Por Ángel Guerra Cabrera | La Jornada
21 de mayo del 2015.-El 19 de mayo de 1895, hace 120 años, cayó en combate José Martí, no sólo apóstol de la independencia de Cuba, sino el iniciador indiscutible del antimperialismo moderno en América Latina y el Caribe. Como también continuador de las ideas de plena soberanía, unidad e integración latino-caribeñas de Miranda y Bolívar, que enriqueció a lo largo de su fecunda vida.
Martí llegó a los 22 años “al México republicano, liberal y juarista de Lerdo de Tejada, que le abrió los brazos y lo sentó al lado de Guillermo Prieto, Manuel Altamirano, Ignacio Ramírez el Nigromante, Juan José Baz, Vicente Villada, Manuel Mercado, fogueados en las luchas contra la intervención francesa, y de hombres de la nueva generación como Justo Sierra y Juan de Dios Peza”, ha escrito el doctor Alfonso Herrera Franyutti, ilustre biógrafo de su relación con México y estudioso consagrado de su vida y obra.
Aquí el cubano investigó muy en serio la civilización mesoamericana y comprendió que cuando eche a andar el indio, echará a andar América. Idea presente en parte importante de su obra junto a la de que no hay razas, al defender la identidad universal del ser humano y criticar en su fundacional ensayo Nuestra América (1891) a las repúblicas oligárquicas surgidas de la primera independencia por haber marginado al indio, al negro y al mestizo.
En su primera estancia mexicana entre 1875 y 1876 Martí forjó una amistad para toda la vida con el michoacano Mercado, su anfitrión y confidente siempre. A él escribe la carta póstuma el día antes de ser alcanzado mortalmente por el fuego enemigo, considerada su testamento político, en la que expone de manera muy clara la naturaleza de su proyecto estratégico, que en silencio ha tenido que ser.
Mi hermano queridísimo inicia la misiva y dos líneas después sentencia: ya estoy todos los días en peligro de dar mi vida por mi país, y por mi deber –puesto que lo entiendo y tengo ánimos con que realizarlo– de impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América. Cuanto hice hasta hoy, y haré, es para eso.
Esta concepción martiana era fruto de haber vivido intensamente por más de una década en el norte revuelto y brutal durante los años de impetuoso desarrollo industrial, concentración capitalista, y gestación del imperialismo, que describe y disecciona magistralmente en sus Escenas Norteamericanas, publicadas en diarios de México a Buenos Aires, además de otros muchos textos memorables. El desaparecido historiado marxista estadunidense Phillip Phoner le manifestó a este cronista que ningún otro autor, incluidos los marxistas, había escrito con la profundidad de Martí sobre esa época en Estados Unidos.
El proyecto político, filosófico y cultural martiano plasmado en Nuestra América ha alcanzado un avance asombroso en los últimos años, como se acaba de demostrar en esa expresión de independencia y rebeldía ante el imperio que fue la séptima Cumbre de las Américas.
Ello habría sido inconcebible sin más de medio siglo de resistencia de Cuba ante la hostilidad de Washington y los pujantes movimientos antineoliberales de los pueblos latino-caribeños. Esos que hicieron surgir presidentes y gobiernos cuyas políticas se han alejado del Consenso de Washington, que unidos por el genio y empuje de Hugo Chávez, consiguieron edificar una cultura política y una arquitectura de unidad, integración e independencia regional en década y media como no se había alcanzado desde que estas ideas fueran enarboladas por Bolívar y luego por Martí.
La revolución cubana liderada por Fidel y Raúl Castro tiene su cimentación principal en las recias luchas cubanas contra el colonialismo y el imperialismo y en el pensamiento de Martí. Él se propuso frenar, con la independencia de Cuba y Puerto Rico, el expansionismo de Estados Unidos, iniciado por el despojo a México de más de la mitad de su territorio. Quien echó su suerte con los pobres de la tierra aspiraba a una república que uniera su destino al de sus hermanas de nuestra América, agrupadas en un solo haz para frenar las pretensiones neocoloniales estadunidenses y servir de contrapeso para lograr el equilibrio del mundo.
Raúl Roa dijo de él que vio, previó y postvió. Por eso es tan exacta la rotunda afirmación de Fidel de que Martí había sido el autor intelectual del ataque al cuartel Moncada (1953).
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