David Herrera Santana*.
«…sin duda el objetivo principal en estos días no es descubrir lo que somos, sino rechazar lo que somos. Tenemos que imaginar y construir lo que podríamos ser para librarnos de este tipo de “doble atadura” política, que consiste en la simultánea individualización y totalización de las estructuras del poder moderno».
–Michel Foucault
La guerra perpetua y la conquista originaria
En 1976, Michel Foucault propuso invertir la máxima de Clausewitz acerca de que «la guerra es la continuación de la política por otros medios», a una aseveración más controvertida, pero más apegada a la dinámica social: «la política es la continuación de la guerra por otros medios». Esta afirmación, sin embargo, debe responder a una serie de cuestionamientos antes de pasar a formar parte de toda una perspectiva analítica. ¿En qué sentido la política puede ser la continuación de la guerra?, ¿de qué guerra se trata?, ¿si la política es su continuación, la guerra desaparece o se diluye en la práctica política?, ¿de dónde viene esta aseveración y qué utilidad posee hoy, en el contexto del triunfo del liberalismo y de la idea liberal? y, si la guerra continúa, ¿cuáles son los bandos que contienden y quién se acerca hoy a una especie de victoria?
La idea de invertir la máxima de Clausewitz proviene de un periodo mucho antes de que éste profiriera la frase que lo ha convertido en todo un clásico en el ámbito del pensamiento militar, estratégico y social. Foucault retoma la propuesta de la tradición del pensamiento nobiliario occidental de los siglos XVII y XVIII, específicamente de Boulainvilliers y sus reflexiones sobre la conformación del Estado francés.[1] En esta tradición, la reflexión se centra en los mecanismos y las formas históricas mediante las cuales una raza se impuso sobre otras, conformando al Estado que es resultado, entonces, de una conquista originaria.
El término raza se refiere, en un primer momento, no tanto a la derivación decimonónica que cuajó en el racismo que clasifica étnica y morfológicamente a las poblaciones y a partir de ello elabora conceptos, prejuicios, mitificaciones y teorizaciones justificativas de la dominación y la exclusión, sino a la noción de distintas razas que poblaron el territorio europeo y que, mediante la conquista de territorios, fueron imponiendo su dominación unas sobre otras. Así los sajones, normandos, bretones, galos y demás, son vistos como razas que se impusieron a otras. La imposición de las monarquías absolutas y de las formas estatales de organización socio-política, son interpretadas como la imposición y conquista de unas razas sobre otras y la subyugación de los vencidos. La guerra de razas, en este sentido, es precedente del racismo de Estado de finales del siglo XIX y principios del XX y, éste, no es más que una derivación de aquél.[2]
Desde esta perspectiva, la noción de una conquista originaria lleva a afirmar que la guerra es el punto de origen de la conformación de las sociedades europeas y que ésta no fue eliminada como eje articulador de las relaciones sociales en adelante, sino que se institucionalizó, se normalizó –en el doble sentido de que se hizo norma y también se volvió normal–, se legitimó mediante mecanismos específicos, eminentemente políticos, que la transformaron en una situación regular, en la cotidianeidad en la cual se desenvuelven los interrelacionamientos sociales, siendo entonces imperceptible en esa misma vida social.
Los mecanismos de normalización, de disciplinamiento y de institucionalización, aplicados eminentemente en el periodo posterior a la conformación del Estado absolutista, permitieron procrear una realidad y una cotidianeidad afin a los intereses, las jerarquizaciones y el ordenamiento de los conquistadores, pero transcurriendo en una normalidad que permite el desdibujamiento de la conflictividad social y su suplantación por parte de una regularidad de la vida social. Es ello lo que permitió que la política se convirtiera en la continuación de la guerra por otros medios. Las formas de legitimación del poder[3] responden a esta normalización de la guerra, que gracias a ello se transforma en una guerra permanente.[4]
No obstante, la guerra no ha sido siempre igual y, genealógicamente, deben ubicarse algunos elementos que se han añadido y la han transformado en su totalidad. El primero de ellos, el surgimiento de la modernidad y con él, la aparición del capitalismo como sistema de relaciones sociales que ha transformado profundamente la dinámica de la vida social. En este punto específico, la guerra se combina con el proceso de acumulación originaria analizado por Marx, que definiría como «el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción»,[5] dirigido entonces a transformar los medios de vida en capital y a los productores independientes en asalariados.
