La guerra en Michoacán «apenas comienza». El comisionado Alfredo Castillo «se alió con los criminales». Mireles rechaza ser responsable de los cinco asesinatos que le imputan
La Jornada | Sanjuana Martínez
Regeneración, 11 de mayo de 2014. Tepalcatepec, Mich. El presidente del Consejo de las Autodefensas de Tepalcatepec, uno de los primeros pueblos que se levantaron en armas, el 24 de febrero del año pasado, no está dispuesto a esperar sentado luego de que el gobierno concluyó el supuesto desarme de los grupos de civiles.
“En Michoacán la guerra no ha empezado. Va a empezar ahora que se va el dizque comisionado Alfredo Castillo Cervantes. Y la guerra va a estar dura, porque no nada más tengo que pelear contra los templarios declarados, sino contra los perdonados y los arrepentidos, los falsos autodefensas”, dice en entrevista con La Jornada.
Muchos alacranes
La traición del arácnido no es la única que le preocupa. Desde hace tres semanas sabía que sus propios compañeros, aliados presuntamente con el comisionado Castillo, le preparaban una emboscada. Por eso decidió adelantarse, ir a la ciudad de México, reunirse con defensores de derechos humanos y grabar un video dirigido a Enrique Peña Nieto, emplazándolo a un diálogo directo, una petición que finalmente ha tenido como respuesta, según lo interpreta, la amenaza de enviarlo a la cárcel por el asesinato de cinco personas, un crimen que, sostiene, no cometió y cuyos testimonios fueron fabricados.
Mireles se defiende y contraataca: “Hay cinco muertos porque la gente de Castillo se pone a bloquearnos la costa para que no nos ganen la delantera para entrar a Lázaro Cárdenas. ¿Por qué? ¿Hay muchos millones para Castillo en Lázaro Cárdenas, para Pitufo, para Los Viagras y para El Cinco?… Y yo estoy loco, ¿no? Nosotros estamos trabajando por el bien de Michoacán. Ellos no. Si Castillo nos está agrediendo a nosotros, es que el cabrón también es templario. Si no nos deja entrar a Morelia, Zamora, Lázaro Cárdenas, es porque también es parte de los criminales y porque tiene algún compromiso con el crimen organizado”.
Las denuncias de connivencia entre el crimen organizado y autoridades gubernamentales que Mireles ha hecho en el pasado han resultado contundentes, como en el caso del ex gobernador Jesús Reyna y varios alcaldes michoacanos ahora encarcelados. “Vamos a combatir a los criminales, los templarios, donde quiera que se encuentren, aunque traigan la camiseta de las autodefensas puesta. Esos, Los Viagras, El Cinco y Papá Pitufo son los cabrones que andan ahorita con Castillo. En un tiempo el Pitufo y Los Viagras fueron de La Familia; en otro tiempo de La Tuta, todos ellos, incluso tengo informes que José Alvarado, El Burro, el jefe tapadito de todos ellos, era el que le llevaba el dinero de La Tuta a Chucho Reyna. Todos son de Buenavista”.
Indignado, Mireles fija su mirada, mueve sus dedos largos y apunta al infinito. Dice que nunca pensó que Peña Nieto se fuera a molestar tanto por solicitarle un diálogo directo. Es el presidente de la República, y puede resolver muy fácil el problema de Michoacán; primeramente, no mandando cabrones que se alíen con los criminales. Ahora estamos peor que antes.
Advierte que seguirá combatiendo porque asegura tener el control de 70 por ciento del territorio michoacano levantado en armas, área que aumenta porque cada día se le unen más. “La gente sabe que este grupo de Pitufo, Los Viagras, El Cinco y El Burro Alvarado son el nuevo cártel H3 son puros ex templarios, ex La Familia y algunos ex cártel de Jalisco. Los perdonaron y ahora resulta que son los coordinadores generales de todo el movimiento. ¡Ni madres!”
Los cinco muertos
Médico cirujano, Mireles camina por la calle y la gente le expresa su cariño, le ofrece apoyo. Cada mañana acuden a él vecinos de distintos municipios de Michoacán para exponerle sus problemas. Es gente que sigue padeciendo la violencia de los templarios de muy distinta manera: secuestros, extorsiones, asesinatos, robos.
