«Y en cuanto el gobernador empezó a gritar sus vivas, la raza más lo abucheó al acordarse del IVA». Llévele lévele, calaveras incisivas, calaveras subversivas para solaz de los hambrientos y la bilis de los hartos
Presentamos en exclusiva para Regeneración dos calaveras que, más allá de la aparente dedicatoria, bien se pueden ajustar a cualquier político prepotente y autoritario de la actualidad
Foto: facebook.com/fernandamotolinia
Por un ruido en la azotea
tuvo Duarte muerte fea
Desde la noche del Grito
un fantasma lo seguía,
cuando estaba en el Palacio
a cada rato lo oía.
El nerviosismo creció
cuando en la casa oficial
comenzó a tomar presencia
aquel ente gutural.
Lo más raro del asunto
es que nomás él lo oía,
ni uno de los achichincles
sabía de lo que ocurría.
Más aún le preocupó
que incluso estando dormido
empezó a escuchar por dentro
aquel desgraciado ruido.
En su quehacer cotidiano
nada cambió al parecer
seguía con intensas giras
y una vida a todo tren.
Pero por cruel sortilegio
en eventos concurridos
resonaba en su cabeza
aquel sonoro zumbido.
Todo era que se juntaran
más de trescientas personas
para empezar a escuchar
aquellas ondas sonoras.
Curiosamente en los actos
del Congreso y coctelitos
solamente se escuchaba
un coro de pajaritos.
Allí todo era armonía
como música de nota,
y los cantos que surgían
eran de miel dulce gota.
En su oficina tampoco
se presentaba el misterio,
sólo escuchaba alabanzas
de su grande ministerio.
Pero si salía al balcón
la cosa se ponía mal
pues empezaba el sonido
como sobrenatural.
En el avión, con el ruido
que las turbinas hacían,
mezclados los decibeles
la preocupación cedía.
Muchos con esto explicaban
sus viajes y distracciones
por lo bien que le sentaba
el ruido de los aviones.
Más la dicha no es eterna
y cada vez que bajaba
aquel ronroneo chocante
todo el ambiente inundaba.
Muy sacadísimo de onda
fue a la Zona del Silencio
pero hasta allá lo siguió
aquel sonsonete necio.
Consultó a grandes doctores
y al Brujo de la Reforma
pero nadie podía hallarle
al cuadro clínico forma.
Le revisaron a fondo
el aparato auditivo,
nunca vieron nada raro
que fuera causa o motivo.
Recurrió a una naturista
quien le bajó buena lana
nomás para recetarle
que consumiera manzana.
Con las cartas del tarot
nunca encontró nada cierto
sólo aparecía un fantasma
con su sábana cubierto.
En esotérica esfera
vislumbraban una pista
pero volvían a escucharse
ruidos como de ventisca.
Francamente preocupado
acudió al psicoanalista
quien, dada su investidura
lo adelantó de su lista.
La terapia era nombrar
lo que a su mente venía
cuando el doctor le mostraba
dibujos o alegorías.
Le mostraron una vara
y el góber dijo “bambú”
y al observar a un soldado
pronto contestó “Mambrú”.
Miró un mapa en pergamino
y mencionó “Nictambú”
le enseñaron fino lienzo
y atinó a decir “tisú”.
Ante un dibujo de Tobi
César contestó “Lulú”
y al ver un reloj antiguo
rápido exclamó “cucú”.
Una vaca en la pradera
le inspiraba a decir “muuu”
y cuando vio una paloma
dijo “cucurrucucú”.
La rimada coincidencia
a doctores destanteaba
porque todas las palabras
con letra “u” terminaban.
Por último, miró a un indio
de inmediato dijo “Ju”
y ante una toalla con ojos
todo mundo gritó: ¡Buuuh!
Ahí descubrió el psiquiatra
causa de tal fijación:
era campaña orquestada
por la azul oposición.
A doquiera que llegaban
empezaban a abuchearlo
y ese motivo a la larga
terminó por enfermarlo.
Cuando iba a diagnosticarlo
el doctor con gesto adusto
notó que el gobernador
ya se había muerto del susto.
Así acabó César Duarte,
el creador del Vivebús;
ciento treinta mil fantasmas
le siguen gritando ¡Buuuh!