La guerra abierta se manifiesta en las formas violentas mediante las cuales se propicia esta transformación, de manera concreta en las leyes de cercamiento, las leyes de pobres y todo el andamiaje legal-institucional que el aparato político, al servicio de la nueva dinámica, pone en marcha para permitir las condiciones de posibilidad de la acumulación originaria; ésta, a su vez, sigue dando sentido a la conquista originaria.
Por otra parte, este proceso propicia una gran transformación, en el sentido dado por Polanyi en la década de los cuarenta del siglo pasado, a saber, el momento en el cual se da la conformación de un mercado autorregulador que es capaz de abstraerse de la esfera de la vida social, que en gran medida lo determinaba y lo regulaba, para pasar a ser el eje articulador del todo social. Es ello lo que lleva a afirmar a Polanyi que:
Ninguna sociedad podría, naturalmente, vivir un periodo cualquiera de tiempo a menos que poseyera alguna especie de economía; pero con anterioridad a nuestro tiempo nunca existió una economía que, aun en principio, estuviera controlada por los mercados. A pesar del coro de letanías académicas tan persistente en el siglo XIX, la ganancia y el beneficio obtenidos en el [inter]cambio nunca tuvieron anteriormente un papel tan importante en la economía humana. Aunque la institución del mercado fué (sic) bastante común desde la última época de la Edad de Piedra, su papel fué (sic) solamente incidental en la vida económica.[6]
Una economía mercantil, entonces, que sólo podía subsistir en una sociedad mercantil; es decir, una sociedad en donde todos los elementos de la vida y el interrelacionamiento social debían estar bajo su alcance y su mandato, incluyendo al mismo trabajo y a la tierra. «Pero el trabajo y la tierra no son más que los propios seres humanos y el medio natural en que existen. Incluirlos en el mecanismo del mercado significa subordinar la sustancia misma de la sociedad a las leyes del mercado».[7]
De esta forma, la lógica de la guerra se transformó totalmente. Ésta ya no se dirige a la dominación de un grupo sobre otros por motivos de derechos de conquista, linajes, tierra, jerarquías nobiliarias, etc. En la nueva dinámica, el lucro, la ganancia, la acumulación y reproducción ampliada del capital –la gran transformación que se introduce en el momento en que la lógica del capital y del mercado autorregulador se abstraen de la relación social y se convierten en los articuladores de la misma– se transforman en los ejes que atraviesan y sostienen a la guerra que se vive, se intensifica y se magnifica en el cuerpo social.
La racionalización de la sociedad, conforme a los dictados de la dinámica del mercado autorregulador que, a su vez, regula a la vida misma, se convierte en un imperativo. Ésta se da, en primer término, como consecuencia de la implantación de una hegemonía en el cuerpo social, caracterizada por la dominación y por la dirección moral e intelectual que ejerce un grupo, una clase, sobre los demás.[8] Ello quiere decir que en este proceso intervienen elementos materiales, pero así también inmateriales, subjetivos.
Como lo ha afirmado Ana Esther Ceceña, esta conducción ejercida por un grupo sobre otros, reside en la capacidad de imponer una visión de mundo, «capacidad que se nutre tanto de la pertinencia argumental del discurso y su similitud con las expresiones visibles de la realidad (o su capacidad para visibilizar las expresiones ocultas), como de las manifestaciones de fuerza que provienen de las condiciones objetivas en las que tienen lugar las relaciones sociales, sea que éstas aparezcan bajo formas explícitas o sólo bajo formas disciplinarias o explicativas».[9]
Por su parte, para Gramsci, la dominación reside más en el ámbito de un consentimiento producido por la implantación de visiones de mundo, que en la dominación burda y abierta de aparatos coercitivos, si bien éstos juegan un papel fundamental al momento de disciplinar y racionalizar a la sociedad. La filosofía y la reflexión filosófica, generan visones y concepciones de mundo que guían al cuerpo social. Para el autor italiano, todo el mundo es filósofo y las expresiones más claras de ello son las concepciones y visiones de mundo contenidas en el lenguaje, en el sentido común y en el folklore popular.[10] De ahí que centre gran parte de su reflexión en el papel de los intelectuales, de las instituciones populares, de las formas de reproducción de una visión de mundo impuesta.
