Títulos universitarios, son analizados desde un ángulo crítico. Se señala un país sin títulos nobiliarios donde los títulos universitarios sustituyeron los grados militares tras la revolución
Regeneración 14 de febrero del 2019. Los títulos universitarios han salido a relucir como tema central en la designación de funcionarios del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Al respecto, el autor analiza la sacralización de la acreditación académica.
De títulos universitarios y otros asuntos
Por Ramiro Padilla Atondo*
Hará algunos veinte años descubrí un libro que cambiaría mi manera de ver las cosas. Era un ejemplar que encontré vagando en la biblioteca.
Acababa de renovar la credencial y pensaba llevarme unos libros a casa.
Así que me llevé Mientras agonizo de William Faulkner, Cartas a un joven novelista de Mario Vargas Llosa (apenas hacía mis pininos en esto de la escritura) y fue ese libro que llamó mi atención. Se titulaba De los libros al poder de un autor que seguiría leyendo con el tiempo. Gabriel Zaid.
El libro me observaba solitario desde uno de los estantes. Lo saqué y me senté para hojearlo y lo que decía era revolucionario para mí.
Los títulos sirven para empezar a aprender pero de más arriba.
En un país sin títulos nobiliarios, los títulos universitarios pasaron a ser una manera de escalar los laberintos burocráticos.
Zaid ironiza sobre la posición de presidente, “No hay una carrera para ser presidente y si la hubiese de seguro muchos se apuntarían para estudiarla”, o esa idea revolucionaria de asignarle los títulos a los niños en el registro civil basado en la idea tibetana del Dalai lama.
Cuando muere el Dalai lama, sus monjes se dedican a buscar a la reencarnación de este, por consiguiente, al encontrarlo, lo preparan y lo educan para convertirse en el mismo Dalai Lama.
La real preparación académica
La polémica en el Conacyt por funcionarios sin las calificaciones necesarias para algunos puestos en particular abre la pregunta pertinente acerca de la realidad de la preparación académica.
Algunos lo ven como un requisito sine qua non para todo lo que huela a puesto público, y de hecho hay candados para que así sea.
Claro está que los que defienden las calificaciones académicas son en su inmensa mayoría universitarios.
Por lo cual me remito al libro de Zaid de nuevo haciendo un poco de historia; al finalizar la etapa revolucionaria, cuando los generales dejaron de disputarse la presidencia a balazos, los hijos de estos, los cachorros de la revolución, irrumpieron con sus hermosos títulos universitarios en el gobierno de Miguel Alemán.
Los viejos generales fueron desplazados por aquellos jóvenes preparados que ya no soltarían el poder.
La formación tecnócrata de a poco fue evolucionando hasta que llegó a su culmen con la presidencia de Carlos Salinas de Gortari, el presidente quizá mejor calificado en la historia.
El balance desastroso de su gestión está a la vista.
Ni él ni Ernesto Zedillo, que tienen maestrías y doctorados pudieron evitar que tuviésemos una de las crisis más terribles de nuestra historia, lo cual indica, que política y formación académica no siempre van de la mano.
La academia tampoco es un monolito inexpugnable donde todo lo que salga de ella es infalible, como los bulos del papa.
Hay mafias, grupos de poder y bastante mala leche.
Porque se defiende de manera necesaria el status quo.
Si la formación académica y los títulos universitarios fuesen un camino al éxito asegurado, no hubiese casi quince mil taxistas solo en la ciudad de México con estudios de posgrado.
Lo que se defiende al final no es la exigencia de que se reúnan las calificaciones necesarias para un puesto de gobierno, sino los cotos de poder, una guerra sorda que se libra de manera obvia en los medios de comunicación.
Gabriel Zaid, en otro de sus libros, El progreso improductivo, aunque escrito en los setenta, mantiene una espantosa vigencia y se pregunta: ¿Qué cuesta más, crear un académico o un campesino? ¿Y cuál de los dos tiene un mayor impacto en nuestra vida diaria?
Excelente semana.
*Ramiro Padilla Atondo, @ramiroatondo Es un escritor mexicano nacido en Ensenada, Baja California.
Autor de los libros de cuentos A tres pasos de la línea, Cuentos de la zoociedad, Esperando la muerte y de las novelas Historia de una ficción breve y Días de agosto.
Algunos de sus ensayos publicados son: Lectura y contra lectura, México para extranjeros, La verdad fraccionada y Hojas sin ruta.