Por Gloria Serrano/ Homozapping*
Hay dolores que nunca terminan, solo se transforman. Tormentos como el de los llamados falsos positivos en Colombia que derivaron en “Así se fabrican guerrilleros muertos”, la escandalosa investigación del periodista español Ander Izaguirre que ahondando en las ejecuciones extrajudiciales, obtuvo el Premio Europeo de Prensa 2015. Angustias perennes como las que surgieron, hace 39 años, del último gobierno militar en Argentina y que dieron origen al texto “El periodismo que narra la memoria” de María Eugenia Ludueña, dedicado a la incansable batalla que dignamente han dado las Madres y Abuelas de la Plaza de Mayo. Suplicios que desgarran la carne y que difícilmente podremos imaginar, como el que viven, ahora, los padres de los 43 estudiantes de la Escuela Normal Rural “Raúl Isidro Burgos” de Ayotzinapa, desaparecidos hace 9 meses.
Es el pesar de la tragedia mudado en una caravana itinerante que ha recorrido kilómetros y kilómetros de territorio nacional para recordarle a los mexicanos y exigirle al gobierno, lo que se resume en una frase: “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”. Un agobiante tropel que el fin de semana pasado llegó al sureste, gracias al abrazo fraterno del Congreso Nacional Indígena (CNI), “la casa grande, de puertas abiertas para todos los pueblos indios de México”, el que dice estar en contra de las Reformas Constitucionales emprendidas durante este sexenio, el mismo que manifiesta, rotundo, su histórica demanda de que los Acuerdos de San Andrés sean reconocidos tal como se firmaron, así como su deseo de enlazar y no aislar las diversas luchas sociales que ocurren actualmente en esta nación, suscitadas tras décadas de abandono y falta de oportunidades para ese México profundo, esa civilización negada a la que el antropólogo Guillermo Bonfil Batalla dedicó un libro entero y la que hizo del escritor Carlos Montemayor un luchador social y activista comprometido con las causas indígenas.
Es ese sufrimiento que abruma, mitigado por una misa que se realiza el domingo 21 de mayo, Día del Padre, en la austera Capilla San José Obrero en la colonia San José Tecoh, en Mérida, Yucatán. Son dos sacerdotes celebrando un oficio cargado de indignación intensa, ante la dificultad que experimenta la población al tratar, inútilmente, de distinguir entre el gobierno y el crimen organizado. Es la sombra de la irritación reflejada en la lectura de la carta en la que Juan de la Cruz Puc, el cristo indígena que llegó a residir a X-Balam Nah (La casa del jaguar), exige que se cumplan los acuerdos de paz. Son los cantos religiosos con los que se cubre el silencio, la sencilla ofrenda dedicada a los 43 que ha sido colocada frente al altar, los 5 niños vestidos de monaguillos, “los que siguen”, “los que acompañan” el servicio, y son las miradas apagadas pero firmes de Cristina Bautista, Tomás Ramírez y Bertha Nava, los que llegaron desde Guerrero para decirle a esta otra comunidad, que necesitan de su apoyo para contrarrestar tanta desgracia.
Son las palabras de Omar García, el normalista que se niega a olvidar: “Toda la recepción en donde quiera que nos hemos parado ha sido buena, muy emotiva y solidaria. Creo que este movimiento ha movido a muchísimas personas, sobre todo porque no hay otro interés más que encontrar a nuestros compañeros. Nuestro ánimo crece y se reaviva cada vez que nos encontramos con la gente. Y el tiempo no ha minado la esperanza, la fuerza; si estuviéramos solos ya nos hubiéramos caído, pero aquí reunidos es donde encontramos nuevas fuerzas, es como si nos renováramos otra vez, eso es lo que nos mantiene como estudiantes y como padres de familia. Y pues vamos a seguir por algunas comunidades de Yucatán, luego a Campeche, a Veracruz y continuaremos recorriendo el país. No somos un partido político y la gente, más allá de los colores, ha encontrado en este movimiento eso que había perdido, la solidaridad, la sensibilidad”.