«¿Es preferible “pensar” sin tener conocimiento crítico, de manera disgregada y ocasional, es decir, “participar” de una concepción del mundo “impuesta” mecánicamente por el ambiente externo, o sea, por uno de los tantos grupos sociales en que uno se encuentra incluido automáticamente hasta su entrada en el mundo consciente… o es mejor elaborar la propia concepción del mundo de manera consciente y crítica, y, por lo mismo, en vinculación con semejante trabajo intelectual, escoger la propia esfera de actividad, participar activamente en la elaboración de la historia del mundo, ser el guía de sí mismo y no aceptar del exterior, pasiva y supinamente, la huella que se imprime sobre la propia personalidad?».[11]
Es, precisamente, a través de la imposición de visiones de mundo que la guerra puede diluirse, normalizarse, transformarse en una dinámica cotidiana y desdibujarse en el imaginario colectivo y en los sentidos comunes; pero es también gracias a ello, que la guerra puede seguir transcurriendo, operando con su lógica de confrontación, ocupando terrenos y ganando batallas, sin que ello sea siquiera percibido. Gramsci achaca gran parte de este éxito a la forma en cómo la sociedad burguesa asimiló sus valores en el resto de grupos y se desasimiló en la sociedad en general; la manera en cómo el Estado se vuelve educador, pero también se transforma en correa de transmisión de valores, de concepciones de mundo, de modos de vida.[12] Una clase altamente revolucionaria.
La racionalización de la sociedad, sin embargo, pasa por otros procesos. La implantación de la lógica de la productividad, del lucro y la ganancia en el cuerpo social entero; la propagación de valores burgueses y liberales en los sentidos comunes; la regulación de la vida, de la parte instintiva del comportamiento humano y su sistemática represión, hasta formar cuerpos dóciles proclives a la obediencia y a la inclusión en la lógica hegemónica; la regulación de todo lo que se relaciona con la reproducción y la producción de la vida.[13]
Esta nueva lógica de la guerra, no sólo coloniza a la vida cotidiana y a la vida misma, sino que llega a colonizar y a instrumentalizar a otras formas de dominación. Porque no se trata de un momento único y fundacional de todas las formas de opresión y de dominio. Por el contrario, así como la dinámica se apropió del Estado absolutista y lo reorganizó conforme a sus necesidades, de igual forma múltiples relaciones de poder fueron apropiadas por la lógica y el aparato hegemónico, volviéndolas funcionales y útiles, operativas, para la guerra social en el ámbito de las relaciones sociales capitalistas.
Se trata de un tipo de poder estratégico, porque funciona ganando posiciones en el cuerpo social, apropiándose de otras relaciones, enquistándose en el funcionamiento mismo del todo social, lanzando y reproduciendo mecanismos concretos que funcionan de forma específica en lugares y tiempos delimitados y que obedecen a una dinámica y una lógica articuladoras.[14] En la guerra permanente, el avance en las posiciones estratégicas es lo que más relevancia posee. Una serie de relaciones de poder dominantes, una hegemonía, debe ser considerada como una estrategia que tuvo éxito en el ámbito de confrontación con otras estrategias.
En última instancia, todo ello lleva a una producción de verdad, de los regímenes de verdad que Foucault identifica como los requisitos fundamentales para la normalización, la regulación de la vida social y el disciplinamiento de la sociedad.[15] Las relaciones de poder, entonces, producen efectos de normalización, de legitimación de las mismas relaciones, de interiorización en el cuerpo social y en el individuo. Al objetivar a la sociedad, también la sujetiza. Las relaciones de poder producen sujetos. La efectividad de las relaciones de poder radica en que ocurren en la vida cotidiana, en la cotidianeidad. No oprimen desde fuera, no son irradiadas por un ente perfectamente identificado, exterior al cuerpo social. La vida cotidiana inmediata, aquella en la cual se desenvuelven los individuos y la sociedad, es en sí misma efecto y reproductora de las relaciones de poder.[16]
No obstante, esta guerra y su conquista originaria ocurrieron, en un primer momento, dentro de un punto específico de la geografía planetaria, abarcando y configurando un pequeño espacio de relaciones sociales que, desde esta perspectiva, es extremadamente particular. Se dedica a colonizar la cotidianeidad en las sociedades europeas y trastoca y transforma todos los ámbitos de ellas, en los cuales ocurre de forma simultánea y diferenciada. Pero es su extrapolación hacia otros espacios, la forma en cómo los engulle, los transforma y los racionaliza a su propia dinámica, lo que lleva a la guerra a una escala verdaderamente planetaria. Ello se da a través de la conformación de un espacio estratégico en el ámbito internacional.
