Por Ángel González Granados
RegeneraciónMx.- En la última fase del movimiento #YoSoy132 a finales del 2012 por intervención de una querida amiga, Paola Pacheco, comencé un acercamiento provechoso en acción y pensamiento con Adolfo. Él tenía la inquietud de conocer y escuchar a quienes formábamos parte del movimiento desde la célula de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM.
A pesar de que algunas voces intentaban empujar su imagen en la opinión pública como una intromisión a un movimiento juvenil-estudiantil, la verdad es que nunca fue así. Siempre fue bondadoso con el conocimiento y a muchos a quienes nos permitió acercarnos nos dejó lecciones de vida y para transformar la realidad.
No omito mencionar que también en nuestra inexperiencia buscaba protegernos enseñándonos, pero también ayudándonos a terminar de desentrañar situaciones políticas. Eso invariablemente sucedió en su cubículo que tenía en la Facultad (que como institución nunca supo aprovecharlo, por lo menos en los años en los que fui estudiante), en el café Alverre o en su casa.
Sirvan estas líneas como testimonio de su bondad y su legado intelectual que formó a muchas generaciones: un maestro de batallas de pensamiento y políticas, pero también en las aulas, un maestro en toda la extensión de la palabra.
Por mi parte lo conocí en tres episodios, que en espiral se fueron encontrando.
El primero fue cuando de joven me regalaron su libro “La Revolución Interrumpida”. Ese que las primeras generaciones del proyecto del CCH también usaron para analizar desde una perspectiva marxista la revolución mexicana.
Su forma de escribir era singular para el campo de conocimiento en el que suelen enmarcarse sus textos. Como lector de poesía y novelas fue desarrollando cada vez más una complejidad de la lírica en sus textos, y por supuesto también en la prosa diaria.
Por mi parte, me acostumbre a que en la convivencia con él solía lanzar como dardos pensamientos claros y sintéticos ya sea de la vida diaria o del porvenir. Alguna vez comprando unas cervezas para acompañar una pizza me preguntó por qué las puertas de la tienda de los refrigeradores estaban cerradas, le contesté que porque seguramente los estudiantes de la prepa se las robaban. Me respondió “No seas así con tus compañeros, debes de ser solidario, son tus compañeros”.
El segundo episodio fue pasajero pero revelador de su sencillez cuando sin conocernos, conseguí su correo electrónico y le pedí me firmara su libro “Felipe Ángeles en la Revolución”. Accedió amablemente y nos quedamos de ver en el centro de Coyoacán para platicar someramente.
La tercera fue la vencida. Le pidió expresamente a Paola, amiga mía y colaboradora suya, si conocía gente de Políticas de la UNAM inmersa en el 132. Una primera vez comenzamos a platicar del movimiento y su dinamismo, otra ocasión nos acercó a una entrevista colectiva en su cubículo con el periodista Emir Olivares que aparecería después en La Jornada, diario donde regularmente escribía sus columnas opinión. Y así sucesivamente, en sesiones de un par de horas apoyando siempre a los estudiantes alzados para pensar rumbos.
En alguna ocasión nos acompaño solidariamente a una asamblea del movimiento en la facultad de Ciencias donde pudo observar las diferentes posiciones políticas dentro del movimiento. En alguna otra ocasión marchando sobre reforma, para ese entonces en un ambiente de persecución a cualquier movilización desarrollada en el centro de la ciudad, fuimos encapsulados. La única persona que se nos ocurrió llamarle y que podía ayudarnos fue Adolfo, que ofreció poder contactar a algún periodista cercano para documentar lo que podría convertirse en una detención arbitraria.
Se sumó sin dudarlo a la campaña para la liberación de quienes fueron apresados de forma arbitraria durante la manifestación por la toma de protesta de Enrique Peña Nieto; de Ciencias Políticas eran aproximadamente cuatro. Y después también puso manos a la obra cuando en el 2013 se detuvo de forma arbitraria a uno de sus alumnos de las fantásticas clases del posgrado de latinoamericanos.
Sobre esa experiencia varios fuimos los beneficiados. Al involucrarnos con él so pretexto del movimiento nos hizo la invitación de integrarnos a sus clases donde discutían estudiantes de maestría y doctorado. Los invitados por supuesto todavía sin el grado de licenciatura pero detectados por él como atentos discípulos participamos, discutimos y leímos textos de Friederich Katz, León Trotsky, E.P.Thompson y otros referentes que analizaron revoluciones.
Adolfo fue un hombre transversal y con amplia experiencia pues colaboró con la lucha armada y por supuesto de la ideológica. Con la sencillez que le caracterizaba no hablaba mucho de aquella vez en los años 60 que se batió en duelo con Fidel Castro quien lo descalificó en la clausura de la Tricontinental de la Habana.
Mantuvo el circuito de la acción y el pensamiento vivo y luminoso y estaba interesado en alimentarlo o reflexionar por qué los legados de otros importantes referentes del pensamiento y de la izquierda no eran socorridos. En alguna ocasión pude encontrarlo en la Facultad de Filosofía en un evento para homenajear a Adolfo Sánchez Vázquez. Con algo de molestia me comentó que no entendía por qué la sala estaba medio llena, si el pensamiento de Sánchez Vázquez era importantísimo.
Ahora que Gilly no está en vida, la forma más sencilla de honrar su paso por el mundo es ampliar el conocimiento sobre su obra que es extensa y aprender de su trayectoria en donde acompañó toda la vida a distintos movimientos sociales protagonizados por estudiantes, pueblos originarios, mineros, campesinos, obreros, entre otros.
Quizá la forma más profunda de honrarle de quienes tuvimos la suerte de aprenderle sea demostrarle a la realidad que su legado en pensamiento y acción tendrá frutos para la felicidad y el bien de algunas comunidades. Y por supuesto mantener viva la revolución y la bondad de la que él estaba hecho.