Por Alejandro Rozado
RegeneraciónMx.- Sólo Alejo Carpentier fue capaz de ofrecernos un relato mágico que pudiese dar verosimilitud a la, de otro modo inexplicable, historia de Haití. El escritor cubano dio cuenta ⎼en El reino de este mundo y novelas posteriores⎼ del burbujeante manar de hechizos, divinidades selváticas y rituales vudú que sembraban con tremendos maleficios tan desdichada trayectoria isleña:
“A veces, se hablaba de animales egregios que habían tenido descendencia humana. Y también de hombres que ciertos ensalmos dotaban de poderes licantrópicos. Se sabía de mujeres violadas por grandes felinos que habían trocado, en la noche, la palabra por el rugido”.
El último magnicidio ocurrido hace unos días ⎼la atroz ejecución del presidente constitucional Jovenel Moise en su casa a manos de contras colombianos⎼ es un episodio más de una larga cadena de maldiciones que caen sobre el país más jodido de nuestro continente. El 80% de su población vive en el rango de la pobreza para abajo, y no existe ayuda internacional que alcance para modificar, siquiera un poco, la situación económica y política de desastre permanente que padecen sus habitantes.
Desde las jubilosas rebeliones de esclavos inspiradas por las profecías dieciochescas del esclavo Mackandal o el arribo de Paulina Bonaparte en 1802 para meter orden entre mulatos y negros (cuando la hermana del emperador descubrió un mar renovado que “se ornaba de racimos de uvas amarillas, que derivaban hacia el este; que traía aguijones como hechos de un cristal verde; medusas semejantes a vejigas azules, que arrastraban largos filamentos encarnados; peces dientusos, de mala espina, y calamares que parecían enredarse en velos de novia de difusas vaguedades”), hasta la jocosa reelección de François Duvalier (“Papá Doc”) de 1964 ⎼cuando el 100% de los votos emitidos resultaron “mágicamente” a favor del dictador⎼, pasando por la grotesca autoproclamación del libertador Dessalines como emperador de la isla (1804), o las orgías carniceras del gobierno de Rochambeau en que hacía que sus perros mastines traídos de Cuba devorasen negros para dominarlos, o cuando en tiempos del rey negro Henri Christoph se amasaba la sangre de cientos de toros degollados para emplearla como argamasa en los muros de la Ciudadela La Férriere. Desde entonces, digo, Haití vive el “maleficio” del racismo colonialista europeo y el saqueo imperialista, al grado que los terremotos, la deforestación TOTAL del país (donde sólo el 2% del territorio es arbolado) y los consecuentes huracanes semejan parte de un desquite furioso y centenario de todas las divinidades en complicidad y hechiceros imaginables en contra de la ínsula.
Porque a Haití nadie le importa: es un pedazo de África en el Caribe, una rareza histórica de pavorosa crueldad. Su inestabilidad política crónica, las decenas de golpes de Estado, invasiones francesas y norteamericanas, y las peores condiciones de vida de la población siguen haciendo de ese país, antes paradisíaco, el depositario de la maldición más viva de los altares consagrados a Damballah, el Dios Serpiente.
Haití es el hermanastro segregado, el más desgraciado e ignorado, de la hermandad latinoamericana. El abismo de insensibilidad que separa a Iberoamérica del país caribeño es mayor que la lejanía del idioma francés frente al español y el portugués: es el innombrable y vergonzoso abismo racial.
La 4T mexicana no debe permanecer indiferente, como hace la mayoría de los países hermanos, a esta tragedia. Urge el rescate de la indigencia y digna recuperación de este país, tan cercano y lejano, de América Latina.
* Alejandro Rozado fue militante del Partido Comunista Mexicano durante la guerra sucia de los 70’s. Sociólogo, crítico de cine y psicoterapeuta. Ha publicado en diversas revistas de política y cultura. Su último libro, “El Moscovita”, es una novela autobiográfica sobre comunistas mexicanos.