La espacialidad estratégica y la vehiculización de la guerra en la escala planetaria
La manera en cómo la hegemonía capitalista ha llegado a ser esa lógica articuladora de relaciones sociales en escala planetaria, y que por ello se ha constituido a sí misma como un sistema de relaciones sociales capitalistas, con sus regularidades y especificidades, ha sido mediante la producción de un espacio estratégico, mediante una espacialidad estratégica que subyace a sus formas de operación y funcionamiento y que permite su producción y reproducción constantes.
Ya en 1974 Henri Lefebvre afirmaba que el espacio es una producción social; que el capitalismo sobrevive en gran medida por su capacidad de producir espacio y que, por ello, el espacio producido era un espacio capitalista; y que a través de la producción del espacio se domina.[17] Estas proposiciones sirven de base para afirmar que la producción del espacio capitalista ha llevado a producir una espacialidad estratégica, entendida como la dimensión que permite que la reproducción de la vida social se de inmersa en un contexto de relaciones de poder, articuladas reticularmente. La hegemonía, desde esta perspectiva, transcurre a través de un espacio estratégico que hoy abarca una escala planetaria, y que permite la reproducción de las relaciones de poder y dominación, así como el funcionamiento de todo el aparato hegemónico.
La tendencia expansiva inherente al sistema capitalista, se da como consecuencia de algunas lógicas de operación. En primer lugar, como ha afirmado Harvey, por la tendencia recurrente a las crisis de sobreacumulación, mismas que tratan de ser solventadas mediante la expansión constante y la inclusión de otros espacios que permitan la valorización del capital a través del acceso a insumos baratos, mercados ampliados y nuevos sectores de inversión que permitan la reproducción y la acumulación.[18]
El proceso de acumulación orignaria descrito por Marx, ocurre entonces en escala ampliada. Mientras que las leyes de cercamiento, las leyes de pobres y la disociación general entre productores y medios de producción, se llevaron a cabo en Europa con el triunfo del liberalismo, la economía y la filosofía liberales, la expansión geográfica del capitalismo hacia otras regiones del orbe significó aplicar y magnificar el mismo proceso de desposesión, destinado a la acumulación de los medios de producción en manos de los conquistadores. Así, se instauraron las relaciones sociales capitalistas en los nuevos territorios.[19] La acumulación por desposesión, característica de la actividad imperialista, subyace la lógica de esta expansión. Sin embargo, la lógica expansiva del espacio estratégico capitalista rebasa el ámbito de lo económico. Al sobreponerse e incorporar otros espacios, incluso llegando a aniquilarlos o a invisibilizarlos, el espacio estratégico abarca también todos los aspectos de la vida social, convirtiéndose en un espacio con una lógica totalitaria y totalizante. La globalización ha sido el canal mediante el cual el espacio estratégico ha llegado a abarcar el ámbito internacional.
Ulrich Beck afirma que la globalización refiere a «los procesos en virtud de los cuales los Estados nacionales soberanos se entremezclan e imbrican mediante actores transnacionales y sus respectivas probabilidades de poder, orientaciones, identidades y entramados varios».[20] Por su parte, Boaventura de Sousa Santos refiere a la globalización como «un fenómeno multifacético, de dimensiones económicas, sociales, políticas, culturales, religiosas y jurídicas, relacionadas entre sí de modo complejo… la globalización de los últimos treinta años, en vez de encajar en el patrón moderno occidental de la globalización –en el sentido de homgeneización y uniformización–… combina por un lado la universalización y la eliminación de las fronteras nacionales, y por el otro el particularismo, la diversidad local, la identidad étnica y el retorno al comunitarismo».[21]
En ambos casos, los autores identifican a la globalización no como un sólo proceso, sino como una serie de ellos que le brindan un sentido de globalidad. Santos afirma que pueden identificarse cuatro procesos de globalización: la económica, la social y de desigualdades, la política relacionada con el Estado y sus formas de conducción, y la globalización cultural.[22] Aunque el autor se refiere a éstos durante las últimas tres décadas, es factible afirmar que estos procesos llevan en funcionamiento cuando menos dos siglos y, si se toma a la incorporación de América Latina en el moderno sistema mundial, incluso podría hablarse de cinco siglos de globalización.[23]
Mediante esta serie de procesos, el espacio capitalista se ha ido expandiendo y cada uno de ellos ha seguido su propia lógica, teniendo una intensidad distinta y unos impactos altamente diferenciados. Ello, sin embargo, no es negar que existan canales de intercomunicación entre estos procesos; por el contrario, debe afirmarse que el espacio estratégico capitalista es uno sólo, pero está compuesto de estas diversas dimensiones, guiadas por diferentes procesos, que lo sostienen y lo refuerzan, así como lo vehiculizan. Por otra parte, todos ellos permiten racionalizar a las sociedades de acuerdo con la dinámica del sistema de relaciones sociales capitalistas.
