¿Casa Blanca socialista?

Sanders ha hecho todo esto desde abajo –con la maquinaria del partido y la cúpula política y económica en su contra– con el apoyo de más de un millón de donantes individuales, más un creciente ejército de jóvenes que apoyan al precandidato más viejo (74 años).

Por David Brooks.

Casa Blanca socialista Bernie Sanders

Regeneración, 8 de febrero de 2016.- En un hecho inusitado en la historia de este país y que está provocando alarma en Wall Street, en los grandes medios, y por supuesto entre la cúpula política, un proclamado socialista goza del apoyo creciente de millones a lo largo y ancho de Estados Unidos.

«¿Estados Unidos está listo para un presidente socialista?» fue la cabeza de la nota principal de la edición estadunidense de The Guardian este fin de semana. Ataques y gritos de representantes y operativos del orden establecido –políticos nacionales de ambos partidos, comentaristas dizque muy sofisticados y de las páginas editoriales del Washington Post y otros medios– sólo han servido para comprobar que el socialista se está volviendo una amenaza real para ellos. Tal vez lo más revelador en ese sentido fue que uno de los generales más poderosos de Wall Street considera el surgimiento de este socialista un «momento peligroso» en la historia del país.

Aunque La Jornada ha reportado desde un principio sobre el precandidato presidencial demócrata Bernie Sanders, quien se identifica como «socialista democrático», y su creciente impacto en el proceso electoral estadunidense, y hemos recordado que el socialismo no es un bicho extraño ni foráneo en la historia de este país, aún es difícil digerir que algo así está ocurriendo en el país más poderoso y campeón histórico, hasta histérico, en la lucha contra el socialismo en el mundo.

No es menos difícil para los proclamados expertos institucionales de la realidad estadunidense aquí. Desde hace meses han insistido en que un aspirante presidencial socialista en Estados Unidos no tiene probabilidades de llegar ni cerca de la Casa Blanca. Pero cada día se siguen sorprendiendo, sobre todo la reina del Partido Demócrata Hillary Clinton, su equipo de profesionales y sus circuitos tan extensos dentro del poder. Nadie de éstos lo pronosticó y mucho menos se preparó para esta coyuntura, que sencillamente no cabía en su marco.

Cada día se asustan más. Operadores de la campaña de Clinton están intensificando sus esfuerzos para etiquetar de «radical» y por lo tanto «inelegible» a Sanders, y aliados ya empiezan a tener tintes macartistas, alimentando el debate de que el senador es algo más parecido a un comunista, y que sus ideas están fuera de lo aceptable para este país.

Sanders es lo que en cualquier otro país sería un social demócrata y no un socialista marxista, aunque disfruta convocar una «revolución política» para que el pueblo recupere la democracia que ahora está en manos de «la clase millonaria y multimillonaria» y de Wall Street que «controla la vida económica y política de este país». Señala que comparte una ideología de tipo Franklin D. Roosevelt y su modelo son los países escandinavos y Canadá.

Pero los cada vez más asustados buscan atacarlo a la antigüita, como en tiempos de la guerra fría, al vincularlo, en la imaginación popular, con el antiguo bloque socialista. Y cada vez que lo hacen, sus simpatizantes se multiplican, sobre todo entre los jóvenes que como sector electoral están abrumadoramente a su favor (ganó 84 por ciento del voto joven en Iowa; en las encuestas antes de las primarias en Nueva Hampshire este martes, 87 por ciento de los jóvenes dicen que votarán por él, contra sólo 13 por ciento para Clinton).

Vale subrayar que este fenómeno no se puede reducir a un individuo como Sanders, sino que es la manifestación de una corriente política potencialmente poderosa dentro de este país, que primero se expresó en luchas recientes, desde Ocupa Wall Street a Black Lives Matter a los Dreamers, y antes en los movimientos altermundistas.

Lloyd Blankfein, el ejecutivo en jefe de Goldman Sachs, en comentarios en un programa de televisión de CNBC, la semana pasada, comentó acerca del fenómeno de Sanders que «esto tiene el potencial de ser un momento peligroso». Deploró que aparentemente el precandidato no desea hacer «concesiones» a Wall Street, y él y sus entrevistadores en CNBC se burlaron sobre cómo sus simpatizantes deberían irse a Cuba si tanto les gusta el socialismo. Jamás reconoció que la ira de los simpatizantes de Sanders proviene de lo que él y sus compinches hicieron en el fraude financiero más grande de la historia que destruyó millones de empleos, llevó a la pérdida de más de 4 millones de hogares y a la intensificación de la concentración de la riqueza, y el poder, en este país.

«Ya basta» (Enough is enough) es la consigna con que culminan los discursos de Sanders al hablar sobre la extrema desigualdad de ingreso y riqueza en este país, y cómo el 1 por ciento se ha apoderado de todo, incluido el proceso político estadunidense.

Es este mensaje que genera un apoyo cada vez más amplio, por lo menos una nueva encuesta nacional registra que la brecha entre él y Clinton a nivel nacional se ha reducido de más de 30 puntos hace unos meses, a sólo dos hoy día (aunque es sólo una, y el promedio de todas las encuestas sigue mostrando a Clinton con ventaja de 14 puntos, aun así mucho más reducida que al principio, cuando la brecha era de casi 40 puntos). Según las encuestas, Sanders ganará a Clinton, y por amplio margen, la elección primaria en Nueva Hampshire este martes, después de sorprenderla con un empate técnico en Iowa la semana pasada.

Y Sanders ha hecho todo esto desde abajo –con la maquinaria del partido y la cúpula política y económica en su contra– con el apoyo de más de un millón de donantes individuales, más un creciente ejército de jóvenes que apoyan al precandidato más viejo (74 años).

Ante la gran sorpresa de los guardianes del viejo orden, furiosos ante este desafío, queda claro que, gane o no el socialista, algo está cambiando en la política estadunidense.

No se sabe si eso logrará instalar una presidencia «socialista» en la Casa Blanca, o si es algo tal vez aún más amplio: el inicio de una rebelión popular ante el modelo neoliberal impuesto en Estados Unidos durante los últimos 30 años.