Es la enérgica voz de Bertha Nava, madre de Julio César Ramírez Nava, joven originario de Tixtla quien perdió la vida aquel viernes 26 de septiembre de 2014, cuando un grupo de desconocidos disparó contra los normalistas: “Yucatán nos recibe bonito porque nosotros no estamos cometiendo ningún delito, como dice Peña Nieto. No es un delito buscar 43 vidas y estamos en busca de estos muchachitos porque tienen que regresar a la escuela, tienen que regresar con sus hijos, hay niños que los están esperando y no vamos a parar. El objetivo es que todos sepan lo que nos está pasando, cómo nos está reprimiendo el gobierno que a cada paso que damos, ahí está su gendarmería, hasta la marina. No sé en qué momento nos convertimos en un peligro, pero si es así, si es un peligro que le abramos los ojos a la gente, pues aquí estamos y vamos a seguir hasta donde se pueda. Mientras tengamos vida vamos a seguir hablando con la verdad”.
Hay dolores que nunca terminan, solo se transforman. Es Ayotzinapa que se ha trocado en un conversatorio que se efectúa en cierto salón de fiestas a unos cuantos pasos de la Capilla San José Obrero. Hasta este lugar llegan alrededor de cien personas entre vecinos, activistas, colectivos independientes, algunos medios de prensa y ciudadanos que se han solidarizado con la pérdida, con ese sobrecogedor vacío que en estos momentos no deja vivir a 43 familias y que, sin duda, no dejaría vivir a nadie que lo padeciera. Es el comentario de Geni: “Estoy aquí porque esto es algo que a todos en el país nos impresionó, una injusticia que nadie aclara. En Yucatán mucha gente ignora las cosas que pasan, piensan que acá vivimos tranquilos y no se dan cuenta que poco a poco esto nos va llegando y nuestros hijos van creciendo sin que sepamos cuál va a ser su destino”.
Acompaña esta caravana Jacinto Flores, miembro del Congreso Nacional Indígena. Tras la participación de Russell Peba, del Congreso Nacional Indígena de Yucatán, la primera en hablar es Cristina Bautista Salvador, madre de Benjamín Ascencio Bautista, desaparecido. Cristina, originaria del municipio de Ahuacuotzingo, Guerrero, describe a su hijo como un buen muchacho y recuerda que juntos elaboraban pan y vendían pozole. De vez en cuando cierra los ojos, como si primero lo dibujara en su mente para poderlo narrar al tiempo que se dirige a los asistentes. Le sigue Tomás Ramírez, padre de Julio César y esposo de Bertha Nava. Él habla con la humildad del que busca un soporte para descansar y con la tristeza del que va tras la verdad, a sabiendas que eso no le devolverá a su hijo. Uno de los reclamos de Tomás es hacia los medios de comunicación que “se olvidaron de Ayotzinapa porque ellos ya se llevaron su noticia”. Otro más, entre lágrimas, hacia la indiferencia del gobierno en todos sus niveles.
Es el turno de Doña Bertha, cada aseveración es un golpe que hiere a quien la escucha; un testimonio mínimo pero gigantesco, que da cuenta de la agonía de una madre transmutada en rabia. Ella explica su versión de lo ocurrido en Iguala, pero también habla de esa pobreza que los obliga a elegir entre comida o ropa, del poder del narcotráfico que “avienta dinero y el gobierno lo recoge como si fuera un perro” y del cautiverio que viven en su propio pueblo. Sus sentencias cimbran a los presentes: “Nosotros no tenemos dinero pero tenemos mucha dignidad, la dignidad del estudiante que no se vende. (…) Yo con gusto hubiera dado la vida por mi hijo y por cualquiera de estos muchachitos porque no traemos hijos al mundo para que los maten. Yo parí un hijo para verlo crecer”, dice y el desconsuelo de escucharse a sí misma la hace llorar, pero aún así continúa: “No señores, nosotros no somos conejos para estar pariendo hijos y que nos los estén matando a cada rato. No es necesario tanto dolor…no sé cómo seguimos sobreviviendo, es un dolor inmenso. Me falta un hijo y nos faltan 43. Nadie sabe lo que pesa el morral, solo el que lo va cargando”.
