#Opinión: La privatización de la Historia y de la opinión pública

Por Ramón Cuéllar Márquez

RegeneraciónMx.- Llegué a pensar que era cierto, que había llegado el fin de la Historia como pregonaban a principios de los noventa los intelectuales orgánicos. Trataba de entender cómo es que la dialéctica espiral de los hechos sociales se había detenido o quizá ralentizado. De pronto introdujeron nuevos conceptos como posmodernidad, sociedad civil, organizaciones no gubernamentales, ecologismo, derechos humanos. Recuerdo al poeta chileno Hernán Lavín Cerda preguntarnos en clase: “¿Derechos humanos para qué? ¿Somos exclusivos con respecto a otras especies? ¿También habrá los derechos de las hormigas? ¿No es estar vivo un derecho, en sí mismo, de cualquier ser viviente?”

Parecía que en efecto ya no era necesaria la lucha social ni la Historia, que todo lo solucionarían esas organizaciones alternas desde sus respectivas posturas e intereses; es más: el Estado como institución rectora de los destinos de una nación era fútil porque la mano invisible del mercado lo resolvería todo, junto con las “instituciones apartidistas”, pero privadas ⎼un Estado paralelo⎼, que actuaban en función y beneficio de la clase económica y política. Lo que no se decía, era que esas “luchas de la sociedad civil” se hacían con recursos públicos del Estado ⎼que negaban en el discurso, pero en los hechos saqueaban⎼ y se repartía a diestra y siniestra a quien los solicitara, con la única “condición” de que fuera “sin fines de lucro ni políticos” y que estuvieran legalmente constituidos como asociaciones civiles para que pudieran “bajar recursos”. Si algún personaje de la élite caía en desgracia bastaba con que fundara una asociación para que de inmediato tuviera presupuesto asignado.

Pero hemos regresado al origen: la Humanidad sí se mueve y no fue el fin de la Historia. Nunca lo fue, la desesperanza nos hizo creer que no tenía sentido el pensamiento crítico, que todo debía centrarse en el individualismo, basados en libros de “filosofía empresarial” y de autoayuda. Hubo un tiempo en que nos parecía que la vida cotidiana se había reducido a telenovelas, programas cómicos donde se denigraba y estigmatizaba la marginación social, el color de piel, la pobreza, el origen étnico, la edad y la orientación sexual. Los programas de “opinión” estaban en manos de unos cuantos comentaristas que “analizaban” la realidad del país sin afectar los intereses de los medios donde hablaban ni de los anunciantes publicitarios, especialmente del Gobierno, su mayor cliente. Esos medios e individuos ⎼periodistas⎼ crecieron económicamente tanto, que se hicieron millonarios.

Durante décadas fueron dueños de la opinión pública, controlaban lo que se decía y lo que no debía saberse. No había réplica y rara vez daban ese derecho, aunque estuviera estipulado constitucionalmente. No se podía dialogar o debatir con la televisión o la radio: era una relación unidireccional y unidimensional con el televidente (¿quién no se peleó en su casa con el televisor a gritos sabiendo de antemano que no habría una respuesta?). Había casos excepcionales donde se “otorgaba” una contestación cuando ellos decidían, si era conveniente y era útil a sus intereses. ¿Por qué habrían de compartir la industria de la opinión si ellos eran los dueños? Si querías opinar debías pagar o si querías recibir beneficios, debías apegarte al guion comercial de la comentocracia, dueña y señora de la República simulada de la opinión pública. Eran como cuando hablan de “la comunidad internacional”, que se reduce a cinco o diez países; así ellos eran “la comunidad intelectual”, un grupito de unos cuantos “empresarios léxicos y sintácticos” que sentenciaban el pensamiento público desde su pedestal inamovible y redituable.

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El secuestro de la palabra era una realidad sobre el terreno de los hechos. Si querías destacar culturalmente debías pertenecer al selecto grupo de la elite intelectual mexicana. Si no era así, estabas medio muerto y terminabas desapareciendo del espectro o bien si la terquedad y el amor al arte era muy fuerte, seguías adelante por un sentido de la vida más que por tener reconocimiento de algún tipo. No demerito los logros de muchos, auténticos y bien ganados, se aplauden los esfuerzos, pero algo nos ocurrió en el camino que los premios, becas, viajes, canonjías y mimos se volvieron más importantes que la propia actividad de hacer arte, historia, filosofía, literatura. He escuchado a poetas y narradores hacer berrinches públicos con tal de que les den lo que exigen casi como un privilegio divino.

