Por supuesto, las razones políticas que han llevado a sectores importantes de la sociedad latinoamericana a luchar en contra de las dictaduras militares genocidas y violadoras de los derechos humanos, y en contra del desastre económico de un neoliberalismo explotador y empobrecedor de las mayorías, están en la raíz de la transformación latinoamericana de las dos décadas recientes.
No es el caso mencionar en detalle las dictaduras latinoamericanas de los últimos cincuenta años, pero no podemos pasar por alto aquellas, sobre todo en el cono sur, que se impusieron por su crueldad y violencia, como la de Augusto Pinochet en Chile y la de los militares argentinos, que en dos momentos diferentes derrocaron a regímenes democráticos. El golpe de Estado a Salvador Allende, como se recordará fácilmente, es uno de los episodios golpistas más brutales de la historia latinoamericana, urdido por agencias como la CIA bajo instrucciones directas del presidente Richard Nixon y del consejero de Seguridad de la Casa Blanca, después jefe del Departamento de Estado, Henry Kissinger.
El presidente Nixon decidió que el gobierno de Allende no es aceptable para Estados Unidos. El presidente ordenó entonces a la CIA impedir que asumiera el poder o desestabilizarlo, y autorizó la suma de 10 millones de dólares para este fin. Lo que nadie discute es que Pinochet, a sangre y fuego, impuso en Chile el neoliberalismo, con base esencialmente en la privatización de las empresas estatales, del sistema de salud y de los fondos de retiro.
La transformación económica, al amparo del monetarismo de los Chicago Boys y de su mentor Milton Friedman, se inició tras el golpe militar mediante una drástica reducción del gasto público y despidos masivos en el aparato estatal que tuvieron un altísimo costo social. El neoliberalismo se impuso en variedad de laíses latinoamericanos y por diversas vías, después del cruento ensayo en el Chile de Pinochet.
En Chile se facilitó grandemente la operación neoliberal gracias al brazo armado del ejército. En otros países, como México, la transferencia y aplicación de estas visiones del mundo alejadas de la realidad del país, pero en la moda mundial, ha sido relativamente más sencilla y menos traumática, aunque también altamente polémica, por no decir desastrosa. El control de la Presidencia de la República, aun sobre el Poder Legislativo, facilitó enormemente las cosas. En México, ese grupo de economistas que hace ya más de dos décadas controlan en buena medida la economía del país han sido llamados tecnócratas, para subrayar su alejamiento del pueblo e incluso su profundo desconocimiento de la historia nuestra. En otras condiciones, su gestión debe considerarse también como un desastre mayúsculo.
Los autores mexicanos y chilenos que han estudiado el fenómeno coinciden en que la referida transferencia ideológica y la aplicación del neoliberalismo supuso en ambos casos una alianza estrecha entre los funcionarios directivos de la economía y las finanzas y las élites o aristocracias del dinero y los dueños empresariales en ambos casos: el contubernio entre los dueños del capital y los académicos funcionarios. Los principales beneficiados por la operación, como es claro, han sido el puñado de empresarios que han logrado enormes ganancias en los países mencionados y en todos los latinoamericanos que han seguido esa ruta de aplicación del neoliberalismo.
Una de las explicaciones más dramáticas de la concertación latinoamericana para imponer dictaduras se encuentra en el libro Operación Cóndor: pacto criminal, de la escritora argentina Stella Calloni. Por supuesto, detrás de esta alianza para la muerte estuvo siempre la CIA, es decir, el gobierno estadunidense como iniciador y organizador generoso en fondos para la persecución de opositores.
Naturalmente, el desastre político ha corrido paralelo a la profunda catástrofe económica. La miseria continental se agudizó precisamente en la década de los 80, llamada la década perdida. Según Cepal, la población por debajo de la línea de pobreza en la región pasó de 200 millones en 1980 a 224 millones hacia finales de esa década, sin que en la siguiente se diera una mínima recuperación. El Banco Mundial ha dicho que 25 por ciento de la población regional vive con menos de dos dólares al día y tiene el récord de ser la más desigual del mundo. Todavía señala: “en los países latinoamericanos una cuarta parte del ingreso nacional es capturada por sólo 5 por ciento de la población, y 40 por ciento por el 10 por ciento más rico… La percepción actual de los latinoamericanos sobre este aspecto del desarrollo es tan contundente como la referida a los temas anteriores. Sólo dos de cada 10 individuos consideran que la distribución es justa o muy justa, y los ocho restantes declaran que es injusta o muy injusta” (1997).
Debe decirse que durante los pasados 25 años, a partir de las reformas neoliberales, los países de América Latina han experimentado una profunda transformación social y de las relaciones entre el Estado y la estructura productiva nacional. En el tiempo del desarrollismo, que con variados niveles de éxito se aplicó en buen número de países latinoamericanos, se privilegió a los empresarios industriales, y se cambió después a una economía en la que prevalecieron los enfoques financieros y la fácil obtención de ganancias vía la especulación. El capital financiero y la especulación suplantaron a la producción. lo cual marcó un retroceso económico evidente en el conjunto latinoamericano, de la que derivó una pérdida relativa de la región dentro de la economía mundial.
* Publicado en La Jornada, 30 de enero del 2012. Primera parte, de dos, del documento leído en Zacatecas el 25 de enero en una mesa redonda sobre la conveniente política exterior de Andrés Manuel López Obrador
(http://www.jornada.unam.mx/2012/01/30/opinion/021a1pol)