Cierra este diálogo Omar García: “Quiero decir algunas cosas que son necesarias para que se comprenda el problema actual. La investigación ha sido irregular desde el principio. El 6 de octubre trataron de entregarles a los padres 28 cuerpos y el gobierno estatal y federal afirmaba que esos eran nuestros compañeros, pero con las muestras de ADN extraídas por el equipo de médicos forenses argentinos, se concluyó que no eran ellos. Después dijeron que estaban calcinados en un basurero, esa versión la comenzaron a construir el 7 de noviembre. Nosotros creemos que más que una salida real al problema, lo que buscaban era una solución mediática y política que hiciera que las personas pensaran que esto ya había terminado. Estamos acostumbrados a obtener información solamente de la televisión o de algunos medios, más los mexicanos y latinoamericanos que somos muy telenoveleros, que todo le creemos a la televisión en lugar de ponernos a pensar un poco más en la situación. Por eso el gobierno tenía prisa por dar una versión rápida que apagara la solidaridad de la gente hacia las familias y que a partir de ese momento las personas comenzaran a preguntarse qué hacen los padres de Ayotzinapa en las calles si sus hijos se murieron, si ya el gobierno dijo que son ceniza”.
Omar se cuestiona cuándo fue que nos quitaron el espíritu, los valores humanos. Cuándo que nos despojaron de nuestro amor de hermanos y en qué momento lo lograron. El joven sensible evoca a una burra que durante tres días estuvo cuidando a su cría muerta; el estudiante indignado regresa al tema de las desapariciones forzadas haciendo referencia a las dictaduras militares en Argentina, Chile, Brasil, Guatemala y El Salvador. “Le quieren echar la culpa al narcotráfico, pero recuerden que hace unos años culpaban de todo al chupa cabras. El gobierno, según las circunstancias, va encontrando culpables. Entonces cualquiera puede ser asesinado o extorsionado porque fue el narco y no se puede hacer justicia. Esto es lo que estamos viviendo, pero tenemos que empezar a transformar el país. En nuestros recorridos hemos encontrado mucha gente que quiere que esto cambie, pero no quiere participar en el cambio porque nos gusta más el chisme que la participación. No señores, estamos hablando de un problema serio, por eso es que más allá del aula tenemos que enseñar a leer la realidad. Cuando el maestro relaciona su tema con la vida cotidiana, entonces sí está enseñando. Es muy importante relacionar las cosas para entender cómo funciona este mundo y por qué lo hacen funcionar así. Y una cosa más, nosotros no somos delincuentes, aunque lo hubiéramos sido, para eso están las leyes. En ningún artículo de la Constitución dice que al estudiante que organice una marcha se le desaparecerá”.
Sin pensarlo demasiado, Omar realiza un esbozo del panorama nacional actual, retratando con agudeza el semblante de la migración, el desempleo, el desplazamiento de comunidades enteras y otros tantos conflictos que en su enormidad han acabado por empequeñecer a la sociedad mexicana. Es Ayotzinapa y las distintas metamorfosis de un dolor generalizado que prevalece en este suelo, la mudanza de los que piensan que algo debió ser de otra manera, de los que andan el hoy trabajando para que exista un mañana, a pesar de que la certidumbre parezca desterrada de nuestra geografía. Son los que se liberan de este peso comunicando, los que desesperados gritan sin importar que nadie responda. Es, en resumen, la paulatina evolución que han sufrido quienes aún consideran importante una vida y no descansarán, lo dijeron, hasta encontrar el sitio exacto en que se encuentra.