Regeneración, 24 de enero de 2016.- En la explanada del Colegio de Ciencias y Humanidades (CCH) Oriente de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) padres y madres de mil 400 muchachos escuchan atentos a un orador. Reciben información de las clases que sus hijos cursarán de enero a junio en las aulas de esta institución. Pero ni sus hijos son universitarios ni sus maestros son profesores de la UNAM. Los jóvenes están cursando la secundaria y quieren entrar al bachillerato. Alumnos de licenciatura y posgrado de la universidad que ofrecen su tiempo y conocimientos de manera voluntaria, los prepararán para el concurso de ingreso que se llama Curso Oriente.
Nely Macín, de 30 años y alumna de la Facultad de Economía, cuenta que en 2003 un grupo de estudiantes abrió un pequeño curso para ayudar a los aspirantes ingresar al CCH. “Tuvimos 35 alumnos aquella vez y las autoridades del plantel nos mandaron 10 patrullas cuando quisimos dar las clases. Prácticamente tomamos las instalaciones para trabajar”, recuerda. Trece años después las cosas han cambiado: las autoridades les prestan cinco edificios con 40 salones para que trabajen 16 sábados al año, y de unos pocos alumnos pasaron a tener hasta 5 mil solicitudes anuales para ingresar al curso. Eso sí, Nely Macín continúa de voluntaria.
Es una iniciativa estudiantil e independiente, puntualiza Pablo Gómez, de 27 años y alumno de la Facultad de Filosofía y Letras. “Nosotros lo gestionamos, lo convocamos y lo impartimos. Pero ya dejó de ser un proyecto de estudiantes y se ha vuelto una necesidad social. Vienen personas de Iztapalapa, de Ciudad Neza o Chimalhuacán; gente que no podría pagar por un curso privado para sus hijos”.
En la explanada, los padres de familia toman nota de lo que se les explica esta mañana: la demanda que tienen las instituciones de educación media superior en la ciudad de México y su área metropolitana, donde este año se espera que 325 mil jóvenes participen en el examen único de ingreso a los bachilleratos públicos; o las características del curso, que comienza a las ocho de la mañana, termina a las 14:30 horas, y comprende todos los temas sobre los que trata el concurso de ingreso. Sexo, drogas y rocanrol, díganles a sus hijos que eso no está permitido aquí, subraya el orador.
Para que no queden dudas explica a los padres que este curso es gratuito. Nadie los va a citar para pedirles dinero, ni depósitos a ninguna cuenta, les dicen.
A Nancy Mendoza, de 33 años, le da gusto que su hija Mary haya conseguido entrar al curso. Es que vienen muchos y sortean los lugares, así que tuvimos suerte. Este año 300 maestros –asesores los llaman ellos, Macín y Gómez– impartirán el curso. Pero por cuestiones de espacio no podemos atender a más aspirantes, explican. Y para que el ingreso al programa sea equitativo, sortean los mil 400 lugares que tienen disponibles entre los que atienden su convocatoria.
Los gastos, como fotocopias o marcadores, se solventan con donaciones. Los padres dan cinco, 10 pesos, lo que pueden. A veces también nos traen un chicharrón en salsa verde, dice Pablo Gómez.
Han analizado el desempeño de quienes pasan por este curso en el examen de ingreso al bachillerato que aplica el Ceneval. Con los números de folio de los registros oficiales de sus estudiantes, los universitarios saben cómo les fue. En los pasados cinco años salen con dos o tres puntos por arriba del promedio, afirman.
Uno de los motivos por los que han decidido ser voluntaria, dice Nely Macín, es que quiere que todos tengan derecho a la educación. Quiero que sepan que la historia no es una clase aburridísima, sino que conocer la historia sirve para transformar la realidad. Y que ellos pueden transformar la suya pasando el examen.
Gómez piensa que exámenes de selección como los del Ceneval discriminan a los que menos oportunidades tienen y los envían a escuelas lejanas o sin equipamiento. Y eso no es justo. Por eso trabajamos para que tengan una buena oportunidad.
(La Jornada)