrupción en el arriba social, mientras que abajo haya un clima de enorme inseguridad, violencia, represión y hartazgo, ha generado lo que Ernesto Laclau caracteriza como la formación de un «ellos-élite» y un «nosotros-pueblo» en la mentalidad de la mayoria de la gente. AMLO ha sabido leer bien esta «situación populista» y ha nombrado al «ellos-élite» en claves mexicanas: «la mafia del poder». Esto ha generado una cierta unidad ideológica en amplios sectores del país que identifican en AMLO a un gran líder
AMLO se puede convertir en una figura-símbolo, muy parecida al peronismo que tanto teorizó Ernesto Laclau. AMLO mismo se puede convertir en un «significante vacio», un símbolo muy general, abstracto, que unifica a diferentes sectores de la población porque carece de contenido (no es ni socialista, ni capitalista, ni neoliberal). Donde cada sector social le da el contenido que ellos proyectan de si mismos. Una especie de espejo donde diferentes sectores sociales se ven reflejados a si mismos y sus propias demandas y aspiraciones.
En México ya empezamos a ver diferentes expresiones políticas del obradorismo: obradoristas de derecha (como Manuel Espino), obradoristas de izquierda (Paco Ignacio, o Gerardo Fernández Noroña). Obradoristas de élite (como el multimillonario Ricardo Salinas Pliego), así como expresiones obradoristas subalternas (habitantes de colonias populares que hacen suyo, en un plano folckórico, el símbolo de «el peje»). Pero todos ellos conviven dentro de un mismo bloque social, popular, donde lo que media entre ellos es la hegemonía de AMLO. Pero aún está formarse de una manera más clara esas ideologías o visiones del mundo. Y justo es aquí donde el papel que pueden tener sus ideólogos cercanos (como el gran filósofo Enrique Dussel o el politólogo John Ackerman ) puede ser clave. La ideología política obradorista aún está por formarse. Pero están las condiciones de posibilidad para ello.
La «mafia del poder», pese a su guerra sucia ahora es impotente pues no pueden frenar el ascenso del populista AMLO. Y esto es así porque ahora mismo hay una hegemonía que se ha construido entorno a él. Él emarca la agenda pública, el que pone los términos del debate, el siempre lleva la iniciativa, mientras los demás partidos políticos son sólo reacciones en contra de él. Recordemos que para Gramsci, cuando se se dan las crisis orgánicas del régimen, pueden darse algunas tendencias que pueden llevar a reacomodos. Uno de ellos es el «cezarismo», que consiste en un liderazgo fuerte, carismático, con gran apoyo social, que puede impulsar cambios para restablecer la gobernabilidad. Pero el «cezarismo» puede ser de progresista o reaccionario. En Estados Unidos claramente tenemos un cezarismo reaccionario (que con Trump se ha despertado y desatado el racismo), mientras que puede ser que en México tengamos un cezarismo progresista que va a requerir de amplias movilizaciones sociales para lograr conquistas sociales.
Si es que Morena gana, se levantará la moral de gran parte del pueblo mexicano que lleva décadas soñando con un cambio. Se despertarán esperanzas dentro y fuera de México. Adentro porque el pueblo mexicano gozará la derrota de la mafia (quitarle la millonaria pensión a los ex-presidentes mexicanos será motivo de fiesta nacional). Fuera de México se verá a López Obrador como parte de un nuevo ciclo progresista internacional.
Me parece bien que Morena gane. Pero no hay que perder de vista que después vendrán los equilibrios de poder imposibles típicos del capitalismo neoliberal. No olvidemos que en el capitalismo hay clases sociales con intereses materiales contrapuestos. Los grandes empresarios que hoy apoyan a AMLO demandarán más reformas neoliberales y más concesiones para sus negocios. Los trabajadores, si es que se organizan, demandarán mejores salarios y mejores condiciones laborales. Habrá movimientos sociales que exigirán echar atrás las reformas neoliberales (como los maestros de la CNTE que buscarán revertir la mal llamada reforma educativa). Las llamadas clases medias exigirán más oportunidades de ascenso social, etc. Habrá un punto en el cual López Obrador no podrá satisfacer a todos y tendrá que tomar partido. El punto es que si decepciona a las mayoría de la población, pasará lo que describió Wilheim Reich para el caso de la socialdemocracia de la república de Weimar: el desengaño llevará a la psicología de masas de los trabajadores hacia la derecha, no hacia la izquierda, porque la gente pensará que ahora «la izquierda» será quien gobierna. Mientras tanto, hoy como en aquel momento, se carece de un proyecto político radical que pueda ser opción a la tibieza de Morena.
Si AMLO gana la presidencia se abrirá un a oportunidad para que Morena inicie la construcción de un nuevo bloque histórico. Gramsci entiende por bloque histórico una unidad orgánica entre economía, cultura y política. Y para eso se va a requerir de saber gobernar, saber construir y mantener la hegemonía (atendiendo demandas sociales) así como saber reorganizar la economía para dejar atrás los lastres de un neoliberalismo cada vez más caduco.