Por: Víctor Flores Olea | La Jornada
Por supuesto que casi siempre nos encontramos con una larga fisura entre dirigentes y dirigidos. Los primeros lanzando vítores por sus hazañas y pintando el mundo (su mundo) con tintes de éxito y gloriosas realizaciones. El que vivimos, bajo su dirección, es el mejor de los mundos, y sólo habría que tener un poco de paciencia para que sus proezas se vean reflejadas en los bolsillos del pueblo. Siempre ha sido así y sigue siendo. Resulta claro que los dirigentes pregonan sus éxitos sirviéndose hoy de los medios masivos de comunicación, la gran mayoría en sus manos y atendiendo dócilmente a sus patronos. Siempre ha sido así, pero hoy, más que nunca, la abundancia y variedad de los medios resulta un instrumento insustituible para la propaganda y publicidad, que se pretende sea recibida dócilmente por los pasivos dirigidos.
Pero nos encontramos con que los dirigidos no son tan pasivos como se supone y nos encontramos con el hecho de la crítica y del rechazo a la publicidad oficial, sin parangón fácil en la historia reciente de México. Es decir, el sentir social generalizado engrosa espectacularmente las filas de la crítica y el rechazo, y de ninguna manera se pliega a las voces de triunfo de los dirigentes. Nos encontramos, entonces, con una sociedad tremendamente dividida por la repetición incansable de la publicidad oficial y por la reiteración de los triunfos (la gran mayoría de las veces ficticios, hasta inventados) de los dirigentes. Sin duda, vivimos una especie de esquizofrenia social pocas veces vista antes que, dicen ellos, pone en peligro la estabilidad del país, en tanto que los críticos piensan, digamos con sobra de argumentos, que su pensar y actuar es la única salida constructiva y realmente progresista.
Esta dicotomía me parece que oculta simplemente algo de lo que apenas se habla, y que es la abierta lucha de clases en una sociedad tremendamente dividida entre los que más tienen y los que tienen mucho menos o no tienen nada, entre ricos y pobres, para decirlo en una palabra. Tal es la situación actual del país y mal se hace en ocultarla.
Por supuesto, parte de la publicidad que efectúan los dirigentes es cuando muestran cierta sensibilidad o conciencia respecto a los que menos tienen. De ahí también su abundante publicidad de iniciativas y programas dirigidos a quienes menos tienen, pero que penetran poco o nada entre los excluidos, que se han pasado décadas esperando los efectos beneficiosos de las iniciativas sociales de quienes dirigen, que se sienten engañados (los excluidos) una vez más y que han llegado a un punto máximo de desprecio y desdén ante lo que consideran una burla más.
La pregunta obligada que surge es la razón de que esto ocurra así, y la pregunta que también está inevitablemente presente es la de si los dirigentes perciben y tienen conciencia de la realidad efectiva de ruptura por la que atraviesa el país, la sociedad mexicana. Y la respuesta masiva sigue siendo la de que la publicidad y la propaganda de quienes nos gobiernan resultan una operación más de engaño, desprecio e indiferencia ante la pobreza. Y de franco apoyo a la desigualdad, o lo que es lo mismo, de franco apoyo a los que más tienen, a los más ricos. Es decir, los dirigentes políticos, a los ojos de la mayoría de mexicanos, mantienen una alianza inquebrantable con los más favorecidos, con los que más tienen, nuevamente, en desprecio cabal hacia los que menos tienen.
Claro está que las famosas reformas estructurales, tan cacareadas por las instituciones gubernamentales, del Presidente hacia abajo, confirman rotundamente el mayoritario sentir popular. En efecto, tales reformas, para las mayorías sociales, confirmarían definitivamente que no se pretenden modificar un ápice las estructuras actuales de la desigualdad, sino al contrario, apuntalarlas y fortalecerlas.
Desde luego, el despojo que significa y significará históricamente la reforma energética, sobre la que ya se preparan los más ávidos, dentro y fuera del país, para crear nuevas camadas de multimillonarios, de los cuales a lo mejor los más necesitados recogerán algunos mendrugos. La reforma fiscal contra la clase media, y sin que se anuncie ninguna medida por ejemplo de cobro de los extraordinarios adeudos o evasiones fiscales, que recientemente se han difundido con pelos y señales. La reforma educativa, más allá de las manifestaciones públicas, parece sobre todo tener la intención de restringir gravemente los derechos laborales de los maestros. Ojalá las leyes de transparencia y rendición de cuentas originen algunos resultados positivos, pero veamos como en ningún caso existe la intención efectiva de modificar realmente las estructuras de la desigualdad. De hecho, con mayor frecuencia se escucha decir que las reformas estructurales de Peña Nieto significan una consolidación de la estructura de la desigualdad reinante en México y del neoliberalismo, que ya ha demostrado en todas partes sus catastróficos resultados.
Este conjunto crítico se ha traducido en una disminución fuera de lo común del reconocimiento a la gestión de Peña Nieto como presidente de la República, que apenas alcanzaría 44 por ciento de la opinión ciudadana.
Como contrapunto a esta situación tenemos una multitud de movilizaciones sociales que apuntan en otra dirección, precisamente en la contraria de la plutocracia que nos gobierna. La última e importante movilización de la opinión es la que se dio en el Monumento a la Revolución para instalar un Congreso Popular que abre nuevas avenidas.
Uno de sus principales organizadores, John Ackerman, escribió, además de otros conceptos sin desperdicio, que la toma del poder por medio de las armas no es entonces la única forma de generar un contexto revolucionario. Puede lograr el mismo fin la construcción de nuevos y dinámicos espacios ciudadanos que fomentan el pensamiento crítico y retan directamente a la narrativa y a la práctica de la dominación política. Al desenmascarar y desplazar las instituciones realmente existentes, este tipo de iniciativas puede tener grandes éxitos sin disparar una sola bala.
El tema entonces es la unidad no ficticia, sino real, de las izquierdas en México. Por supuesto, está ya en marcha.