Yo era uno de esos que se sentían orgullosos de ser europeo. Del continente que había superado sus demonios y abanderaba la promoción de la democracia, los derechos humanos y la solidaridad internacional. Era uno de esos, hasta que el otro día vi en el periódico la foto de los puntitos. ¿La habéis visto? Sí, esos puntitos que, si ampliamos la imagen, en realidad son las cabezas de centenares de personas tratando de mantenerse a flote en el Mediterráneo.
Esa imagen me atormenta por las noches. Quizás porque sé de qué huían esas personas. He visitado los hospitales en Siria, las salas llenas de cuerpos despedazados por las explosiones de los barriles bomba. He hablado con las familias iraquíes que huían de las atrocidades del Estado Islámico. He recorrido los pueblos calcinados por las milicias en Darfur y he visto a los niños morir por desnutrición o epidemias. Claro que huyen, ¿quién no lo haría? Esos puntitos de la foto habían recorrido miles de kilómetros en busca de un sueño, un lugar seguro donde poder criar a sus hijos, en Europa, la tierra de la democracia y los derechos humanos. Pero su viaje terminó en el fondo del mar, víctimas de los cálculos de nuestros líderes políticos.
Después de la decisión de la Unión Europea (UE) tras el fin de Mare Nostrum, la operación de rescate en el Mediterráneo sostenida por Italia, de instaurar Tritón, una misión de vigilancia con menos fondos y con un área operacional limitada a las costas italianas, todos sabíamos que miles de personas estaban siendo condenadas a morir ahogadas si continuaban en su empeño de llegar a Europa.
Médicos Sin Fronteras decidió entonces fletar tres barcos para asistir a personas en riesgo de naufragio frente a las costas de Libia. Desde que empezó la operación a principios de mayo hemos rescatados a más de 15.500 personas. Desgraciadamente, más de 2.500 personas han fallecido en estas aguas durante lo que llevamos de año. Cuando rescatamos a un grupo de náufragos, les mostramos en un mapa dónde están, y les explicamos a qué puerto vamos a llevarles, y cuáles son sus derechos una vez desembarquen.
Tripulación del Dignity I, el barco de salvamento de MSF, rescatan a supervivientes del naufragio del pasado 5 de agosto donde más de 200 personas podrían haber perdido la vida. Foto Marta Soszynska/MSF.
Pero, ¿quién se atreverá a decirles toda la verdad? ¿Qué le diríamos?: “Ahmed, vienes de Siria, ¿verdad? Me imagino que huyes del horror de los bombardeos, la violencia que no cesa, las torturas, los recuerdos de tus amigos que murieron, la miseria, la desesperanza. Con tu mujer y tus hijos, cruzaste la frontera con Turquía, donde te acogieron con los brazos abiertos. Os ofrecieron un techo, salud y educación gratuita, y libertad para quedaros cuánto tiempo necesitáis. A ti y a otros dos millones de sirios refugiados en el país. Pero Turquía no puede brindar trabajo a todos y decidiste arriesgarte y venir a Europa. Volasteis a Argelia y os pusisteis en manos de un traficante que os llevó hasta Libia. Allí os subió a una chalupa atestada de gente y os lanzó al mar. Lo que no sabías, Ahmed, es que tu destino era morir ahogado, junto con tu mujer y tus hijos, porque la Unión Europea llegó a la conclusión de que rescatarte alimenta el efecto llamada. Mientras Líbano, Jordania y Turquía acogen a cuatro millones de sirios, los europeos ni siquiera nos pusimos de acuerdo sobre cómo acoger a los primeros cuarenta mil. Así que teníais que morir ahogados, Ahmed, para que los siguientes se lo pensaran dos veces antes de venir. Habéis tenido la suerte de que los chalados de Médicos Sin Fronteras decidieran fletar tres barcos y lanzarse a la mar, con más corazón que cabeza, para sacar gente del agua. A ti te hemos salvado, Ahmed, pero a muchos otros no pudimos”.
El fondo del Mediterráneo está poblado por miles cadáveres de hombres, mujeres y niños, que yacen junto con los principios e ideales europeos de los que me sentía orgulloso.
Hace unos meses, propuse bautizar con el nombre de “Europa” a uno de los barcos de MSF. Finalmente decidimos llamarlo “Dignity”. Mejor así, “Europa” debería ser el nombre del barco insignia de la flota que nuestros gobiernos ojalá envíen pronto para acabar con el horror del Mediterráneo. La flota que jubile al “Dignity”, y que recupere la decencia de nuestros países. Y no solo eso. Necesitamos que los líderes europeos, en vez de azuzar el miedo hablando de plagas de inmigrantes, tengan el coraje de explicar la verdad a nuestros ciudadanos. Que les digan que los que se están ahogando en la costa libia, y los que molemos a palos en la frontera de Macedonia, son familias que huyen de horrores que ni siquiera podemos imaginar, y que necesitan nuestra ayuda. Que nos recuerden que la solidaridad no se mide solo por el dinero que donamos a las ONG. Que la auténtica solidaridad es la del que abre la puerta de su casa para acoger al vecino en apuros. Que tenemos el deber de acoger a una parte de los que huyen de las guerras y la miseria. Entonces volveré a sentirme orgulloso de ser europeo.