Santos ha identificado a estas dinámicas como una globalización hegemónica. Ésta estaría compuesta tanto de localismos globalizados como de globalismos localizados. Los primeros, responden a la lógica de expansión descrita con anterioridad, en donde dinámicas específicas, particulares, ubicadas en puntos concretos de la geografía mundial, traspasan las fronteras y consiguen ubicarse en una posición que les permite considerarse e imponerse a sí mismas como universalismos. Los segundos, entonces, refieren a las prácticas que, una vez globalizadas, son localizadas mediante la importación y la imposición en otros espacios.
Las globalizaciones hegemónicas son, de hecho, localismos globalizados, los nuevos imperialismos culturales Podemos definir la globalización hegemónica como el proceso por el cual un fenómeno dado o una entidad local consigue difundirse globalmente y, al lograrlo, adquiere la capacidad de designar un fenómeno o una entidad rival como local. La comunicación y la complicidad que permite la globalización hegemónica se asienta en un intercambio desigual que canibaliza las diferencias en vez de permitir el diálogo entre ellas. Están bajo la insidia de silencios, manipulaciones y exclusiones.[24]
De esta forma, debe afirmarse que la producción de globalización pasa por un proceso de producción de localización, al engendrar localismos que en verdad son los que permiten la existencia y el funcionamiento del espacio global. Este espacio es estratégico, porque transcurre a través de la ocupación de una serie de posiciones en el ámbito internacional, porque se nutre de una serie de relaciones de poder a escala planetaria y porque se materializa y funciona a través de mecanismos concretos que se encuentran enquistados de forma específica y particular en enclaves geoestratégicos, que resultan ser muchos más amplios, diversos y complejos que los imaginados por el pensamiento geopolítico clásico, debido a que se refieren ante todo a relaciones sociales concretas.
En este mismo sentido, el proceso de globalización del espacio estratégico capitalista en escala planetaria, fue el mismo que permitió expandir a la dinámica de la guerra permanente, en un principio, porque fueron verdaderas guerras de conquista las que permitieron la violenta expansión en numerosas regiones del orbe, imponiendo el triunfo de unas razas sobre otras; de igual forma, porque la racionalización de las sociedades a la nueva dinámica, la gran transformación, se dio a través de mecanismos de disciplinamiento, de procesos de normalización y de institucionalización de la guerra, de una producción de verdad a gran escala que incluyó la invisibilización de otras miradas, el borrado sistemático de la memoria histórica, el vaciamiento de sentidos comunes y su suplantación por visiones y concepciones de mundo dominantes; en resumen, los grandes etnocidios, genocidios y epistemicidios que permitieron imponer la nueva dinámica social.
Desde esta perspectiva, las relaciones de poder pueden ser leídas en la conformación del espacio estratégico global, porque esas mismas relaciones han sido escritas e inscritas dentro de él, durante el transcurso histórico de su desarrollo.[25] Este espacio global ha sido producido por los procesos de globalización, mediante los localismos globalizados y los globalismos localizados y mediante la incorporación diferenciada de lo local en lo global, así como la producción de localidad. Así, la conquista originaria ocurre también en escala ampliada.
De esta forma, el desarrollo y el subdesarrollo, la dependencia, la miseria, las zonas oscuras del planeta, no son más que los resultados de la imposición de una victoria derivada de aquella conquista primigenia que impuso direccionalidades, dibujó fronteras, asignó papeles a los distintos jugadores de la dinámica internacional. La división internacional del trabajo es el ejemplo más claro de ello, pero así también la distribución internacional de la riqueza y el sentido de los flujos de capitales, inversiones, migraciones, alimentos, armas, recursos naturales estratégicos, etc.
Cuando menos dos grandes rasgos pueden coadyuvar en la comprensión sobre la conformación del espacio estratégico en el cual transcurre una guerra permanente, lógica fundacional de la hegemonía mundial. El primero, el de la llamada producción estratégica, que Ceceña y Barreda identificaron como «una serie de mercancías que son fundamentales para la reproducción material global [del sistema de relaciones sociales capitalistas], cuya medida estratégica estaría relacionada más con la masividad de su uso que con su inserción en los espacios de vanguardia».[26] Con ello se refieren al control de los núcleos estratégicos de la producción de aquellos ámbitos que permiten la reproducción de la dinámica sistémica, como son: tecnología de punta, energéticos, minerales industriales, alimentos, metales preciosos e industriales y otros tantos que impactan en los procesos productivos esenciales a nivel mundial.
