Por: Rodrigo Carretero | Huffingtonpost
El papa Juan Pablo II, que murió en 2005, fue apodado ‘el atleta de dios’ por su afición al deporte. Este domingo, Karol Wojtyla ha marcado un récord de velocidad, pero mucho menos terrenal que los que conseguía en su juventud: el papa Francisco le ha declarado santo tan sólo nueve años después de su fallecimiento. Una canonización ‘express’ que marca un hito en la historia moderna de la Iglesia y que ha provocado duras críticas del sector más progresista de la institución.
Juan Pablo II no ha estado solo en su subida a los altares. Este domingo se ha canonizado también a Juan XXIII, el llamado ‘papa bueno’ que murió en 1963 tras impulsar el Concilio Vaticano II, que abrió la Iglesia y la adaptó a las necesidades de la época.
Dos papas que llegan a la vez a santos pero a muy distinta velocidad: Juan Pablo II ha tardado sólo nueve años; Juan XXIII más de 50. ¿A qué se debe esa diferencia?
Fermín Labarga, profesor de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, recuerda que los fieles pidieron una canonización espontánea el mismo día en que murió Wojtyla, lo que habría ayudado a acelerar el proceso.
«Además, tiene que haber una confirmación con milagros. El caso de Juan Pablo II, esto ha sido mucho más fácil de hacer porque por lo visto hay cantidad de milagros. El caso de Juan XXIII no era una cosa tan evidente», recalca.
LOS MILAGROS
Wojtyla fue beatificado en 2011 tras atribuírsele el milagro de curar a una monja francesa que padecía Parkinson, la misma enfermedad que él sufrió en sus últimos años. Ahora, llega a santo gracias a la supuesta curación de una mujer que padecía un aneurisma cerebral irreversible. La enferma asegura que, tras ver en televisión la beatificación de Juan Pablo II, escuchó una voz en su dormitorio que le decía: «levántate». Y se curó.
A Juan XXIII se le atribuye un sólo milagro: el de la curación de una monja en 1966, que habría sanado de una perforación gástrica muy grave tras colocarse en el estómago una foto del papa. Francisco ha eximido a Juan XXIII de un segundo milagro que, en teoría, es necesario para llegar a santo.
Sea como fuere, la rápida canonización de Juan Pablo II ha generado duras críticas del sector más progresista de la Iglesia, muy crítico con el pontificado de Wojtyla. «En la época del pensamiento, de la ciencia, de la investigación… todavía se está con esa historia de los milagros, que se mantiene con pinzas porque… ¿Quién se cree hoy en día esas cosas?», critica Evaristo Villar, sacerdote portavoz de Redes Cristianas.
En su opinión, la canonización de Juan Pablo II es «una imposición» de los grupos más conservadores de la Iglesia («los kikos, el Totus Tuus, Comunión y Liberación, el Opus…»), que apoyaron siempre al fallecido papa.
DOS FORMAS DISTINTAS DE IGLESIA
Villar, de hecho, encuentra pocas razones para elevar a los altares a Wojtyla: «Juan Pablo II apostó por la Iglesia de la involución, de la prehistoria, que sólo se mira a sí misma. En su época se llenarían estadios, pero se vaciaron las iglesias.»
Incide, además, en que su canonización la impulsó Benedicto XVI, que fue mano derecha e íntimo amigo del propio Wojtyla: «Juntos excluyeron a montones de teólogos. A todos los que pensaban distinto a ellos los echaron prácticamente de la Iglesia». Otros católicos subrayan que Wojtyla miró para otro lado antes cientos de casos de pedofilia en la Iglesia.
Pero la figura de Juan Pablo II despierta grandes simpatías en otros sectores de la Iglesia. Álex Rosal, director de la web Religión en Libertad, asegura que «revolucionó» a la propia institución y al papado. «Nunca antes un pontífice había viajado tanto, ni nombrado tantos obispos, ni escrito tantos documentos, ni había tenido contacto directo con tanta gente», asegura.
Menos polémica suscita la figura de Juan XXIII. «Era pura humanidad. Sus gestos de bondad calaron entre el gran público», señala Rosal. Evaristo Villar coincide en que el papa Roncalli representa la Iglesia de la apertura, de los pobres y de la modernidad.
«Fue muy querido y cuando murió se produjo un llanto general. La gente humilde, los pobres, le querían. Curiosamente, en su entierro no estuvieron los poderosos de la tierra, que sí acudieron al de Juan Pablo II».
¿QUÉ BUSCA FRANCISCO?
Juan Pablo II, conservador, y Juan XXIII, más aperturista, representan, por tanto, dos formas muy distintas de entender la Iglesia. Y, sin embargo, el papa Francisco ha decidido canonizar a ambos a la vez.
Ese gesto ha sido entendido por algunos como una forma de «compensar» la subida a los altares de Juan Pablo II. Otros lo ven como una señal de intentar conciliar a dos sectores ‘rivales’ dentro de la Iglesia.
«Lo de Juan Pablo II ha sido una cacicada de los sectores conservadores y, como era excesivamente descarada, para disimularlo un poco han metido a Juan XXIII, que era justo lo contrario. Es dar una de cal y otra de arena», opina Federico Pastor, presidente de la asociación de teólogos Juan XXIII.
Jesús López, miembro del foro de curas de Madrid, pone un símil futbolístico: «Es un apaño como cuando los árbitros pitan un penalti y se equivocan y luego pitan otro al contrario».
Pero no todos dentro de la Iglesia opinan así. Pablo Blanco, teólogo de la Universidad de Navarra, cree que hay una interpretación más sencilla: «Ambos muestran una unidad y una complementariedad de visiones distintas en momentos diferentes de la historia. Representan distintas músicas de una misma letra: el evangelio».
FRANCISCO, ¿EL NUEVO JUAN XXIII?
También hay quien ve en la canonización de Juan XXIII una especie de homenaje de Francisco a su figura. Las comparaciones entre ambos, de hecho, no dejan de sucederse.
«Hay evidentes concomitancias entre los dos y la prueba es que Bergoglio en el momento de su elección dudó en si llamarse Juan XXIV. Coinciden en su predilección por los pobres, en su esfuerzo por la paz y en la espontaneidad. Llama la atención cuando Francisco rompe el guión o va a hospitales y a cárceles, pero Juan XXIII también lo hacía», explica Jesús de las Heras, sacerdote director de la revista Ecclesia.
Jesús López, del foro de curas, subraya que, en cualquier caso, aún es pronto para hacer esa comparación: «La reforma de Juan XXIII afecta a todos los aspectos de la Iglesia y Francisco está poniendo más hincapié en los aspectos sociales. La reforma que la Iglesia necesita no afecta solo a eso, sino que afecta a su dogmática, a su doctrina, a lo que enseña».