Una de las razones por las que el gobierno de Salinas se embarcó en la aventura del TLCAN tenía que ver precisamente con la necesidad de consolidar el modelo económico neoliberal que se estaba imponiendo en México. Los personeros del régimen sabían que cambiar la legislación mexicana sobre cualquier tema económico siempre podría considerarse como un objetivo alcanzable. En cambio, volver a negociar con Estados Unidos y Canadá los términos del TLCAN sería fácil de presentar como una tarea imposible de acometer.
Sin embargo, los tratados comerciales han sido siempre el juguete de las grandes empresas y grupos corporativos que han dictado sus términos. En el caso del TLCAN sólo tenemos que recordar que en el tristemente célebre cuarto de al lado
estaban haciendo cuentas los representantes de las corporaciones mientras sus amanuenses, presentados como tecnócratas del gobierno
, iban y venían acatando sus instrucciones. Y hoy que los términos del TLCAN ya no se juzgan adecuados, las reformas están a la orden del día.
¿Cómo se está redibujando el TLCAN? La respuesta es sencilla: con otro tratado internacional de comercio e inversiones. El nuevo Acuerdo Transpacífico de Asociación Económica (ATP) es el instrumento para redefinir los términos del TLCAN, aunque no en el sentido de promover los intereses de los pueblos de la región. Las negociaciones ya han ocupado siete rondas desde hace seis años e involucran a 12 países: el ATP promete transformar el espacio económico de la cuenca del Pacífico.
El nuevo tratado abarca los temas de comercio de bienes y servicios, compras del sector público, propiedad intelectual, inversiones, servicios financieros, política de competencia, propiedad intelectual y solución de controversias. Para no quedarse atrás en materia de cortinas de humo, incluye sendos acuerdos de cooperación en materia ambiental y derechos laborales. El TLCAN será transformado para adecuarse a las nuevas realidades de la economía mundial.
Uno de los temas clave en el TLCAN fue el de las reglas de origen que determinan el contenido nacional de los bienes sujetos a su régimen preferencial. Para la industria automotriz esas reglas eran relativamente fuertes: los vehículos y las autopartes debían tener 62.5 y 60 por ciento de contenido nacional, respectivamente, para acceder a las preferencias que establecía el TLCAN. Hoy en el marco de las negociaciones del ATP los negociadores de Japón y Estados Unidos están contemplando reducir esos niveles a 45 y 30 por ciento para autos y autopartes, respectivamente. Es decir, un automóvil podrá ser importado libre de aranceles por Estados Unidos aunque la mayor parte de su contenido haya sido producido fuera del área del ATP. En realidad, un vehículo podrá tener acceso al régimen preferencial del ATP aún con un contenido mayor de componentes importados, pues 45 por ciento de contenido nacional incluye partes que sólo tienen 30 por ciento de contenido nacional.
Todo eso beneficia a los productores japoneses, porque su cadena de valor descansa en los componentes importados de países en los que el costo de la mano de obra es inferior, como China, Tailandia o Indonesia. Estados Unidos quiere a cambio un mayor acceso al mercado japonés de productos agropecuarios. Las consideraciones geopolíticas no están ausentes: Estados Unidos también busca frenar las pretensiones chinas en el Pacífico occidental.
Pero esas reglas se aplicarán a toda la región. La estructura de la industria automotriz en América del Norte estuvo marcada por las reglas de origen del TLCAN. Todo eso cambiará radicalmente e intensificará el proceso de desindustrialización en toda el área del TLCAN. El paisaje económico en el que operan la industria automotriz y la de autopartes será rediseñado drásticamente, con graves implicaciones en materia de inversiones, creación de empleo y la balanza comercial. Pero no es lo único que cambiará con el ATP.
Este nuevo acuerdo traerá consigo un endurecimiento del absurdo sistema de solución de controversias
(en el que las empresas tienen todas las de ganar frente a los gobiernos), así como en las reglas de propiedad intelectual, compras del sector público y varios cambios importantes para el comercio de productos del sector agropecuario. El ATP es un complemento de la estrategia de Estados Unidos para terminar por desmantelar los últimos apoyos para los pequeños productores agrícolas en el marco de la Organización Mundial de Comercio. El castigo adicional sobre el campo mexicano no será menor.
Los acuerdos comerciales son transformaciones completas de los espacios de rentabilidad del capitalismo neoliberal. Eso incluye profundos cambios sociales. El ATP lo confirma.
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