Ahora bien, todos estos ámbitos pueden ser mapeados dentro de la geografía planetaria, identificando las zonas de extracción, de producción, de circulación y de consumo, todas las cuales resultan ser geoestratégicas y, por ello, deben ser controladas, mediante mecanismos concretos de dominación, que resulten ser efectivos al momento de procurar la estabilidad del todo. Sin embargo, en esa geografía de la dominación también se observan los puntos de resistencia y de conflicto que deben ser controlados para evitar efectos disruptivos en el funcionamiento del espacio estratégico. A esto se refiere la afirmación, hecha con anterioridad, acerca de que gran parte del sentido estratégico del espacio global reside en que debe ocupar posiciones vitales para poder existir.
El segundo rasgo característico, totalmente relacionado con el anterior, refiere a la militarización del espacio. El espacio estratégico capitalista se ha ido consolidando mediante la acción y la presencia militares, lo cual se ha convertido ya en una tendencia histórica. La extrapolación de la lógica de la guerra permanente en una escala planetaria, no podría haber acontecido sin esta tendencia constante hacia la militarización del espacio que se va constituyendo.
José William Vesentini ha afirmado que la producción del espacio capitalista no puede ser entendida sin el Estado, eje articulador de la acumulación originaria, de producción de sociabilidad capitalista, promotor y defensor del derecho de propiedad privada y ente impositivo de un orden social netamente capitalista. Una entidad que ha propiciado y llevado a cabo toda una lógica de militarización en escala planetaria.
El Estado capitalista engendró una intensa militarización. Además, el poder militar, la violencia y las guerras, han sido parte de la expansión y la mundialización del sistema capitalista y constituyen elementos imprescindibles en esa aventura. En el periodo inicial del capitalismo… el papel del militarismo fue determinante en la conquista de América… Con la eclosión de la Revolución Industrial… y el paso del capitalismo comercial al capitalismo pleno o industrial, se asiste a una institucionalización (e hipertrofia) del militarismo, que se vuelve un aparato privilegiado y permanente en el seno del Estado típicamente capitalista, el Estado-nación engendrado en el siglo XIX.[27]
Además, la militarización se vuelve un signo de las relaciones capitalistas a nivel mundial, porque es a través de ella que lo sociedad se ordena y racionaliza en sus procesos y relaciones, adoptando formas organizativas netamente militarizadas, como en el ámbito de la organización y división del trabajo, las formas jerárquicas dentro y fuera del ámbito productivo, la uniformización de actividades sociales, la medición de los tiempos productivos y no productivos y otros signos más que se trasladan del ámbito de la disciplina militar al disciplinamiento social.[28] El signo más evidente de la militarización, sin duda está dado por la red de bases militares y la presencia física militar que algunas potencias, especialmente Estados Unidos, poseen hoy en el mundo y que permiten el control y vigilancia sobre esos enclaves geoestratégicos que sostienen gran parte de la dinámica hegemónica mundial.
El triunfo del espacio estratégico capitalista a nivel global es indiscutible. Sin embargo, toda guerra, por muy avasallante que sea, por más mortífera, efectiva y sofisticada que se presente, siempre encuentra y/o engendra sus resistencias. En la lógica de la guerra, los que resisten lo hacen desde los puntos más concretos, desde lo más insofisticado, desde las posiciones más elementales; pero es por ello que, ante una guerra que ocupa posiciones estratégicas, la mayor posibilidad de victoria se da en el ámbito de lo concreto, del punto estratégico que sostiene a toda la arquitectura del espacio hegemónico.
