Por Víctor Esparza | victor.mx
Regeneración. Mayo 1, 2014 México.- El mundo perdió su encanto con el fin de la guerra fría, y la caída del bloque socialista soviético. Lo que hasta 1991 se había manifestado más que como una rivalidad como un recorrer la vida de modos alternos, se ha convertido en un abandono del mundo al arrastre del remolino globalizador, en el que tiene ya metido medio pie el aun todavía gobierno comunista chino, que no tardará en desaparecer. Con sus 1,000 millones de habitantes la balanza se inclinará totalmente a favor del capitalismo declarándose nocaut técnico en favor de esta corriente económica, inspirada en la ideología del economista escocés Adam Smith, sobre todo la reflejada en su libro “La riqueza de las naciones” (1777). Encajó de tal modo su pensamiento en el modo como se desenvolvieron los acontecimientos suscitados alrededor de la Revolución Industrial, que con justa razón Smith es llamado Padre del Capitalismo. Mantiene tal autor como tesis principal que la clave del bienestar social está en el crecimiento económico, potenciada a través de la división del trabajo, que trae por lógica el surgimiento de la especialización (trabajo en serie) y la apertura de mercados -los productos tienen que llegar a más y más gente, para que sigan produciéndose más y más).
La orientación del capitalismo respecto a los medios de producción es que éstos son privados y operan principalmente en función de beneficios y ganancias. La poseción de dichos medios recaé en la clase burgesa (emergida de la sepultada sociedad feudal), que se convierte en dueña de las fábricas. Y si bien el esfuerzo del obrero es el que produce y crea riquezas predomina sobre éste el capital. Se da así un movimiento en 3 pasos que sostiene la maquinaria capitalista desde sus orígenes: el capitalista busca la magnificación del beneficio propio mediante la acumulación y reproducción de recursos; los trabajadores reciben un salario a modo de recompensa material; los consumidores buscan obtener la mayor utilidad en la adquisición de sus bienes. Si el capitalismo ha crecido desmedidamente se debe en parte a la ‘procreación’ de una generación consumista y de una mentalidad del ‘úsese y tírese’, de lo ‘desechable’; Si antes comprar una computadora, no se diga un vehículo era una inversión para toda la vida, ahora el promedio de vida de los nuevos modelos es de 3 a 5 años, pues ‘se descontinuan’. Este espíritu ha traspasado la barrera de lo material e impregna alegremente las áreas sociales y religiosas de la sociedad: nos encontramos, dicen los entendidos, ante una ‘crisis religiosa’ y ‘pérdida de vigencia’ de los valores morales. Por lo tanto, una mujer, que puede hacer con su cuerpo lo que quiera, puede tener libremente relaciones sexuales y en su libertad no utilizar álgún método anticonceptivo, y luego puede engrendrar dentro de sí un futuro ser, y desecharse de él porque es ‘su cuerpo’, y con él puede hace lo que quiera. Punto, no se diga más. Podríamos llamarle a lo anterior capitalismo fisiológico.
Dirijo mi reflexión ahora al papel del trabajador, del obrero, que es parte fundamental del engranaje capitalista, si bien en la mentalidad más radical de éste se anida el deseo de desplazarlo por maquinaria que no se enferme, que no exiga servicio médico, que no reclame vacaciones ni días de auseto. Tal llegó a ser el grado de deshumanización, rectifico, tal ha sido el grado de deshumanización que la maquinaria capitalista ha impuesto sobre sus ‘no reconocidos’ socios los obreros, que por todos lados las consecuencias son fatales. Sin ir más lejos, seguimos a más de un año de los acontecimientos sin resolver de la muerte de los mineros en Pasta de Conchos (indemnizaciones, rescate de cuerpos, sansiones a los involucrados). Testigos en su tiempo de dichas atrocidades fueron Marx y Engels, dos pensadores que en el romanticismo que embarga la juventud y sobre todo involucrados en la transformación que el capitalismo imprimía al Viejo Continente, escribieron para La Liga de los Comunistas un tratado titulado “Manifiesto del Partido Comunista” publicado en febrero de 1848, y en el cuál vertieron los principios para que se genere una revolución que derroque el capitalismo e instaure una sociedad de masas.
