El arrogante y belicoso decreto presidencial firmado por Obama el 9 de marzo contra la soberanía e integridad territorial de Venezuela es, además de demencial, el anuncio de que se alista una agresión de gran magnitud contra la patria de Bolívar y Chávez. Únicamente alguien que ha perdido la capacidad o el poder de regular su conducta puede afirmar que Venezuela representa una amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y política exterior
de Estados Unidos, a tal grado que lo obliga a decretar estado deemergencia nacional
. No en balde el presidente Rafael Correa ironizó si se trataba de un chiste de mal gusto.
Lo mismo con Bush que con Obama, Estados Unidos lleva 15 años de guerra no declarada contra Venezuela mediante acciones que violan flagrantemente el derecho internacional. Pero Obama y el Congreso de Estados Unidos se volaron la cerca en noviembre pasado e iniciaron un camino muy peligroso al atribuirse la ilegal facultad de sancionar a funcionarios venezolanos, cuyo único delito ha sido proteger al pueblo y al Estado de los criminales planes golpistas y desestabilizadores de la contrarrevolución, comandada precisamente por Estados Unidos.
Es falso que los funcionarios citados por sus nombres en el decreto presidencial sean responsables de la muerte de 43 estudiantes
y la violación de derechos humanos. Esa acusación es infundada, creada por la CIA y difundida por los vomitivos medios de prensa locales e internacionales, destacadamente esa enemiga jurada de la independencia de Nuestra América llamada CNN en español.
Sí hubo 43 muertos pero en su mayoría chavistas, miembros de los cuerpos de seguridad y transeúntes; no estudiantes. En estos días la Asociación de Familiares de las Víctimas de las Guarimbas lo ha denunciado en una gira por Europa. Tampoco es cierto que en Venezuela se persiga a la disidencia ni existan presos políticos. Leopoldo López está preso por su responsabilidad en esa masacre, que pudo haber llevado a un espantoso baño de sangre de no ser por la firmeza y la prudencia con que actuaron las autoridades y la militancia chavistas. Antonio Ledezma también lo está debido a la enorme responsabilidad en el plan golpista denunciado por el presidente Maduro en febrero que le imputan militares en él implicados.
En el seno de la élite estadunidense hay un fuerte sector que se resiste a aceptar la crisis de hegemonía que les plantea el creciente poderío de China y Rusia, ambas camino a una sólida alianza que acelera el tránsito hacia la multipolaridad. Mucho menos el cambio de época en la relación de nuestra región con Estados Unidos. Inspirada por la revolución cubana y su heroica resistencia y logros, fue convertida en una tendencia imparable durante la etapa inaugurada por Hugo Chávez, junto a Fidel, como arquitectos de un entramado de dignidad, unidad e integración regional. Rápidamente empujaron junto a ellos Kirchner, Lula, Evo, Correa, Daniel.
El decreto de Obama le ha dado una bofetada en pleno rostro a nuestros pueblos justo en el momento en que el proceso hacia el restablecimiento de relaciones con Cuba puesto en marcha de común acuerdo con La Habana había hecho vaticinar a algunos que el premio Nobel, por fin, iba a cumplir la promesa hecho al inicio de su mandato de un nuevo comienzo
en la relación de Washington con América Latina y el Caribe. Lo que ha ocurrido revela al mismo Estados Unidos de siempre, enemigo pertinaz de la independencia, la libertad, la democracia y los derechos humanos al sur del río Bravo.
Obama ha minado severamente la esperanza en una eventual relación medianamente constructiva entre el vecino del norte y los pueblos latino-caribeños, aunque fuera movida por cálculos convenencieros ajenos a la ética política.
¿Con qué cara se puede presentar después de esto en abril a la Cumbre de las Américas de Panamá?
El presidente Maduro ha reaccionado con aplomo e inteligencia y una prudencia que le falta a Obama. Ha planteado que Venezuela buscará siempre una solución pacífica de los conflictos y tratará de evitar por todos los medios que corra la sangre. Ha recibido un contundente apoyo de Cuba, Ecuador, Bolivia y Nicaragua así como de los pueblos del mundo y no le faltarán el de Unasur y la Celac. Hace falta una ola de solidaridad para detener el zarpazo yanqui.
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