Por: James Petras | Rebelión (Traducido para Rebelión por Silvia Arana)
Regeneración, 1 de abril 2014.-El capitán José Guillén Araque, de la Guardia Nacional de Venezuela, le alertó a Maduro sobre la ofensiva nazi, diciendo: «el fascismo debe ser derrotado antes de que sea demasiado tarde». En represalia por esta advertencia profética, el patriótico y joven capitán fue atacado por un asesino respaldado por EE.UU. en las calles de Maracay, en el estado de Aragua, el 16 de marzo de 2014. Su muerte elevó a 29 la cantidad de soldados y policías asesinados desde que comenzaron las revueltas fascistas. El asesinato de un oficial prominente y patriótico en una calle principal de una capital de provincia es una indicación más de que los fascistas venezolanos están en la ofensiva, confiados en el apoyo de Washington y de una amplia franja de la clase alta y media de Venezuela. Son parte de una minoría electoral que no tiene ilusiones de tomar el poder por la vía constitucional usando medios democráticos.
El capitán Guillén Araque dio un paso al frente recordándole a Maduro que, en la historia contemporánea, en el camino hacia el poder de los grupos totalitarios fascistas y nazis yacen los cuerpos de demócratas y social-demócratas bien intencionados pero incapaces de usar los medios constitucionales para aplastar a los enemigos de la democracia.
La historia del avance del fascismo en las democracias
En Venezuela, el término «fascista» se aplica apropiadamente a los grupos políticos organizados y violentos que llevan adelante campañas masivas de terror para desestabilizar y derrocar al gobierno bolivariano, que fue elegido democráticamente. Los académicos puristas podrían argumentar que los fascistas venezolanos no tienen la ideología nacionalista y racista que imperaba entre sus predecesores de Alemania, Italia, España y Portugal. Es cierto, y es a la vez, irrelevante. El tipo de fascismo existente en Venezuela es altamente dependiente del imperialismo estadounidense y de sus aliados, los caudillos militares colombianos; y actúan bajo sus órdenes. El racismo de los fascistas venezolanos se pone de manifiesto en los ataques directos contra las clases obrera y campesina, que son multirraciales y afro-indígenas -como quedó demostrado por las vitriólicas expresiones racistas contra el fallecido presidente Chávez. La conexión esencial con los movimientos fascistas precedentes se centra en los siguientes puntos:
1) profunda hostilidad de clase contra la mayoría del pueblo;
2) odio visceral hacia el Partido Socialista Chavista, que ganó 18 de las 19 elecciones pasadas;
3) uso de la toma armada del poder por una minoría que actúa en representación de las clases dominantes locales y de EE.UU.;
4) intención de destruir las instituciones y los procedimientos democráticos, a los que, al mismo tiempo, usa con fines propagandísticos, para ganar espacio político;
5) se enfoca en la destrucción de las instituciones de la clase trabajadora -concejos comunales, asociaciones barriales, clínicas médicas y dentales, escuelas públicas, transporte, almacenes subsidiados de alimentos, centros de discusión política, cooperativas bancarias, sindicatos y cooperativas de campesinos;
6) y por el apoyo que recibe de la gran banca, y de las corporaciones del agro y firmas manufactureras capitalistas.
En Alemania, Italia, España, Francia y Chile, los movimientos fascistas también comenzaron como pequeños grupos terroristas, que consiguieron el apoyo financiero de la élite capitalista gracias a la violencia ejercida contra las organizaciones de la clase trabajadora y las instituciones democráticas, y que reclutaron adeptos principalmente entre los estudiantes universitarios de la clase media, los profesionales de la elite (especialmente doctores) y los oficiales militares de alto rango en actividad y en retiro -unidos por su hostilidad contra el orden democrático.
