Liberalismo: izquierda y derecha

Por John M. Ackerman | Proceso 

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5 de julio del 2015.-La influencia de la atrasada cultura política de Estados Unidos sobre México ha generado distorsiones muy problemáticas en la esfera política nacional. Al norte del río Bravo los debates se mantienen estancados en el enfrentamiento histórico entre los “liberales” terratenientes y los “conservadores” monarquistas propio de la Inglaterra del siglo XVIII. En lugar de copiar o importar aquellas visiones, vale la pena inspirarnos en las tradiciones mexicanas y francesas que han sabido resignificar el concepto de “liberalismo”, así como articular nuevas visiones para lograr la transformación social.

En Francia tienen perfectamente claro que el “liberalismo” es hoy una ideología de derecha. Si bien el ejemplo de la independencia de Estados Unidos en 1776 fue una inspiración para la Revolución Francesa en 1789, los franceses siempre se han distanciado de las peligrosas implicaciones del liberalismo clásico de John Locke, cuyo eje central es la defensa de los derechos de propiedad individual de los grandes propietarios. Primero Jean Jacques Rousseau, después Robespierre y más tarde Jean Jaurés articularon una poderosa línea de pensamiento que recupera la importancia de la lucha de los burgueses en contra de la monarquía, pero simultáneamente la supera al articular una visión radical de la soberanía popular y la participación democrática.

En México hemos ido aún más allá que los franceses. La visión política y las acciones sociales de figuras como Miguel Hidalgo, José María Morelos, Benito Juárez, Ricardo Flores Magón, Emiliano Zapata y Lázaro Cárdenas han dejado un legado de liberalismo revolucionario que sería una verdadera tragedia ignorar o menospreciar. Durante la Independencia, el 12º artículo de los Sentimientos de la Nación llamó directamente a aprobar leyes que “moderen la opulencia y la indigencia”. Unos años antes de que estallara la Revolución, el programa del Partido Liberal Mexicano enunciaría que, “al triunfar el Partido Liberal, se confiscarán los bienes de los funcionarios enriquecidos bajo la Dictadura actual, y lo que se produzca se aplicará al cumplimiento del capítulo de Tierras –especialmente a restituir a los yaquis, mayas y otras tribus, comunidades o individuos, los terrenos de que fueron despojados– y al servicio de la amortización de la deuda nacional”. Más tarde, la Ley de Expropiación impulsada por Cárdenas en 1936, y hoy todavía vigente, facultaría al Estado para lograr directamente la “equitativa distribución de la riqueza acaparada o monopolizada con ventaja exclusiva de una o varias personas y con perjuicio de la colectividad en general, o de una clase en particular”.

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En México no se trata solamente de defender la soberanía popular, sino también de desmantelar activamente los aparatos del poder despótico y de redistribuir las riquezas de los oligarcas y de la nación entera entre los ciudadanos más humildes. Este espíritu revolucionario se manifestó con particular fuerza en la Revolución Mexicana de 1910-1917 y durante el Constituyente de 1916-1917. Ambos han sido ejemplos mundiales de exitosas conquistas políticas de las clases populares.

El liberalismo revolucionario mexicano, entonces, no tiene nada que ver con el liberalismo neoliberal estadunidense. El primero busca la liberación de los pueblos, y el segundo la consolidación de un régimen de corrupción y autoritarismo. El primero es de izquierda y el segundo de derecha.

Ahora bien, si no hubiera sido por las dos guerras “mundiales” en Europa a principios del siglo XX, lo más probable es que Francia hubiera caminado en el mismo sentido que México hacia un sistema constitucional profundamente social e igualitario. Sin embargo, su desarrollo institucional fue interrumpido por la pérdida de millones de vidas, la destrucción de su infraestructura, su ocupación por la Alemania nazi y, finalmente, por la subordinación a los intereses de Estados Unidos durante el periodo de posguerra.

Francia hoy mantiene un sólido Estado de bienestar y envidiables instituciones públicas. Sin embargo, la ausencia tanto de un marco constitucional que tutele más claramente los derechos sociales, como de partidos políticos vinculados con los movimientos populares, ha debilitado su capacidad de respuesta frente al embate neoliberal impulsado desde Alemania e Inglaterra.

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Un claro botón de muestra de la debilidad del legado de la Revolución Francesa en su país de origen ha sido el desempeño del presidente “socialista” Francois Hollande. Sus supuestos compromisos con los derechos humanos a nivel internacional y con las clases populares en Francia han resultado ser aún más vacíos que las promesas de “cambio” del “liberal” Barack Obama en Estados Unidos. La decisión de Hollande de convocar a un líder tan corrupto, represor y repudiado como Enrique Peña Nieto como su invitado de honor para la fiesta nacional de Francia el próximo 14 de julio pinta de cuerpo entero al actual presidente francés.

Afortunadamente, la izquierda mexicana no necesita ni de los liberales estadunidenses ni de los socialistas franceses para mantenerse firme en su compromiso con la justicia y la transformación social. Tenemos más que suficientes experiencias históricas y teorías propias para inspirar la construcción de una innovadora alternativa política y social que pueda incluso poner el ejemplo al mundo entero.

En este contexto, el importante nuevo estudio sobre la inaceptable desigualdad en el país redactado por Gerardo Esquivel para Oxfam-México (disponible aquí: http://ow.ly/OMVPk) constituye una llamada a despertar. Esta situación de profunda injustica es precisamente el resultado de la consolidación de la lógica de (neo)liberalismo estadunidense en México durante las últimas décadas. Para escapar del callejón sin salida en que nos encontramos hace falta desandar el camino de las mentiras estadunidenses y enorgullecernos de la gran tradición política mexicana y latinoamericana de exitosas luchas populares por la justicia y la democracia.

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