La tesis de Marx gira en torno a la separación inminente de la sociedad en dos clases antagónicas: burguesía y proletariado. La manufactura artesanal cedió su lugar a la gran industria moderna, controlada por los burgueses modernos, herederos de la clase media industrial; Marx no se detiene al reconocer en la burguesía un verdadero papel revolucionario: sí lo tiene, el de desgarrar los lazos naturales entre los hombres para sembrar en su lugar el interés escueto del dinero. Terminó con el santo temor de Dios, con el ardor caballeresco, con la dignidad personal, reduciendo todas las libertades hasta entonces ganadas a una sola y visceral libertad -ilimitidada, eso sí-, la de comerciar. Si ya existía un régimen de explotación disfrazado de ilusiones políticas y religiosas, ahora éste es descarado y directo. Para que pueda subsistir, la burguesía necesita incesantemente revolucionar los instrumentos de producción. La exploración mundial del capitalismo para encontrar nuevos mercados es lo que da a éste su sello cosmopolita. Va desvaneciéndose el hasta entonces existente mercado local y nacional, formándose un acervo común internacional tanto material como espiritual (exacto, predecía Marx desde 1847 el fenómeno de la globalización y el concepto de aldea global). La clave con la que se filtra la burguesía en todos los rincones es el bajo precio de la mercancía, haciendo capitular cualquier ideología. Se consigue por lo tanto un aburguesamiento del mundo. Si Dios creó al hombre a su imagen y semejanza, ahora es la burguesía la que hace lo mismo con el mundo.
Sin embargo, el fenómeno burgés se vió afectado por un virus del cual le es imposible librarse: la sobreproducción; los remedios para atacarlo, son, por un lado, la destrucción violenta de una gran masa de fuerzas productivas, y por otro, la conquista de nuevos mercados a la par del desahuciamiento de los antiguos. Lo que da pié al desarrollo de la burguesía lo es también para el desarrollo del proletariado, que se convierte en mercancía, sujeta a la fluctuación del mercado. La división del trabajo y la ‘maquinación’ de la producción lo han convertido en un simple resorte de la máquina. No sólo son esclavos de los jefes y capataces sino también de las maquinas. Debe el proletariado fortificarse y consolidarse en su lucha contra la burguesía: en un principio serán una masa amorfa y aislada de otras similares. Las herramienta que tiene la burguesía contra estas uniones informales es a la vez producto del mismo sistema, la competencia, que vuelve inseguro el salario del obrero y provoca su alienación. El verdadero triunfo del obrero consistirá en la consolidación a largo plazo de su unión. Lamentablemente el Estado ocupa un lugar secundario, siendo testigo mudo de los altercados entre ambos bandos; se ha vuelto inocuo, de ahí que no sea descabellado que el proletariado ocupe su lugar ante el vacío de poder.
Los anteriores 2 párrafos son el espíritu, en lo que a mi reflexión se refiere, del 1er capítulo del Manifiesto Comunista, titulado: “Burgueses y proletarios”. Sin adentrarnos en el modo como asumieron dicha doctrina regímenes que intentaron aplicarla (Rusia, Europa Oriental, China, Corea del Norte, Cuba, algunos países africanos -entre ellos Angola-), la actualización que tuvieron tales pensamientos en paises de gobiernos capitalistas fue la creación de los sindicatos. En Estados Unidos, país que entró de llenó en el capitalismo durante la 2a mitad del siglo XIX, el movimiento obrero se aglutinó los útimos 15 años de dicho siglo, siendo su punto álgido la represión de parte del gobierno a los obreros de Chicago que se levantaron en huelga precisamente un 1 de mayo de 1886, y que tuvo el saldo fatal de 5 personas ejecutadas en la horca y 3 más condenadas a cadena perpetua. 3 años después, el Congreso Obrero Socialista reunido en La Segunda Internacional estableció el día mencionado como el “Día Internacional de los Trabajadores”. De nuevo la maquinaria del poder en acción, al transformar sigular festejo en un “Día del Trabajo”. Cuestión de lenguaje, pero yo si veo entre ambas acepciones mucha diferencia. Incluso, paradójicamente, en el país donde se desarrollaron los eventos que posteriormente inspiraron la intitución de la celebración, no hay tal, por temor del gobierno americano de aquellas épocas de que se reforzase el movimiento socialista, sustituyéndose por una conmemoración el primer lunes de septiembre, llamada Labor Day.
