En estos tiempos en que los hombres y mujeres buenos que luchan por la libertad son acusados de irresponsables y criminales, conviene recordar aquellos otros tiempos en que el más feroz tribunal formuló acusaciones semejantes en contra de los independentistas.
Luego de haber decretado la abolición de la esclavitud y reforzado la lucha por la independencia, Miguel Hidalgo fue objeto de persecución por el Tribunal de la Inquisición. Este le acusaba de hereje, loco, ateo y criminal. Con suavidad y firmeza, Hidalgo respondía ante sus conciudadanos: “Todos mis delitos traen su origen del deseo de vuestra felicidad; si éste no me hubiese hecho tomar las armas, yo disfrutaría una vida dulce, suave y tranquila, yo pasaría por verdadero católico, como lo soy, y me lisonjeo de serlo; jamás habría habido quien se atreviese a denigrarme con la infame nota de la herejía.” Y, enseguida, señala con agudeza inigualable:
Los opresores no tienen armas, ni gentes, para obligarnos con la fuerza a seguir en la horrorosa esclavitud a que nos tenían condenados. ¿Pues qué recurso les quedaba? Valerse de toda especie de medios por injustos, ilícitos y torpes que fuesen, con tal que condujeran a sostener su despotismo y la opresión de la América: abandonan hasta la última reliquia de honradez y hombría de bien, se prostituyen las autoridades más recomendables, fulminan excomuniones, que nadie mejor que ellas saben, no tienen fuerza alguna; procuran amedrentar a los incautos y aterrorizar a los ignorantes, para que espantados con el nombre de anatema, teman donde no hay motivo de temer.
Hidalgo convoca a la unidad de los americanos para romper “estos lazos de ignominia con que nos han tenido ligados tanto tiempo.” Y propone la formación de un Congreso de representantes de todas las ciudades, villas y lugares para que dicte leyes “suaves, benéficas y acomodadas a las circunstancias de cada pueblo….” La emancipación es una aspiración antigua pero no por ello menos vigente.
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