Si la hegemonía, la guerra que la vehiculiza y el espacio que engendran, sólo pueden transcurrir y existir mediante la producción de localidad, mediante globalismos localizados, entonces es en esos mismos puntos en donde las resistencias se observan con mayor capacidad de acción y con mayor posibilidad de victoria. Porque la dominación no se presenta con un sólo rostro, en una sola dirección y con una única lógica; por el contrario, se territorializa y se materializa de diversas maneras. Las resistencias, entonces, deben ser diversas, plurales y con mecanismos de funcionamiento distintos. Deben ser, ante todo, concretas, pero siempre con una lógica global. Re-ocupar posiciones estratégicas que la guerra perpetua y su conquista originaria han expropiado del ámbito de la vida misma.[29]
Se trata, como afirma Foucault, de «tomar como punto de partida las formas de resistencia contra los diferentes tipos de poder… utilizar esta resistencia como un catalizador… que permita poner en evidencia las relaciones de poder, ver dónde se inscriben, descubrir sus puntos de aplicación y los métodos que utilizan… se trata de analizar el poder a través del enfrentamiento de las estrategias».[30] Y, en última instancia, se trata de observar que aquel aparato hegemónico que en lo abstracto se percibe como algo impenetrable, indestructible, fuera de todo alcance humano, en realidad es altamente dependiente de una serie de relaciones concretas que, como tal, transcurren en el cotidiano de la vida social. Visto de esta forma, las posibilidades de emancipación están mucho más cerca de lo que los sentidos comunes y las visiones de mundo dominantes nos han hecho creer.
Gran parte de la victoria de un bando sobre otro en una guerra, radica en la capacidad de desorientar al contendiente. El nuevo sur que debe guiar al pensamiento y a la acción, en cada una de las batallas, está siendo dado por numerosos movimientos que, poco a poco, comienzan a mostrar y a comprender ellos mismos, el papel estratégico que juegan en la guerra permanente global.[31] No obstante, no habrá victoria si en cada una de las posiciones estratégicas no se forma un frente, una trinchera que sea capaz de defender y avanzar en lo concreto, teniendo en mente lo global. En el espacio estratégico, la conformación de nuevos espacios con lógicas no-capitalistas de articulación y acción y con el claro sentido de subvertir la normalidad y la regularidad que permiten que la política continúe siendo la guerra por otros medios, es hoy un imperativo para la emancipación. La re-apropiación de la política desde un sentido ampliamente democrático, y la solidaridad como principio articulador de la acción, son un buen comienzo en el sentido emancipatorio.
[*] Maestro en Estudios en Relaciones Internacionales. Profesor de política exterior y de geopolítica en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Profesor de Escenarios Regionales en la Facultad de Estudios Superiores Aragón, UNAM. Profesor Invitado en la Maestría en Seguridad Nacional del Centro de Estudios Superiores Navales, Secretaría de Marina – Armada de México..
[1] Cfr. Michel Foucault, Defender la sociedad. Fondo de Cultura Económica, México, 2006, pp. 111-156.
[2] Cfr. Ídem.
[3] Cfr. Norberto Bobbio. Estado, gobierno y sociedad. Por una teoría general de la política. Fondo de Cultura Económica, México, 2004, pp. 117-127.
[4] El análisis de la guerra como eje articulador de la sociedad, encuentra referentes hoy en el pensamiento anarquista y antimilitarista que, durante la última década, ha visto un nuevo florecimiento frente a la conflictividad desatada por las creciente polarización social a nivel mundial, resultado de la mayor concentración de la riqueza, el incremento de la pobreza y la miseria, las nuevas formas de represión social, la criminalización de la protesta social y todo aquello que apunta hacia la intensificación del estado de guerra permanente y no a su eliminación. A este respecto, en las Jornadas Antimilitaristas celebradas en Barcelona en septiembre de 2010, se llegó a afirmar que: «Desde el relanzamiento de lo nuclear a la producción ya permanente de «emergencias», desde las transformaciones en el mundo del trabajo a los dispositivos de represión y de segregación de los inmigrantes, desde la «recualificación» de barrios y ciudades a la llegada del capital en los procesos vitales mismos de la especie (pensemos a las bio –y las nano– tecnologías), la aceleración que el dominio ha efectuado en los último veinte años tiene el ruido siniestro del ultimátum. Este proceso ha coincidido, no casualmente, con acostumbrarse a la guerra, a su normalidad». Si vis Pacem. Repensar el antimilitarismo en la época de la guerra permanente. Bardo Ediciones, Barcelona, 2011, pp. 11-12.
[5] Karl Marx, El Capital. Tomo I, Fondo de Cultura Económica, México, 2001, p. 608.
[6] Karl Polanyi, La gran transformación. Juan Pablos Editor, México, 2009, p. 71.
[7] Ibídem, p. 111.