Trágicamente y con demasiada frecuencia, los líderes democráticos de los gobiernos constitucionales, tienden a ver a los fascistas como «simplemente otro partido», y se niegan o no tienen voluntad para aplastar las pandillas armadas, que combinan el terror en las calles con las elecciones para ganar el poder estatal. Los demócratas constitucionalistas han fracasado o no tuvieron la voluntad para ver al brazo político, civil, de los nazis como parte integral de un enemigo orgánico y totalitario; entonces negociaron y debatieron una y otra vez con las elites fascistas, que durante el proceso, destruían la economía mientras que los terroristas atacaban los cimientos político-sociales del estado democrático. Los demócratas se negaron a enviar a sus millones de simpatizantes para frenar a las hordas fascistas. Peor aún, hasta se vanagloriaban de haber encarcelado a los policías y soldados acusados de haber usado «fuerza excesiva» al confrontar a los pandilleros fascistas. Por ello, los fascistas se movieron fácilmente de las calles al poder del estado. Los demócratas elegidos por voto estaban tan preocupados por las críticas de los medios internacionales capitalistas, de los críticos de la elite y de las auto-llamadas organizaciones de derechos humanos, que contribuyeron a facilitar la toma del poder de los fascistas. El derecho del pueblo a la defensa armada de la democracia ha sido subordinado al pretexto de respetar las normas democráticas -¡normas que ningún estado burgués bajo ataque hubiera respetado! Los demócratas constitucionalistas fallaron en reconocer cuan drásticamente había cambiado la política. Ya no tenían enfrente de ellos a una oposición parlamentaria preparándose para la próxima elección; se enfrentaban a terroristas armados y a saboteadores que usaban la lucha armada para tomar el poder por cualquier medio -incluyendo golpes de estado violentos.
En el léxico fascista, conciliación democrática significa «debilidad», «vulnerabilidad» y una invitación a incrementar la violencia; explotan eslóganes como ‘paz y amor’ y ‘derechos humanos’; llaman a ‘negociaciones’ como preámbulos de la derrota; y ‘acuerdos’ como preludios de la capitulación.
Los políticos democráticos que alertan sobre una «amenaza fascista» se vuelven blancos de los ataques violentos de los terroristas, que mientras tanto actúan como si estuvieran participando en «negociaciones parlamentarias».
Así es como los fascistas llegaron al poder en Alemania, Italia y Chile, mientras los demócratas constitucionalistas, hasta el final, se negaron a armar a los millones de trabajadores organizados que podrían haber rechazado a los fascistas, y salvado la democracia preservando a la vez sus propias vidas.
El fascismo en Venezuela: una amenaza letal en la actualidad
La advertencia del héroe y mártir, capitán Guillén Araque, de un inminente peligro fascista en Venezuela tiene un fundamento sólido. Mientras que las olas de violencia terrorista van y vienen, las estructuras básicas del fascismo en la economía y en la sociedad continúan intactas. Como también siguen en su lugar, las organizaciones subterráneas que financian y organizan la provisión de armas a los fascistas.
Los líderes políticos de la oposición juegan un doble juego, se mueven constantemente entre las protestas legales y la complicidad con los terroristas armados. No hay dudas de que, en todo golpe fascista, la oligarquía política emerge al final como la verdadera dueña del poder -compartiendo cuotas de poder con los líderes de las organizaciones fascistas. Mientras tanto, su ‘respetabilidad’ le provee cobertura política; sus campañas de ‘derechos humanos’ para liberar a los pandilleros encarcelados les gana el apoyo de los ‘medios internacionales’, mientras hacen el papel de intermediarios entre las agencias de EE.UU. que los financian y los terroristas que están en la clandestinidad.
Al medir el alcance y la profundidad del peligro fascista, es erróneo limitarse a simplemente contar la cantidad de bombas, incendios y francotiradores sin incluir la logística, la retaguardia, los grupos periféricos de respaldo y los apoyos institucionales detrás de los actores que dan la cara.
Para «derrotar al fascismo antes de que sea demasiado tarde» el gobierno debe evaluar realistamente los recursos, la organización y el código operativo del comando fascista; y rechazar los pronunciamientos excesivamente temperamentales y triunfalistas emitidos por algunos ministros, consejeros y legisladores.
