Conservadores y progresistas tendrán una mirada extraña cada vez que se crucen en Barcelona con un chico árabe; una mirada xenófoba, racista.
Por Carlos Romera*
Regeneración, 23 de agosto de 2017. Hasta el jueves 17 de agosto, tanto el Estado Español como el Govern de Catalunya, tenían como estereotipo del terrorista islámico, a un hombre de 30 años más o menos, entrenado como comando en Siria o Irak. Cómo han tenido que resetearse desde ese día, en que seis chavales de no más de 25 años ( tres de 17, 18 y 19 apenas), dieron el peor día en la historia terrorista de esta región. Claro, tanto el Estado como el Govern se preocupan más por las relaciones con Qatar, Arabia Saudí y los negocios de petróleo, armas, inmobiliarias, turismo, fútbol, etc. Los chavales inmigrantes o hijos de magrebíes residentes, son un asunto menor para ellos, señores de corbatas caras y señoras de collares de perlas.
El miércoles 16, al menos dos chavales nacidos en Marruecos, de formación y religión musulmana, y jóvenes, saltaron por los aires junto con su líder intelectual y religioso, el imán (sacerdote) Abdelbaki es Satty. Habían acumulado 150 tanques de gas (bombonas de butano, en español) para tirar abajo la Sagrada Familia y cuanta gente anduviera por allí. Ya tenían las dos camionetas alquiladas. Pero alguien se equivocó y en armado de bombas no hay errores. Por cierto, la casa que ocupaban los magrebíes, era propiedad de un Banco. ¿De cuál? Nadie lo ha dicho.
Pero no estaban todos. Se salvó Younes Abouyaquoub, y otros cinco, que decidieron, ante la posibilidad de una investigación policial, atentar con lo que hubiera y como se pudiera. Younes, nacido en Mrirt, un muy pobre pueblo marroquí, tomó una de las camionetas, la llevó a las Ramblas, y recorrió 600 metros a 80 kilómetros por hora, matando a trece e hiriendo a ciento cincuenta personas, de toda edad, condición, lo que se cruzó a su paso. Terminó su mortal recorrido, se bajó, se fue caminando (entre las cámaras que registraron su paso, y un muy mal control policial), y llegó a Universidad, donde apuñaló a un cooperante, lo sentó moribundo en el asiento de atrás, subió, y siguió, saltándose un cordón policial, esquivando balas, atropellando agentes, y dejó tirado el Ford Focus una hora más adelante, en Sant Just (escuchar audio), desde donde desapareció tres días, sin que hasta ahora se sepa dónde ni con quien estuvo. Hasta que tratando de buscar a alguien, a varios kilómetros de ahí y con otra ropa, fue detectado por vecinos y la policía lo acribilló, ayer, no bien gritó que Alá era grande. El mismo jueves anterior, en la noche, sus cinco amigos quisieron terminar su obra y lo imitaron en Cambrils, matando a una persona, conduciendo mal su Audi A3, hasta que lo volcaron, y en una decisión apresurada, se enfrentaron con cuchillos a un agente con una subametralladora, que los mandó a mejor vida.
Esto es el relato policial, lo que ocurrió en días bañados en sangre. Una sociedad en shock todavía, trata de explicarse la realidad que se ha destapado con toda la crueldad que nadie podía imaginar, el extremo odio que viene de años, quizá de siglos.
Como que España era Al Andalus (así lo siguen llamando los yihadistas, )y fue esto y no España durante siglos de dominación árabe. Como que, según datos del 2015 del CITCO (Centro de Inteligencia y contra el crimen organizado del Ministerio del Interior de España), de los 4 millones de musulmanes que viven en el territorio español, 400 mil viven en Catalunya, y de ellos, 9 mil 837 se han radicalizado, o sea, son partidarios de la Yihad, o Guerra Santa proclamada por el ISIS, Al Quaeda y otros grupos. Existen en Catalunya 268 mezquitas, centros de adoración del Corán, y como lo expone hoy El Periódico de Barcelona, no existe ningún registro de quienes son los imanes (sacerdotes) de estas mezquitas ni cuál es su vertiente ideológica.
