A pesar de los serios cuestionamientos de las víctimas expresados en el Castillo de Chapultepec, Calderón se empecina en su mutifallida estrategia de “guerra al crimen organizado. Por eso la violencia también se enterca: tan sólo en junio hubo mil 143 homicidios dolosos en todo el país, para superar los seis mil en lo que va del año y los 41 mil de diciembre de 2006 para acá. (La Jornada, 1 de julio de 2011, nota de Gustavo Castillo y corresponsales). En Ciudad Juárez, el primer fin de semana de julio el número de asesinatos ascendió a 27, cifra que no se alcanzaba desde abril. En la ciudad de Chihuahua, se han disparado los homicidios de gente inocente: bebés, niñas y niños, madres de familia. Y luego del operativo de la Conago que, según la versión oficial logró recuperar 429 vehículos, el crimen organizado ha lanzado una andanada de extorsiones y ataques contra los lotes de autos usados hasta el punto de obligar a cerrarlos prácticamente todos. El gobierno sigue priorizando la captura de líderes de los cárteles, pero con esto propicia la fragmentación de las organizaciones criminales, que incursionan en una gran variedad de ilícitos, perjudicando más a las ciudadanas y los ciudadanos comunes y corrientes. (Eduardo Guerrero, en la revista Nexos, junio de 2011).
Por otra parte, las elecciones del Estado de México, Coahuila y Nayarit revelan, no sólo inercias, sino intensificación del deterioro de la política institucional: dispendio en las campañas, control corporativo del voto de los pobres; sujeción de los organismos electorales al gobierno en turno, empleo de los recursos públicos a favor de candidatos y partidos. Si bien el PRI no ganó más que los estados en que ya gobernaba, con sus triunfos del 3 de julio quiere imponer la percepción de que es inexorable el avance de su precandidato a la presidencia de la república, Enrique Peña Nieto.
Además de estos síntomas de deterioro democrático están la militancia de los medios electrónicos oligopólicos a favor de opciones políticas que les favorezcan, los cochupos en lo oscurito, ahora hechos públicos gracias al pleito de los antiguos compadres Elba Esther y Miguel Angel Yúnez y la impotencia (en muchos casos complacencia) de los organismos electorales para evitar trapacerías.
Si las dos tendencias anteriores persisten el 2012 apunta a la restauración priísta en un contexto de mayor violencia, ahora más dirigida contra la población. Elecciones en medio de una virtual guerra civil.
Para contrarrestar estas tendencias no basta con procedimientos meramente jurídicos, institucionales. Por ejemplo, no hay que hacerse ilusiones con el asunto de la Reforma Política. Aunque se logren aprobar las figuras de democracia participativa y de candidaturas independientes, de poco servirán si las malas prácticas predominan en el proceso electoral y la mayoría del congreso es ganada por el PRI y sus aliados. En Chihuahua dichas figuras existen desde 1995 y cuantas veces la ciudadanía las ha querido poner en práctica se ha topado con la negativa de la mayoría tricolor que mata en la cuna a la democracia directa.
Por eso hay que ir más allá para impedir la expansión de la violencia y la restauración autoritaria. Se requiere una amplísima y verdadera insurgencia cívica que conforme una dirección moral nacional, con capacidad de influir en la conciencia ciudadana no sólo con presencia simbólica-expresiva, sino con fuerza para impedir el control autoritario-plutócrata de los procesos políticos y sociales, y capacidad de incidir con eficacia en la toma de decisiones.
El Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, encabezado por Javier Sicilia ha abonado algo en este sentido. Con rapidez ha visibilizado a las víctimas, ha logrado un gran consenso entre amplios sectores de la población y una sólida autoridad moral, así como el apoyo de fuerzas tan significativas como el EZLN. Sin embargo, luego del diálogo de Chapultepec ha sido cuestionado por algunos sectores, y corre el peligro de desgastarse en los diálogos con los poderes y dejar de construir fuerza desde abajo. Es necesario que retome la iniciativa, y se convierta en el pivote o en la gran vertiente de una verdadera y multitudinaria insurgencia cívica que cambie dramáticamente la coyuntura hasta ahora favorable a las fuerzas violentas y antidemocráticas. Esto no puede hacerlo solo, sin tender lazos a otros movimientos que buscan, desde diversos espacios, refundar este país que nos están desmoronando.
Teniendo como horizonte la refundación de México sobre bases de justicia y dignidad, la tarea que se impone es invertir toda nuestra imaginación, nuestra inteligencia y nuestra generosidad en edificar la gran rebelión cívica-pacífica que detenga la violencia y el deterioro social y político. Los cómos habrá que irlos inventando, construyendo entre todos. Es momento de reconocernos, de apagar la tele y salir a las calles.
Por Víctor M. Quintana Silveyra
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