Regeneración, 16 de octubre de 2014.-Parafraseando a Mario Vargas Llosa nos preguntamos como uno de sus personajes novelescos: ¿En qué momento se jodió México? Difícil la respuesta porque hay varios momentos en su historia posrevolucionaria en los que se ha jodido. Cierto es que se ha jodido más en unos que en otros. Por ejemplo, una respuesta podría ser a inicios de los años cuarenta, especialmente a partir del periodo presidencial (1946–1952) de Miguel Alemán Valdés –un sexenio que prefiguro al Salinato–, “el cachorro de la revolución”, como lo llamó con zalamería el nefasto Vicente Lombardo Toledano. Un cachorrito muy depredador. Sin duda, también a partir de Adolfo López Mateos, un gobierno muy represivo, antecedente del genocida Gustavo Díaz Ordaz, precedente, a su vez, del gobierno criminal de Luis Echeverría Álvarez. Pero, con el neoliberalismo rampante con Carlos Salinas de Gortari fue el momento atroz en que se jodió fatalmente nuestro país. Esto no significa que no haya solución, pero todo depende de la lucha emancipadora del pueblo trabajador.
El capitalismo salvaje, a partir de entonces, ha venido despedazando a la Nación; y con la docena trágica (los sexenios panistas), de mal en peor. Con la restauración priista cobra vigencia la caracterización de Vargas Llosa: la dictadura perfecta. Con el Salinato la imbricación de la mafia narcotraficante y grupos del gobierno federal fue en ascenso. Eso explica en gran medida la extrema violencia social hoy imperante. Desde luego, la historia del vínculo entre los negocios del narcotráfico emprendidos por la mafia con gobiernos locales y federales se remonta, al menos, desde la década de los años treinta. Tal nexo se fortaleció con el ascenso del mercado de enervantes durante la Segunda Guerra Mundial por el consumo de heroína de los soldados heridos estadounidenses que fomentó el cultivo de la amapola, especialmente en Sinaloa; un cultivo que se remonta fines del siglo XIX. Pero décadas después en las regiones montañosas de El Triángulo Dorado [Sinaloa, Durango y Chihuahua], Michoacán y Guerrero estalló la violencia a causa de un mayor cultivo de la amapola, de su procesamiento en laboratorios clandestinos y porque son punto de partida al mercado estadounidense. Debemos añadir el nexo de las mafias mexicanas con las colombianas para el extraordinario negocio de la cocaína, en muchos casos bajo la protección del gobierno en sus diversos niveles ¿Cómo explicar, por ejemplo, que siendo el estado de Guerrero uno de los más militarizados del país sea uno de los principales bastiones del narcotráfico y sus mafias? El genocidio de estudiantes de Ayotzinapa no es algo incidental, sino que responde a una doble lógica del poder económico y político: demostración de la fuerza mafiosa y su dinámica mercantil por un lado y, por otro, paralizar y reprimir los reclamos y reivindicaciones justas y legítimas de los diversos movimientos sociales en lucha de resistencia anticapitalista. Los viejos cacicazgos se han modernizado con el neoliberalismo en verdaderas asociaciones del crimen organizado.
En México desde hace muchas décadas ha habido mafias del crimen organizado, pero también existen mafias políticas, empresariales, sindicales, universitarias. El viejo corporativismo propio de un Estado bonapartista “sui generis” en su contemporización ha devenido en un mayor corporativismo gansteril. Por eso existe un lumpendesarrollo social, económico y político, gestado desde lo que ahora podemos definir como un narco–Estado o lumpen–Estado. El brillante escritor y periodista italiano Roberto Saviano sostiene la tesis de que en México tenemos “un capitalismo armado”, un capitalismo armado hasta los dientes generando una violencia social sin límites a causa de la asociación entre la mafia y las altas esferas del poder político dominante. La fiesta de las balas, diría Martín Luis Guzmán.
El capital –como relación social entre el capital y el trabajo asalariado– en sí mismo es extremadamente violento y el Estado burgués, como instrumento de represión sobre la clase dominada es violencia organizada políticamente; detenta el monopolio de la violencia institucional, legítima o no, pero es un monopolio en función de los intereses de la clase dominante. La intensidad de la violencia estatal depende de la forma de acumulación de capital y del grado la conflictualidad social existente, lo que determina una forma o tipo de Estado. La violencia impune de la mafia, entonces, es una forma de extensión gansteril del Estado dentro de ciertos límites permisibles; una violencia que no desborde el monopolio de la violencia. La violencia también tiene que ver con el mercado de armas estadounidenses: Rápido y furioso es el poder de este mercado en México.
Kurt Rudolf Mirow escribió La dictadura de los cárteles en 1977; se refería a las grandes corporaciones capitalistas; décadas después tenemos la dictadura de los cárteles mafiosos asociados con las grandes multinacionales. Cocaína, el petróleo blanco. En su reciente libro CeroCeroCero. Cómo la cocaína gobierna el mundo, Saviano demuestra la asociación entre mafia y Estado en México. Por su lado, Salvatore Lupo, un gran historiador siciliano cita en Historia de la mafia [FCE. pág. 185]: “florece bajo la piel de la mafia la fuerza de la política, y bajo la piel de la política la fuerza de la mafia… más que «negligencia»… hay crimen organizado en la administración de la justicia, hay una justicia cómplice y protectora de asesinos, hay infamia y deshonor”.
¿Crimen sin castigo en la fosa común de Ayotzinapa? ¡Presentación con vida de los estudiantes desaparecidos!