Porque el error más grande del Estado Español y del Govern de Catalunya, no ha sido el no poner bolardos (soportes de hierro o piedra que impiden el paso de vehículos pesados), sino el subestimar a la población nacional-musulmana, o extremista religiosa e ideológicamente. Pero aún hay un subsuelo del error más grande: subestimar el odio de una generación de 17 a 27 años, de procedencia del mundo magrebí. Una generación que ha aprendido gracias a internet y a redes sociales, que hay un submundo árabe que vive malamente, (salvo los jeques petroleros, claro está) y hay un occidente que sigue siendo el dueño de las riquezas del planeta.
Esta generación es hoy la síntesis del pensamiento revanchista, machista, xenófobo, intolerante, que piensa que solo destruyendo gente, cualesquiera que sea, se destruyen pilares de esa civilización occidental y cristiana que ha solapado los valores morales de Alá y el Corán. Un patriarcalismo contra otro patriarcalismo. El moderno contra el antiguo. Lo ríspido de la confrontación, de la guerra de civilizaciones, lleva a múltiples fracturas que se están dando en estos días principalmente en Catalunya, pero que encenderá incendios en toda España: el despertar violento del racismo y la xenofobia de la ultraderecha, contra los musulmanes no violentos, que pacífica pero insistentemente, quieren perpetuar en territorio “moderno” el uso de sus tradiciones patriarcales, como la sumisión, el velo y la vestimenta integral en la mujer. A partir de ese miércoles en la noche, donde todo el mundo pudo ver cómo la policía catalana cosía a balazos a un adolescente marroquí que empuñaba el cuchillo de cocina de su madre, todas y todos, conservadores y progresistas, tendrán una mirada extraña cada vez que se crucen en Barcelona con un chico árabe. Extraña, por no decir xenófoba, o racista, ya si se cruza de vereda para evitarlo. No se ha hecho pedagogía inclusiva. A casi todos los partidos les ha dado igual, que se meta gente inmigrante, con una sonrisa ancha, con el típico gesto de “ vengan a vivir donde se vive bien, no como allá en sus cuchitriles”. No se les ha tratado de explicar la historia, si es que algo bueno hubiera en ella. Han dejado crecer a estos chicos de 17 a 20 años, en un ambiente hostil, donde se les ha mirado sobre el hombro, y se les ha tratado de inculcar “valores” adaptados a su condición, nunca de igual a igual. Y éste es el resultado. El odio que se salta toda línea. Que implica matar a cuchillo o a camioneta, en el más mínimo resquicio que deje abierto el sistema. Es la guerra. Una de las guerras que tiene hoy Catalunya. La otra es la de independencia de ese Estado Español y ese Rey, Felipe VI, que no reconocen desde que otro borbón y otro Felipe, el Quinto, arrasó lo que quedaba de la independencia catalana, y sobre todo jurídica, con el Decreto de Nueva Planta, el 16 de enero de 1716. Pero eso es otra historia, más allá de los bolardos y la sangre que corrió por las Ramblas, Barcelona, Cambrils, Alcanar, Subirats. Escenarios de guerra.
Que engendrará más guerra, como se vienen blandiendo lanzas desde el Pacto Antiterrorista, en el cual Podemos es solamente observador y donde está proponiendo cortar la financiación de países como Qatar o Arabia Saudí, no venderles armas, no propiciar que muevan flujos de dinero hacia esta generación (que evidentemente, aun con 19 o 20 años, tienen dinero para tener un Audi A3, alquilar camionetas, ir a París o Bruselas y volver, o acumular 150 tanques de gas, y acetona). Pero por sobre todas las cosas, hacer pedagogía urgente, insertarse en la generación magrebí residente, o nativa hija de inmigrantes, para tratar al menos, que entiendan que en este mundo cada vez es más difícil convivir, pero con ejercicios de tolerancia y respeto a la otredad, algo se puede avanzar, y el verdadero enemigo a vencer, son los poderosos que se creen dueños del planeta, y no sus misérrimos habitantes de a pié. Como siempre: los de arriba contra los de abajo.
*Comunicólogo y músico hispano-argentino. Militante de Podemos España.