Primero, los fascistas no son simplemente una pequeña banda que se limita a golpear cacerolas y atacar a trabajadores municipales en los barrios de clase media alta de Caracas para el beneficio de los medios corporativos e internacionales. Los fascistas están organizados a nivel nacional; sus miembros son activos en todo el país.
Sus blancos de ataque son las instituciones y la infraestructura esenciales en numerosas ubicaciones estratégicas.
Su estrategia está coordinada por un comando central; sus operaciones están descentralizadas.
Los fascistas son una fuerza organizada: su financiamiento, armamento y acciones son planificados. Sus acciones no son espontáneas, no son organizadas localmente en respuesta a la ‘represión» gubernamental como las describen los medios burgueses e imperialistas.
Los fascistas reúnen a diferentes corrientes cruzadas de grupos violentos, combinando frecuentemente profesionales de derecha, pandillas de delincuentes a gran escala y traficantes de droga (especialmente en las zonas fronterizas), grupos paramilitares, mercenarios y conocidos delincuentes. Ellos son la «avanzada fascista», financiada por los principales especuladores con el tipo de cambio, protegidos por autoridades locales, amparados por los inversionistas en bienes raíces y los burócratas universitarios de alto rango.
Los fascistas son «nacionales» e «internacionales»: incluyen a matones pagados localmente y a estudiantes de familias de clase media-alta; a paramilitares colombianos, a mercenarios, a profesionales de todo tipo, a francotiradores asesinos de fuerzas de «seguridad» de EE.UU. y a miembros encubiertos de las Fuerzas Especiales de ese mismo país; y a fascistas «internacionalistas» reclutados en Miami, América Central y el resto de América Latina y Europa.
Los terroristas organizados tienen dos santuarios estratégicos para lanzar sus operaciones violentas -Bogotá y Miami, donde dirigentes locales prominentes, como el ex presidente Álvaro Uribe y legisladores de EE.UU., les proveen respaldo político.
La convergencia de actividades económicas delictivas y altamente lucrativas, y el terrorismo político representa una temible amenaza de dos facetas para la estabilidad de la economía y la seguridad del estado venezolano… Los criminales y los terroristas hallaron un terreno común bajo la protección política de EE.UU., armada con el fin de derrocar al gobierno democrático de Venezuela y aplastar la revolución bolivariana del pueblo venezolano.
Las conexiones y el interaccionar entre criminales y terroristas desde dentro y fuera del país, entre los dirigentes políticos de alto nivel de Washington, los traficantes callejeros de droga, y los contrabandistas «camellos», les proveen a la elite internacional de voceros y músculos para la lucha callejera y los francotiradores.
Los blancos de ataque de los terroristas no son elegidos al azar; ni son causados por una ciudadanía con bronca que protesta por las desigualdades sociales y económicas. Los blancos, elegidos cuidadosamente, son los programas estratégicos que sostienen al gobierno democrático; primero y por encima de todo, los ataques se enfocan contra las instituciones sociales de masa que forman la base del gobierno. Esto explica porqué las bombas terroristas destruyen clínicas de salud para los pobres, escuelas públicas y centros de alfabetización de adultos en los barrios, las tiendas de comida subsidiadas por el estado y el sistema de transporte público. Todas estas instituciones forman parte del vasto sistema de bienestar social puesto en funcionamiento por el gobierno bolivariano. Ellos son los cimientos que sostienen el voto masivo a favor en 18 de las 19 últimas elecciones y del poder popular en las calles y en las comunidades. Al destruir la infraestructura de la red de bienestar social, los terroristas intentan romper el vínculo social entre el pueblo y el gobierno.
