Arribaron quienes son las estrellas no oficiales de la pista: los corredores de fondo africanos. Su ritmo y resistencia eran tales, que, podían darle una vuelta completa a la pista mientras que otros corredores moderados a penas y completábamos un brazo de la misma…
Por Miguel Martín Felipe
RegeneraciónMx, 25 de septiembre de 2022.- Eran las 9:30am y me dispuse a ataviarme para el ritual que supone el inmolarse tres días a la semana por una causa justa: una salud medianamente aceptable.
La pista ya estaba poblada por corredores de distintos tamaños y edades; hombres y mujeres que, cada quien a su ritmo, se desplazaban por la pista con toda soltura.
«Sudas, te distraes y conservas una buena condición física», refiere Nidia González, una estudiante de 23 años dice acudir regularmente y darle seis vueltas a la pista.
Pude ver desde corredores evidentemente ocasionales, hasta aquellos que, por la indumentaria, reflejan ya tener en estos menesteres, nunca mejor dicho, bastante kilometraje. Con esto, me di cuenta, que pese al marketing rampante en materia de footing (término anglosajón con el que se nombra esta práctica), para la mayoría de personas esto implica mucho más que una simple moda.
El parque de los Viveros de Coyoacán es un pulmón en la zona sur de la Ciudad de México, lleno de árboles en cultivo y con ardillas como principal fauna. Su pista de 2.15 kilómetros de longitud y con forma cuadrada hace a diario las delicias de los capitalinos que pueden disfrutar de un aire de pureza aceptable mientras corren en un ambiente natural.
Sobre las 10:15 arribaron quienes son las estrellas no oficiales de la pista: los corredores de fondo africanos. Su ritmo y resistencia eran tales, que, podían darle una vuelta completa a la pista mientras que otros corredores moderados a penas y completábamos un brazo de la misma.
«Entrenamos en altura para ganar resistencia y así correr maratones», dice en un español un tanto atropellado François M’bala, uno de los dos cameruneses que al resto de corredores nos hacen sentir poco menos que caracoles con su grácil paso de gacela al recorrer la pista. Sin duda, sorprende ver cómo su fenotipo está diseñado para las actividades físicas de alto rendimiento con una naturalidad que a nosotros los mestizos nos fatiga sólo de atestiguarla.
Las vueltas transcurrían y me servían para identificar a potenciales entrevistados cuyas impresiones he transcrito en esta crónica.
Curioso me pareció el ver a un hombre de mediana edad corriendo mientras empujaba una estilizada carriola especial para bebés de corredores. Me fue imposible ver al bebé en el interior (si lo había), pues el mencionado corredor llevaba bastante buen ritmo.
Al ser una zona de cierto nivel socioeconómico, es muy notorio el afán por lucir los atavíos más ad-hoc posibles, por lo que la licra, el spandex, los tenis Skechers, las chamarras holgadas y de colores brillantes, están a la orden del día. Incluso, fuera del parque se congregan ya varios vendedores que hacen las delicias de los corredores en lo que a la vestimenta se refiere. La verdad, yo opto por un look mucho menos estilizado, puesto que prefiero usar la misma ropa con la que suelo jugar fútbol simplemente porque me hace sentir cómodo, aunque no niego que resulta tentador el probar al menos uno de esos pares de tenis para corredores cuya tecnología de amortiguamiento debe superar con creces a las suelas de goma de mis tenis futboleros.
Y creo que, en general, resulto ser un corredor muy sui géneris, ya que, si bien utilizo audífonos mientras corro, prefiero pasar de las famosas power songs, para mejor escuchar un podcast sobre cine mexicano de terror.
A mi paso ya desgarbado en la vuelta número tres (la última de mi modesta rutina), pude ver a las ardillas que cada vez reducen su distancia en el trato con el ser humano, incluso se puede ver un cartel informativo que dicta las normas de conducta para con ellas, dentro de las que figuran el no alimentarlas ni molestarlas. Los autos eran sólo flashes lejanos y su ruido era amortiguado por los árboles; mientras que el predominante olor fresco a tierra mojada acariciaba el tracto respiratorio de los corredores. El verdor arbóreo y el sudor corpóreo se intensificaron mientras ralentizaba mi marcha cerca de las 10:50, justo cuando los niveles de radiación solar ya iban volviendo menos recomendable el estar a la intemperie, para finalmente detenerme jadeando mientras normalizaba mi respiración en estado de reposo. Posteriormente me di a la tarea de recoger las impresiones transcritas en esta crónica, una vez terminada mi trastabillante rutina de ejercicio en medio de un paraje que invita a respirar hondo y crea la fantasía de naturaleza viva en medio de la inclemente jungla de asfalto, que mira hacia otro lado mientras justo ahí florece la vida.
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