Estos falsos representantes de la autoridad pareciera que están dispuestos a vender el alma por menos de un puñado de monedas (¿Judas otra vez entre nosotros?).
Por Víctor Flores Olea.
Regeneración, 7 de marzo de 2016.- La historia de los últimos asesinatos de jóvenes en México es la encarnación del horror, lo cual se dobló en la semana con la respuesta miserable del gobierno mexicano al documento de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en que se señala con apenas relativa energía, para vergüenza de México, el alud de crímenes, desapariciones forzadas, torturas, represalias impunidad, etcétera, que se producen en México con escandalosa regularidad.
En vez de reconocer las debilidades gubernamentales de fondo, que son evidentes para nuestra entera ciudadanía, de manera mezquina se nos habla de los débiles fundamentos del alegato de la comisión y de su exageración esencial. Básicamente, pues se dice que el informe es inexacto, por no utilizar la palabra mentiroso, y que las cuestiones allí tratadas no ocurren sino por excepción en México. Se trata, para resumir, de otro episodio del mítico autoelogio que se aplica a sí mismo ya incontables veces el gobierno mexicano y que es una de las razones centrales del desprestigio colectivo multitudinario que ha alcanzado, en lo nacional e internacional. Para estos efectos sí son tremendamente potentes las redes sociales.
En algún programa noticioso de televisión, en tono absolutamente contrario, se entrevistó a algunos de los padres de dos de los cinco jóvenes desaparecidos en Tierra Blanca, Veracruz, y es mayúscula la conmoción que causa el relato, la visita de placer a varios lugares del Estado, sus visitas a humildes comederos, la orden de alto y la inspección gratuita a que los obligó en la carretera un grupo de policías (¿eran ocho?) que los secuestraron y al fin de cuentas los liquidaron. Y después todavía los métodos escalofriantes de desaparición de los cuerpos, que nos hacen pensar seriamente en qué país vivimos. Por supuesto que hechos vandálicos como éste ocurren con demasiada frecuencia en México, lo que es negado por las autoridades que respondieron al informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Y el paralelismo, si no hubiera mucho más, con el caso de los 43 de Ayontzinapa, que le hubiera hecho caer la cara de vergüenza a cualquier gobierno decente, pero no: en nuestro país las autoridades niegan las evidencias y por esa misma circunstancia pareciera que encienden las luces verdes para que se reproduzcan impunemente estas tragedias. O en todo caso pareciera claro que les interesa más negar la realidad que tomar medidas efectivas para corregirla, o para impedir que en nuestro país sigan produciéndose en plena impunidad tragedias como esta. ¿Hasta cuándo?
Escribimos la palabra impunidad y tal vez haya que escribir otras como corrupción, prepotencia y complicidad. En efecto, estos falsos representantes de la autoridad pareciera que están dispuestos a vender el alma por menos de un puñado de monedas (¿Judas otra vez entre nosotros?). El salvajismo que les confiere una credencial o un nombramiento de tercera, y el encubrimiento que unos a otros se prestan para ocultar las hazañas más desdichadas. Sí, parece ser el país que vivimos, porque en esta situación la sociedad entera se siente en el último de los abandonos y las fragilidades.
Sí, muy estrictas las autoridades para eliminar mediante exámenes y otras pruebas a los malos maestros, pero ¿existe un equivalente remoto para la selección de las autoridades del orden público? Por los resultados y efectos pareciera que no, sin importar que la sociedad siga viviendo en el terror al que parece confinada. Bueno, cada gobernante escoge su destino y este miserable parece ser el ya seleccionado por Peña Nieto como marca de su sexenio (sin desconocer que el problema se acumula ya seguramente de varias administraciones, y que no es de fácil solución, pero aceptemos que es piramidal y que, por lo que se observa, abarca seguramente a la casi entera pirámide de la autoridad. Y lo peor: no parece hacerse nada eficaz; al contrario, el tiempo se deja correr y los asesinatos se suman a los asesinatos).
Por supuesto, no deseo ser exclusivista en estas materias. En Estados Unidos se producen también con aterradora frecuencia crímenes de los agentes de la autoridad, lo cual elimina a ese país del puesto en que se ha autodenominado casi como maestro y consejero universal. Nada de eso. También allí abundan estos espantosos crímenes, con el agravante de que en muchos están presentes también los ingredientes del racismo y la homofobia, que le añaden problemas al problema.
Pudieran por supuesto mencionarse muchos otros países del globo en los que está presente esta violencia indiscriminada, pero no es el propósito de estas líneas hacer comparaciones, que resultan bastante siniestras, sino subrayar la necesidad de que en México pudiera imperar alguna vez la integridad social con el recto cumplimiento de las normas por parte de las autoridades.
Vivimos por eso uno de los momentos más lamentables de nuestra historia moderna: violencia, corrupción e impunidad sumadas, que convierten al panorama nacional en uno de los más tristes y sobrecogedores de la historia moderna del país. Y ante ello una parálisis escalofriante y culposa que de todos modos un día será cobrada por la sociedad mexicana. ¿A qué precio? Como van las cosas, al más alto que sea posible imaginar.
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