En Tepalcatepec desaparecieron más de 300 familias completas, de algunas sólo nos dejaban las partes de los cuerpos hechos pedazos. La última familia completa que desintegraron fue hace poco, la de unos queseros a los que le subieron la cuota a 50 mil pesos y no pudieron pagar.
Anoche una ambulancia intentó entrar al pueblo, blindado por autodefensas: “Traían un siquiatra porque me iban a llevar amarrado y todo. Cuando llegué se acababan de ir, porque la gente les dijo: ‘No vengan a chingar, si vuelven a venir los vamos a recibir a balazos’”.
–¿Piensa que lo van a matar?
–Sí. Ya no tengo familia en esta casa, que está sola, como puedes ver. Ya no tengo mujer, ya no tengo las hijas. Llevo 14 meses con la amenaza. Cuando me levanté en armas me dieron 24 horas de vida. Me dijeron: Antes de 24 horas vamos a matar a todos los de tu casa, hasta las gallinas. Pero sigo luchando y ya hasta me caí de un avión.
–¿Tiene miedo?
–Ya no tengo miedo. Eso es lo malo. Por eso encabezo los ataques, voy en la punta, adelante. Sé que Dios me ha protegido mucho. Y mis amigos. Y por eso puedo demostrar que es mentira lo de los cinco asesinatos en los que me quieren involucrar, personas que ellos mismos asesinaron en Caleta, un ataque que dicen yo ordené. Es mentira, yo no ordeno avanzadas, voy por delante siempre.
–Pero hay una foto de usted donde levanta la cabeza de un muerto…
–Cuando llegué, los forenses me dijeron: Doctor, arriba está un cadáver, ¿por qué no nos ayuda a bajarlo? Les dije: Cómo no. Yo todavía no puedo caminar bien, pero traía a mis escoltas y nos fuimos a la punta del cerro. Al llegar me tomé fotos con él. Les pregunté: Y a éste, ¿cómo lo mataron? Me dijeron: Este fue el que nos recibió a balazos. Y todos los que estaban allí traían pistola y se agarraron a balazos. Y ya detuvieron a 18; siete templarios y 11 por correr.
Mireles asegura que el combate donde murieron esos cinco hombres no fue ordenado por él, y que sólo acudió al lugar de los hechos porque recibió una llamada de auxilio: “Pitufo, Los Viagras y El Cinco pusieron barricadas de templarios en Chuquiapan. Ellos mismos los financiaban, les daban comida y camisetas. Al interrogar a los 18 detenidos hace tres domingos, me lo dijeron. Pitufo provocó esa guerra, él mismo provocó esas muertes y ahora no halla cómo lavarse las manos”.
Cuenta que el lunes siguiente de los hechos le habló a Castillo y lo citó en Coalcomán: “Me preguntó: ‘¿Tú hablaste con los detenidos?’ Le respondí: ‘Sí, señor, todos son templarios. Yo los investigue’. ‘¿Y los muertos?’, me preguntó. ‘También son templarios’, y le pedí barricadas en Playa Azul y La Mira. Lo autorizó. Pero me pidió un favor. Que yo le entregara a los detenidos al procurador de Uruapan y Apatzingán. Delante de mí les habló. Me despedí de él, y antes de llegar a la puerta, ya me estaba hablando Pitufo. Me reclamó. Me dijo que quién hijos de la chingada era yo para mandar poner barricadas. Yo le dije: ‘Mira, cabrón, no me grites, ni me mandes, acuérdate que yo sí te puedo mandar, pero tú no. Acuérdate que yo te puse de vocero, mientras yo me recuperaba; yo ya ando acá echando putazos’. Me mintió, me dijo que ya había hablado con todos, la misma mentira, y que me pedían que me quedara. Me regresé y le dije a Castillo: ‘¿Tú confías plenamente en tu gente?’, y me contestó: ‘Cien por ciento en todos’. Le dije: ‘Entonces, el traidor eres tú’. No dijo nada”.