Acceder a la élite cultural por supuesto que era una cuestión de castas, color de piel, familias acomodadas o recomendados. “Hasta en la Literatura hay razas”, escuché alguna vez en los noventa. La rebatinga por esos premios, becas, etcétera, se volvió una lucha de egos y relaciones públicas. Hasta los escritores/as consagrados/as combatían entre ellos para ver quién tenía los mejores conectes, la simpatía y aceptación de los dioses culturales y políticos. Si ellos te admitían, tenías garantizada una producción próspera, tranquila y sin sobresaltos, en especial económicos.

No obstante, ese ciclo se ha cumplido. Terminó. Los grupos que se adueñaron de la voz pública, que privatizaron la opinión, que hicieron de la vida cotidiana una dictadura disfrazada de democracia, están muriendo, llegando al final de su ciclo. Se resisten a desaparecer, no están dispuestos a dejar ir el negocio que les costó treinta años para que fuera rentable. Hacen desplegados como abajofirmantes, señalan con dedos flamígeros, chantajean, mienten, hacen correr rumores, insultan, montan en cólera, acusan de que “la libertad de expresión está bajo asedio”, se autodenominan “intelectuales”, quieren seguir determinando que ellos llevan la voz cantante, que deciden el rumbo del país, en especial de las ideas y creencias para que no exista la memoria histórica. Ellos se creen los creadores del pensamiento moderno, pero en realidad son los que hicieron de las ideas una fábrica inconmensurable, una tienda de noticias, un mercado de ideas insustanciales, cuyos cimientos controlaban para que los políticos a su vez controlaran el erario. Era el negocio redondo y perfecto.

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Así que no, no fue el fin de la Historia, más bien la habían convertido en una empresa privada. El fin fue hacerla lucrativa. Sin embargo, ese control cultural hoy se derrumba frente a sus ojos porque miles de narradores, poetas, artistas plásticos, actores y actrices, cronistas están cuestionando, impulsando para que abandonemos el sistema de castas culturales que establecieron bajo el disfraz de la crítica liberal y el arte posmoderno. Su discurso empantanado y caro ha perdido convocatoria —nunca lo tuvieron, más que entre ellos, pero vendían bien la idea de que eran la vanguardia y de que su palabra era incontrovertible.

Por otro lado, el llamado cuarto poder, sin la enorme influencia que tenía antes, ahora se enfrenta a un nuevo periodismo y a una nueva sociedad que siempre fue inteligente, pero hoy más informada, unida con el conocimiento y las redes sociales, que aunque nunca tuvo derecho de réplica, hoy vive en un país que comienza a estrenar sus primeros pasos hacia una vida democrática y participativa, con sus deficiencias y errores, donde la palabra es un organismo vivo, respirando por cuenta propia, sin soportes artificiales ni en compra-venta. La dictadura de una crema y nata cultural está desfalleciente, vemos sus estertores y gritos como almas en pena que no se han dado cuenta de que ya son meros fantasmas que no asustan ni les hacen caso ⎼salvo aquellos que todavía se aferran a la burbuja que les inflaron para hacerles pensar que esa era la realidad del país⎼ porque hemos adquirido nuestra mayoría de edad por derecho propio.

Balandra: El maestro Antonio Helguera ha partido, pero deja atrás una cauda de enseñanza y conciencia social. Descansa en paz, querido monero.

* Nació en La Paz, en 1966. Estudió Lengua y Literaturas Hispánicas en la UNAM. Actualmente se desempeña como locutor, productor y guionista en Radio UABCS. Ha publicado los libros: La prohibición del santo, Los cadáveres siguen allí, Observaciones y apuntes para desnudar la materia, Los poemas son para jugar, Volverá el silencio, Los cuerpos, Indagación a los cocodrilos, Los círculos, y De varia estirpe.