Los terroristas atacan el legítimo sistema nacional de seguridad: principalmente, la policía, la Guardia Nacional, a los fiscales públicos y otras autoridades encargadas de salvaguardar a los ciudadanos. Los asesinatos, ataques violentos y amenazas contra funcionarios públicos, el uso de artefactos incendiarios contra edificios y transporte público apuntan a crear un clima de miedo y demostrar que el estado es débil e incapaz de proteger la vida diaria de sus ciudadanos. Los terroristas quieren proyectar la imagen de «poder dual» al tomar espacios públicos y bloquear el comercio regular… y al ejercer «el gobierno de las calles usando armas». Por encima de todo, los terroristas quieren desmovilizar y reducir las contra-demostraciones populares al bloquear calles y dispararle a quemarropa a los activistas involucrados en actividades políticas en barrios en conflicto. Los terroristas saben que pueden contar con el respaldo de los aliados políticos de la oposición «legal», quienes les proveen la base para las protestas en la vía pública, las que sirven como escudo para los asaltos violentos y como un pretexto para escalar el sabotaje.
Conclusión
El fascismo, básicamente el terrorismo armado con el fin de derrotar por medios violentos al gobierno democrático, es una amenaza real e inmediata en Venezuela. El día a día, los altibajos de la lucha callejera y los incendios no dan una dimensión real de la amenaza. Como lo hemos señalado, los respaldos estructurales y organizativos de fondo, que explican el auge y el crecimiento del fascismo son mucho más significativos. El desafío de Venezuela es lograr cortar las bases económicas y políticas del fascismo. Desafortunadamente, hasta hace poco tiempo, el gobierno había sido demasiado delicado frente a las críticas hostiles de las elites internacionales y nacionales que defienden a los fascistas -en nombre de las «libertades democráticas». El gobierno de Venezuela tiene enormes recursos a su disposición para extirpar la amenaza fascista. Incluso si un accionar firme causara una reacción negativa de los amigos liberales del exterior, la mayoría de los defensores de la democracia creen que es responsabilidad del gobierno actuar contra la oposición que continúa incitando a la rebelión armada.
Recientemente, hubo signos claros de que el gobierno de Venezuela, investido de un poderoso mandato democrático y constitucional, ha avanzado en la toma de conciencia de la amenaza fascista y que actuará con determinación para frenarla en las calles y en las oficinas.
La Asamblea Nacional ha votado para quitarle la inmunidad a Corina Machado, diputada de la Asamblea Nacional, para que esta pueda ser juzgada por incitación a la violencia. El Presidente de la Asamblea Nacional Diosdado Cabello ha presentado documentación detallada que prueba el rol de Machado como organizadora y promotora de la rebelión armada. Numerosos alcaldes de la oposición, que respaldaron activamente a francotiradores, pandilleros e incendiarios, fueron arrestados y enfrentan cargos legales.
La mayoría de venezolanos, al verse confrontados con la ola de violencia fascista, respondió apoyando el enjuiciamiento de los funcionarios involucrados en el sabotaje. Los servicios de inteligencia venezolanos, al igual que la ciudadanía, piensan que sin una acción firme del gobierno, los políticos de la «oposición» seguirán promoviendo la violencia y amparando a los asesinos paramilitares.
El gobierno se ha dado cuenta de que está involucrado en una verdadera guerra, planeada por un liderazgo centralizado y ejecutada por operativos de manera descentralizada. Los dirigentes legislativos han comenzado a entender la psicología política del fascismo, la que interpreta los ofrecimientos de conciliación política del presidente y la tolerancia judicial como debilidades a ser explotadas con el uso de más violencia.
El avance más significativo para detener la amenaza fascista reside en el reconocimiento por parte del gobierno de la conexión entre las elites parlamentarias y de negocios y los terroristas fascistas: que los especuladores financieros, los contrabandistas y los grandes acaparadores de alimentos y otros bienes esenciales forman parte del mismo grupo que puja por el poder en conjunto con los terroristas, quienes ponen bombas en los mercados públicos y atacan los medios de transporte de comida hacia los barrios pobres. Un trabajador revolucionario me dijo después de una escaramuza callejera: «¡Por la razón y la fuerza no pasarán!»…