Mencionaba que recayó en la responsabilidad de los sindicatos la defensa y lucha por los derechos básicos e inherentes al trabajador. En nuestro país, la C.T.M. habilmente y a conveniencia de sus líderes se dejó absorber por el partido en el poder desde epocas del General Calles (léase el actual PRI), con las consecuencias por todos conocidas, quedando en último lugar la finalidad para el cual fueron creadas dichas centrales obreras. El poder corrompe definitivamente. Está de más citar amplios y vastos ejemplos de como se ha manejado el sindicalismo en México, pero no puedo dejar de lado lo ridículo que resulta la situación que atraviezó en en el año de 2007, Napoleón Gómez Urrutia, que en primera, heredó de su padre el control del sindicato minero, después es destituido, es acusado de uso ilícito de 55 millones de dolares de los agremiados, autoexiliado en Canada, y desde aquí recibe la unción para ocupar de nuevo la dirigencia del sindicato en cuestión. El lunes 16 de abril de ese año, plazo que tenía la Secretaría del Trabajo para devolverle el báculo a Napito, comentaba simpáticamente Karla D’ Artigues en su columna ‘Campos Elíseos’:
“Hoy, a las 13:45 horas, termina el plazo para que la Secretaría del Trabajo le regrese a Napoleón Gómez Urrutia la herencia… perdón, la toma de nota como secretario general del sindicato minero. Pero él no estará presente para retomar el control —si alguna vez lo dejó— del sindicato minero. Sus seguidores dicen que tomará el poder “desde el exilio” y volverá de Canadá hasta que quede libre de toda culpa/sospecha y no lo puedan aprehender. Es decir, se aclare la sospecha de dónde quedaron esos 55 millones de dólares del fideicomiso minero y que andan perdidos. ¿Por qué no lo hace vía teleconferencia? ¡Todo se puede! Ya ve que hasta curiosamente —muy a tiempo— se robaron el expediente de las oficinas de la PGR.” Muy ocurrente Katia, y más ocurrente el desenlace de las cosas: sí hubo tal teleconferencia.
Acribilladas las ilusiones marxistas, comunistas, socialistas, lenninistas, izquierdistas, con el transcurso de los años respecto al papel que debe jugar el obrero en la dinámica del gobierno de la sociedad en que vive, no está de más apelar a la nostalgia como un recurso para no dejar morir tales utopías. Tal vez mi experiencia en el mundo del trabajo sea mínima, pero mi bagaje cultural estuvo tapizado de polarización, misma que se expresa en mi pensar y sentir respecto a la realidad que vivo. Que si los occidentales boicotearon las Olimpiadas de Moscú, que si hicieron lo mismo los orientales en las Olimpiadas de los Ángeles, que si el Muro de Berlín, que si su caída, el desmebramiento del bloque socialista, la Perestroika, etc, etc, etc. No me retracto de la frase con la que inicia este breve ensayo, y la cuelo de nuevo en estas líneas finales: “El mundo perdió su encanto con el fin de la guerra fría, y la caída del bloque socialista soviético”
Víctor Esparza.
¡Arriba, parias de la tierras, ¡En pie, famélica legión!
Atruena la razón en marcha: es el fin de la opresión.
El pasado hay que hacer añicos. ¡Legión esclava, en pie, a vencer!
El mundo va a cambiar de base. Los nadie de hoy todo han de ser.
Agrupémonos todos en la lucha final,
el género humano es la Internacional (2)
Ni en dioses, reyes ni tribunos, está el supremo salvador.
Nosotros mismos realicemos el esfuerzo redentor.
Para hacer que el tirano caiga y el mundo siervo libertar,
soplemos la potente fragua que al hombre libre ha de forjar.
Agrupémonos todos en la lucha final…
La Ley nos burla, y el Estado oprime y sangra al productor;
nos da derechos ilusorios no hay deberes del señor.
Basta ya de tutela odiosa. que la igualdad ley ha de ser:
«No más deberes sin derechos, ningún derecho sin deber».
Agrupémonos todos en la lucha final…