Por Jesús Ramírez Cuevas | @JesusRCuevas
Regeneración, 22 de mayo del 2014.- La crisis de México es inocultable. En 30 años, el modelo neoliberal ha profundizado la desigualdad, la descomposición social, la violencia, la corrupción y la destrucción de las instituciones democráticas y el debilitamiento del Estado.
El país se le deshace en las manos a Peña Nieto, incapaz de asumir el timón del barco, su administración está marcada por los escándalos de corrupción y por la impunidad. Su gobierno opera a favor de intereses extranjeros y de las elites locales que buscan saquear los recursos nacionales. Eso ha sido el verdadero objetivo del pacto contra México que han apoyado el PRI, PAN, PRD y PVEM.
El gobierno está colapsado; el milagro de las reformas no llegó, por el contrario, la situación nacional empeora con las llamadas reformas estructurales; la economía está estancada; crecen el desempleo, la pobreza y la desigualdad; disminuyó el gasto público (las ganancias del petróleo sumaban un tercio del erario nacional y ahora se quedarán en manos privadas, nacionales y extranjeras). El gobierno promueve activamente el despojo de los recursos naturales y la anulación de los derechos sociales y democráticos de los mexicanos.
Esto es así porque para mantener los actuales niveles de concentración de la riqueza y del poder en unas cuantas manos, estorban la democracia y los ciudadanos conscientes. Solo mediante el autoritarismo podrá mantenerse este sistema de despojo, violencia y corrupción.
Hoy la principal amenaza contra la libertad y la democracia es el capitalismo salvaje neoliberal. Solo mediante la fuerza puede seguir imponiendo esta sangría al pueblo. La violencia se convirtió en un valor del mercado, da valor a las mercancías, legales e ilegales; aumenta las ganancias del narco, de las petroleras y mineras, y de los bancos donde se blanquean los capitales.
Frente a este panorama, la pregunta pertinente es cómo los mexicanos podemos avanzar hacia la transformación del régimen político y del modelo económico corruptos.
Hoy la salida más viable para enfrentar el desastre que vivimos y que se profundizará aun más, es la vía democrática. Éste camino no se agota con votar o no votar, se requiere de la participación ciudadana para frenar el deterioro y darle un rumbo nuevo al país.
La única salida es cambiar de rumbo el país (arriba y abajo, profundamente). Para hacer este cambio se requieren votos, movilización y organización. El cambio que requiere el país es arriba y abajo, simultáneamente. Si se apuesta al cambio político electoral desde arriba con la pura oleada de votos, se puede avanzar pero será insuficiente y los retrocesos serán reversibles. Se requiere de un vigoroso movimiento social y ciudadano que empuje a los cambios institucionales y legales y de forma a la defensa democrática de México.
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Por eso votar o no votar no es el dilema fundamental para el país. Por el contrario, no votar o anular el voto, beneficia a los responsables del desastre nacional que además de tener un voto duro organizado, tienen dinero para comprar los votos necesarios para seguir teniendo el control del Congreso y seguir aprobando leyes contra el interés nacional.
Este 7 de junio hay que votar pensando en México y los mexicanos, por eso hay que dar un voto de castigo a quienes son los responsables del desastre nacional y de la corrupción. En particular, hay que votar contra la privatización del agua que pretenden aprobar el PRI, el PAN, el PVEM, Nueva Alianza y sus aliados, pasadas las elecciones. La nueva ley de aguas que está en el Congreso, su fuera aprobada, tendría consecuencias todavía más graves que la privatización del petróleo y la electricidad.
Hoy el voto puede servir para castigar a los responsables del desastre nacional y favorecer a la oposición verdadera. Hoy el voto es un arma de cambio para quitarle la mayoría en las cámaras a los políticos corruptos y traidores a la patria.
Para lograr un cambio radical se requiere de la unidad de los movimientos sociales y ciudadanos; la convergencia de todas las causas justas y de los movimientos en defensa del agua, los bosques, el petróleo, los derechos de los mexicanos.
Sin embargo, hay que advertir que no se trata de promover un electoralismo ramplón y demagógico, sino una participación democrática muy crítica con los partidos y los políticos, que sea implacable con la corrupción, con la violación a los derechos humanos y la traición de los intereses nacionales. Se trata de construir una democracia verdadera con una participación activa de los ciudadanos, exigiendo rendición de cuentas a gobernantes y representantes populares; promoviendo la revocación de mandato para los malos gobernantes y corruptos; promoviendo la consulta a los ciudadanos y a los pueblos de las decisiones y proyectos que les afectan.
Con el voto, con la organización del pueblo, con movilización de los hombres y mujeres dignos se puede lograr que la democracia verdadera sea el camino de la transformación y el objetivo. El dilema más bien debe ser no votar por el proyecto de corrupción, despojo y violencia que representa el PRI, PAN, PRD, PVEM, Panal, etc. Y sí votar por el cambio y la oposición verdadera para frenar a los saqueadores de México. Votar no transformará al país automáticamente, pero sin la vía democrática solo quedaría la confrontación y la violencia como camino de cambio.
Si vemos hacia el sur, en siete países gobiernos populares han llegado al poder mediante una combinación de movimientos sociales y elecciones. Esa unión de la lucha electoral y la movilización popular ha logrado construir mayorías que hacen posibles cambios desde la perspectiva y los intereses de los pueblos.
En este contexto, el futuro de México será democrático o no será.