***
CALAVERA DE DUARTE Y EL GRITO
La noche más mexicana
escogió doña Catrina
pa’ gritar su frustración
y echar afuera la muina.
Así reaccionan las masas,
muestran su inconformidad,
y aprovechan el tumulto
para gritar la verdad.
Todo iba de maravilla,
los artistas deleitaban
a la magna concurrencia
que la fiesta disfrutaban.
Los tragones se formaban
en la fila de los nachos,
y las damitas bailaban;
nunca entraron los borrachos.
Impecable vigilancia
y mejor comportamiento
hicieron que todo mundo
disfrutara del evento.
Las pantallas instaladas,
los cantantes y sus rolas,
permitió a todos bailar
sin que se formaran bolas.
En Palacio, la selecta
concurrencia degustaba
(ellos no son borrachines,
son gente muy animada).
Duarte tomó la bandera
y se dirigió el balcón,
esperando de la gente
el aplauso aclamador.
La raza en cuanto lo vio
lanzó rechifla sonora,
y cuando aquel saludó
empezaron de maloras.
Y en cuanto el gobernador
empezó a gritar sus vivas,
la raza más lo abucheó
al acordarse del IVA.
Cuando quiso rematar
con lo de “Chihuahua vive”,
la raza más se enojó
como si le echaran chile
En intenso “buuu” se oyó
con fuerza avasalladora
y al ángel estremeció
su fiereza atronadora.
La transmisión de la tele
en actitud conejera
le quitó el audio al programa
para que nadie lo oyera.
Mas pecaron de ignorancia,
porque el público real
era el que estaba en la plaza
y eran un titipuchal.
Ciento treinta mil gritones
abucheando al mandamás
rebasan cualquier audiencia
a tal hora y tal canal.
Aquí se impone la frase
que dice sin mucho enredo
que nadie puede tapar
el Sol con un solo dedo.
El termómetro en polaca
es aplauso o es rechifla,
ya sea que guste el discurso
o que hables como Cantinflas.
Los político lo sienten,
lo mismo que lo cantantes,
pues la gente ya se hartó
de tanta grilla arrogante.
A la mitad del sexenio
siempre aparece el declive;
habrá que modificar
la frase “Chihuahua Vive”.
Y reforzar el camino
desandar lo mal andado,
pa’ no acabar como todos
en gobierno repudiado.
Y quitarles el glamur
a inútiles asesores
pa’ ponerlos a chambear;
ya no más simuladores.
Habrá que apretar las tuercas
a funcionarios güevones
enquistados en la corte
por sus puras ambiciones.
Llegan como semidioses
en lugar de servidores
y contratan lisonjeros
que sirven de aduladores.
Todo esto decía la Parca
como pidiendo un deseo
ya que su misión era otra:
llevarse a estos bandoleros.
La Flaca, muy enojada,
seguía con sus trompetillas
aunque tronaran los cuetes
y todo era algarabía.
Nuestro cielo chihuahuense
se quebraba en mil colores
y retumbaban los pechos
entre truenos y fulgores.
La Catrina grite y grite,
aunque nadie la escuchaba,
escupiendo vituperios,
al Palacio señalaba.
Cuando acabaron los cuetes
y siguieron las canciones,
nuestra Talaca, enclochada,
lanzaba más maldiciones.
Sin soportar ya la tirria,
en Palacio hizo redada,
mientras la gente en la Plaza
continuaba su cantada.
Los gobernantes terminan,
el pueblo es el que perdura,
nada más los estadistas
trascienden la prueba dura.
Políticos verticales,
enanos avorazados,
terminaron siendo ricos
pero fueron olvidados.
La Plaza quedó vacía,
la raza muy encantada,
pero la Flaca no se iba,
¡Seguía lanzando mentadas!
Muchos preguntaban quién
abucheó al gobernador…
Y la Talaca reponde:
¡Fuenteovejuna, señor
Las calaveras literarias son una tradición del pueblo de México a través de la cual se ejerce el pensamiento crítico, y se transmiten de generación en generación conocimientos y el saber popular; A través de las calaveras literarias, los cronistas del pueblo han documentado el abuso de los poderosos durante décadas.