Al menos 9 millones de mexicanos carecían de agua potable en 2015
Regeneración, 22 de marzo de 2017.- El número de mantos acuíferos sobreexplotados se ha triplicado desde los años ochenta, afirman las autoridades. Los especialistas denuncian que la corrupción y el manejo discrecional de recursos han convertido grandes obras de infraestructura en elefantes blancos, mientras que la contaminación de los cuerpos hídricos ha creado serias complicaciones para la salud.
Las complicaciones de México comienzan por la disponibilidad del líquido. Hay poco donde más se necesita y viceversa. «Se concentra en el sureste, en donde vive un 25% de la población, el resto es una zona semidesértica, catalogada como de baja disponibilidad de agua», señala Teresa Gutiérrez, directora del Fondo para la Comunicación y la Educación Ambiental. Cuando se le pide a Gutiérrez que mencione los puntos críticos de presión hídrica, saca un mapa en el que resalta el color rojo en todo el centro y el norte del territorio, las zonas que concentran las actividades productivas del país.
Cerca del 81% se utiliza en el sector agrícola (un 76,7%) e industrial (un 4,2%), según la Comisión Nacional del Agua (Conagua). Esa proporción es superior a la del resto del mundo (cerca de un 70%) y suele utilizarse una calidad que idealmente podría aprovecharse para uso humano primero y reutilizarse como agua de riego después.
La directora del posgrado de Ciencias de la Sostenibilidad de la Universidad Nacional Autónoma de México, explica que: «En México el tratamiento y el monitoreo del agua son muy deficientes, no consideramos ni virus ni parásitos, desde el punto de vista microbiológico no tenemos dominada la situación, los metales tampoco se monitorean de manera regular solo en casos de emergencia», explica Marisa Mazari,
Debido a esto, las posibilidades de reutilizar el agua disminuyen y cuando se hace supone mayores riesgos a la salud. El reto crece al tiempo que la demanda aumenta.
El centro del país la zona más crítica
El cúmulo de problemas se refleja en la capital como en ningún otro sitio, con la dificultad añadida de abastecer a más de 20 millones de habitantes. Es el núcleo de un país federal, pero centralizado; tiene zonas, las más populares, con una densidad poblacional de más de 16.000 habitantes por kilómetro cuadrado; la mancha urbana crece; se sitúa en un altiplano a más de 2.240 metros sobre el nivel del mar, y está construida sobre una superficie lacustre.
La zona metropolitana de la megalópolis se hunde en arenas movedizas. Depende en un 70% de aguas subterráneas sobreexplotadas y cada vez más profundas (hasta 500 metros en el subsuelo); solo extrae un 1% de los 35 ríos que desembocaban en la ciudad y que están entubados o contaminados, y tiene que importar un 30% de su suministro de los sistemas Lerma y Cutzamala (este último está a más de 120 kilómetros de la capital).
Esto ha implicado grandes costos energéticos por bombear el recurso para que entre y salga de la cuenca, así como consecuencias para otras regiones tan lejanas como el golfo de México —que la provee— o la costa del Pacífico —que recibe las aguas residuales—. «Estamos dejando un caos para las generaciones que vienen, es bastante inconsciente no hacer nada ahora que todavía es posible plantear soluciones», sentencia Mazari.
Con información de: El País