Metreo: sexo en el metro

metreo

Inicia con una mirada, un toque, un arrimón o hasta pasar la mano por la bragueta; el metreo, término que define la interacción sexual en el metro, se realiza a cualquier hora en todas las líneas, generalmente entre varones

Fabiola Rocha

Regeneración, 29 de octubre de 2015. Eran las once de la noche de un viernes diez años atrás, el metro casi vacío presentaba una vista más bien tétrica; en la estación Pantitlán, dos varones y yo decidimos entrar en el último vagón.

Me senté en un asiento que daba hacia la ventana y la espalda a mis compañeros de viaje; pensaba en nimiedades y escuchaba música por los diminutos audífonos en mis orejas. Miré por la ventana, contando infructuosamente las lámparas que iluminan el camino por los túneles del sistema cuando de repente fui consciente del reflejo en el que se presentaba sin censura la humanidad de mis compañeros quienes, en un acto de irreverencia, se propiciaban placer mutuamente subiendo y bajando sus manos al ritmo del jaleo.

Por un momento me asusté, volteé la mirada y se me aceleró el corazón mientras la señora conservadora que llevo dentro se debatía con mi señora libertina sobre si hacerles saber que los había visto o respetar el trepidar de sus ansias. Decidí mirarlos, de la misma irreverente manera en que ellos se mostraron, pero justo al voltear la cara, ambos se cubrieron con sus mochilas sobre las piernas: la diversión había acabado.

Inicia con una mirada, un toque, un arrimón o hasta pasar la mano por la bragueta; el metreo, término que define la interacción sexual en el metro, se realiza a cualquier hora en todas las líneas, generalmente entre varones, me explicó luego Renato Sánchez, contador público y practicante: «pasa por la cotidianeidad, por la aproximación física, por la búsqueda humana del placer».

Entre apretujones, calor y olores, alrededor de 5 millones de personas viajan a diario en el sistema; envueltos en la manta del anonimato, una creciente comunidad homosexual adoptó el último vagón del convoy como un espacio de ligue y desfogue.

«La primera vez que yo supe del vagón gay tenía 16 años, pero amigos más grandes me han contado que esto viene desde que el metro es metro», siguió Renato.

Pero agregó que lo le parece extraño que haya este tipo de contacto pues en el metro se hace de todo: vendimia, lectura, escuchar música, pensar, dormir, acariciar, besar y hasta manosear, por decir lo menos.

«La regla es que si hay mujeres y niños en el vagón, no pasa, pero hay a quién le vale, lo hace sin fijarse y todos los demás los tapan».

Más tarde recorrí las líneas 1, 2, 3 y 7 asombrada de la manera en que los chicos se arremolinan entre ellos, sin que ninguna mujer pueda acceder al movimiento de sus cuerpos.

Renato también me confesó que el mejor lugar para tocar y ser tocado es en las orillas del vagón, pero hay algunos chicos que están tan guapos y bien proporcionados, que no importa en dónde se pongan, siempre habrá alguien dispuesto a echarles una mano.

Y si de tipos de hombres se trata, es muy claro quién es quién, pero no a quién complacerá. Están los Alfa, hombres guapos y de buen cuerpo al que siempre se acercan, también los Chacales quienes poseen cuerpos trabajados, generalmente asociados a estratos sociales bajos; luego vienen los Juniors, jóvenes de apariencia amable e inocente, bien vestidos y discretos; siguen los Oficinistas, varones de mediana edad, trajeados o casuales; también están las Pasivas, chicos de apariencia afeminada siempre dispuestos.

No hay certezas en el arte de metrear, como la aguja en el pajar, para encontrar a alguien dentro, más que estar bueno, es importante tener suerte y disposición. La mayoría de las veces ni siquiera se verán la cara, ni se dirán el nombre, nada de deseos a largo plazo o ilusiones, sólo un recorrido y el breve instante en la ciudad les restriega en la cara que pese a estar solos, no lo estás tanto como parece.