Al levantar la denuncia ante el Ministerio Público, Mireles asegura que los testimonios señalan que la hora del ataque que acabó con la vida de los cinco hombres fue a las cuatro y que él llegó a las 6:30 de la tarde. “Pitufo mandó llamar a todos los sobrevivientes del caso. Yo los vi y ninguno de los que se reunieron con Pitufo estuvieron allí. Eran gente de Chuquiapan, unos ocho o 10, pagados. Llegó Castillo y un testigo dijo: ‘Yo vi que el doctor Mireles llegó echando balazos, junto con El Plátano’. Y yo le dije: ‘Ah, qué a toda madre. Dime qué camioneta llevaba’. Dijo: ‘Una roja’. Respondí: ‘Te chingaste, compa, en la que yo andaba es negra’. Eso, para empezar. Vi a Evangelina, una muchacha que estaba en las barricadas, y le pregunté: ‘¿Tú me viste llegar echando balazos?’ ‘No, doctor, los balazos fueron a las cuatro y usted llegó a las 6:30’. Otro testigo lo ratificó. Otro declaró que el comandante Valencia les ordenó avanzar y no El Plátano, y dijo que en ningún momento me hablaron para pedirme autorización”.
–¿Cree que Castillo intenta encarcelarlo por represalia?
–Sí, más con esa versión de que estoy mal desde que me caí del avión. El día que me enfermé, designé como vocero a Papa Pitufo, porque era mi escolta. Y me ayudó. Él fue el que se encargó de conseguir dinero para pagar los hospitales. Yo no podía desconfiar de Papa Pitufo. Éramos amigos. Me duele muchísimo su traición. Se siente regacho.
–¿Por qué usted eligió un escolta arrepentido?
–Era fiel y leal con nosotros. Yo ni sabía que él había sido de La Familia. Lo supe hasta ahora.
–¿Castillo es capaz de hacer algo contra usted?
–Él fue el que repartió las actas que firmaron El Cinco y Pitufo. Si algo me pasa, ya saben quién fue.
A salto de mata
Mireles se emociona, llora. Recuerda cómo primero lo secuestraron sacándolo del consultorio, y luego cómo secuestraron a sus dos hermanas, algo que le costó la vida a su madre. Cuando por fin se decidió a denunciar a los generales del Ejército corrompidos por el dinero de los templarios, le colocaron tres cabezas de sus vecinos frente a su casa.
Los mataron por traer credencial de elector de Tepalcatepec. Y ya no me callé. Eran mis vecinos, chiquillos que yo vi crecer. Por eso voy a seguir luchando. Así empezamos a echar balazo. La primera vez cometimos el error de entregar al Ejército de Tepalcatepec a 27 detenidos con armas y todo. El Ejército los entregó al Ministerio Público y al día siguiente estaban libres todos y con sus armas. ¿En quién íbamos a confiar? ¿A qué otra autoridad podíamos hablarle? Personalmente le hablé al gobernador y no quiso hacer nada. ¿Cuál autoridad? ¿A qué crees que fui a (la ciudad de) México? Quería que supieran que eso está pasando ahorita. El comisionado ya se alió con los más criminales y pronto habrá más pruebas.
Mireles vive a salto de mata. Nunca sabe dónde comerá o dormirá. De lo único que está seguro es de que se acercan batallas pendientes. Su gente espera sus órdenes.
Antes de partir en su nueva camioneta blindada, que compró a crédito, su padre, de 81 años, le da la bendición. Sus escoltas lo siguen. Mi sueño es estar aquí tranquilo. A mí no me interesa el dinero, ni la política o la fama. Yo quiero el bien para Michoacán. El gobierno nunca ha respetado los acuerdos. Nomás hay que recordar lo que hicieron con Emiliano Zapata, Francisco I. Madero, Francisco Villa. La historia nos lo está diciendo. Les estoy estorbando desde hace mucho tiempo.
–¿Cree que su muerte sirva de algo?
–No. Los mexicanos somos desmemoriados. A lo mejor en un mes ya nadie se acuerda de mí.