Por Ramiro Padilla Atondo
RegeneraciónMx.- Uno de los grandes motores de la historia es el odio. Y ese se da casi de manera exclusiva en la derecha. Hasta la fecha y después de casi cinco años de gobierno de AMLO la derecha sigue anclada en el más puro y primitivo odio. Anuncian que recuperarán el país pendejeando a los votantes, llamándonos de todas las maneras posibles, ejercitando un clasismo que raya en la demencia.
Solo basta con visitar Twitter para darse cuenta de las legiones de los sin cara, intentando torcer una narrativa que ya no les pertenece. En mi libro, «El Pequeño Chairo Ilustrado» explico a grandes rasgos, por qué la derecha perdió la guerra cultural. Estuve conversando con un primo este fin de semana. Recuerda como hasta hace pocos años, de camino al trabajo, escuchaba el noticiero de López-Dóriga, y de regreso a Pepe Cárdenas. —Nos tenían engañados— me dijo.
Pensé de repente en un pueblo que ha perdido la esperanza. Mucha de la criminalidad nace de no tener la posibilidad de llevar una vida próspera fuera de las actividades ilegales. Hace un tiempo leí un chiste donde un joven se acerca a su papá y le dice:
—ya se lo que quiero hacer.
—¿Qué?
—Quiero trabajar en el crimen organizado
—¿Público o privado?
Es obvio que hay un entendimiento de las maneras en las que el crimen puede ejercerse desde una actividad que tenga que ver con el trasiego de drogas, pero también puede hacerse desde el trasiego de influencias. Habíamos vivido en un país donde el 50 % de las nuevas fortunas venían desde la política.
No era necesario tener ningún talento, solo ser hijo de, o amigo de, como se ha comprobado hasta la saciedad. Esos mismos, los famosos huérfanos del presupuesto, los grandes sembradores del odio, nos anuncian que hemos cometido un error monumental, hemos alterado el orden natural de las cosas, casi casi nos conminan a pedirles perdón y regresarles el presupuesto, más intereses, por todo lo que han perdido en este sexenio.
Pero, y aquí viene el gran pero, las grandes transformaciones sociales son irreversibles, y los actores del viejo régimen, irrelevantes. Se llama para efectos prácticos, la derrota en la guerra cultural. Y esta tiene varias vertientes. La primera y principal tiene que ver en lo económico. Había una clase alta que consideraba que pagar impuestos era de pobres, que el presupuesto habría de dividirse entre empresarios y políticos, y que los pobres tenían que mantenerse en esa clase.
Por ello intentaban hacer del país una gigantesca maquiladora, sin derecho al retiro, firmando la renuncia cada mes mediante el outsurcing, y que las jornadas de trabajo fuesen más largas porque así debía de ser. Alguien que gasta la mayoría del día intentando sobrevivir no tiene tiempo para cuestionar el sistema.
El aparato ideológico del estado neoliberal trabajaba sin descanso para proveer la percepción de que si trabajabas lo suficientemente duro podrías acceder al siguiente peldaño en la escala social lo cual era totalmente falso.
Un niño que no tiene siquiera para alimentarse difícilmente obtendrá una buena educación.
Al final, nos damos cuenta, que un discurso caduco ya no tiene cabida en un país que ha dado un gigantesco salto cualitativo.
Queremos una sociedad más justa porque allí está nuestro futuro. Queremos que nuestra juventud vuelva a tener esperanza.
Y por eso estamos trabajando. La derecha perdió la guerra cultural con un pueblo organizado, que armado con una simple credencial de elector, les ha dicho, el país nos pertenece. Y no se los devolveremos.
Sigue a Ramiro Padilla Atondo en Twitter como @ramiroatondo