[8] Cfr. Benedetto Fontana, «Conflicto y consenso: sociedad civil en Gramsci», en Dora Kanoussi (coord.), Poder y Hegemonía hoy. Gramsci en la era global. Plaza y Valdés – BUAP – Fondazione Istituto Gramsci – International Gramsci Society, México, 2004, p. 42-43.
[9] Ana Esther Ceceña, «Estrategias de construcción de una hegemonía sin límites», en A. E. Ceceña (coord.), Hegemonías y emancipaciones en el siglo XXI. CLACSO, Buenos Aires, 2004, en «http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/cecena2/cecena2.html».
[10] Cfr. Antonio Gramsci, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce. Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1971, p. 7.
[11] Ibídem, p. 8..
[12] Cfr. Antonio Gramsci, Antología. Siglo XXI, México, 2010, p. 287.
[13] Cfr. Antonio Gramsci, «Animality and Industrialism», en Forgacs (edit.), The Gramsci Reader. Selected writings, 1916-1935. New York University Press, Nueva York, 2000, pp. 286-289; Michel Foucault, «The body of the condemned», en Paul Rabinow (edit.), The Foucault Reader. Pantheon Books, Nueva York, 1984, p. 174.
[14] Cfr. Michel Foucault, Ídem.
[15] Cfr. Michel Foucault, «Verdad y poder», en Miguel Morey (edit.), Un diálogo sobre el poder y otras conversaciones. Alianza, Madrid, 2008, p. 156.
[16] Desde el punto de vista del análisis foucaultiano y de la metodología que propone, son cinco los postulados clásicos sobre el análisis del poder que deben ser renunciados y negados: 1) el postulado de propiedad, que afirma que el poder es algo que poseen las clases dominantes; 2) el postulado de localización, según el cual el poder se encuentra contenido en el Estado; 3) el postulado desubordinación, que afirma que el poder está subordinado a lógicas y estructuras económicas; 4) el postulado de los modos de acción, que lleva a pensar en el poder como algo que únicamente reprime e impone, pero que no produce; y 5) el postulado de la legalidad, que refiere a que el poder del Estado se expresa mediante la ley. Véase Gilles Deleuze, citado en Miguel Morey en la Introducción a Ibídem, pp. 10-13.
[17] Cfr. Henri Lefebvre, «La producción del espacio», en Revista de Sociología, No. 3, Universitat Autònoma de Barcelona, Catalunya, 1974, pp. 219-229.
[18] Cfr. David Harvey, The New Imperialism. Oxford, Gran Bretaña, 2005, pp. 138-139.
[19] Cfr. Karl Marx, El Capital. Op. cit., pp. 650-652.
[20] Ulrich Beck, ¿Qué es la globalización? Falacias del globalismo, respuestas a la globalización. Paidós, Madrid, 1998, p. 29.
[21] Boaventura De Sousa Santos, «Los procesos de globalización», en Santos, El milenio huérfano. Ensayos para una nueva cultura política. Trotta/ILSA, Madrid, 2011, p. 174.
[22] Cfr. Ibídem, pp. 176-197.
[23] Cfr. Carlos Vilas, «Seis ideas falsas sobre la globalización. Argumentos desde América Latina para refutar una ideología», en John Saxe-Fenández (coord.), Globalización: crítica a un paradigma. Plaza y Janés, México, 1999, pp. 73-75.
[24] Boaventura de Sousa Santos, «La caída del Angelus Novus», en Santos, El milenio huérfano. Op. cit., p. 72.
[25] Cfr. John Agnew y Stuart Corbridge, Mastering Space. Hegemony, Territory and International Political Economy. Routledge, Londres-Nueva York, 1995, pp. 46-47.
[26] Ana Esther Ceceña y Andrés Barreda, «La producción estratégica como sustento de la hegemonía mundial. Aproximación metodológica», en A. E. Ceceña y A. Barreda (coord.), Producción estratégica y hegemonía mundial. Siglo XXI, México, 1995, p. 45.
[27] José William Vesentini, Imperialismo e geopolítica global (Espaço e dominaçao na escala planetária). Papirus, Brasil, 1990, p. 17.
[28] Cfr. Ibídem, pp. 17-18.
[29] Cfr. B. De Sousa Santos, «Sobre el posmodernismo de oposición», en Santos, El milenio huérfano. Op. cit., p. 41
[30] Michel Foucault, «El sujeto y el poder», Cit., p. 5.
[31] Cfr. Raúl Zibechi, Autonomías y emancipaciones: América Latina en movimiento. Bajo Tierra -Sísifo, México, 2008, pp. 23-67.