Chalecos amarillos, radiografía del movimiento que conmocionó a Francia

Francia, recuento de la conmoción política tras la irrupción de un movimiento social nacido de las redes sociales , políticamente diverso y contradictorio

Por Patrick Le Moal*

Regeneración, 27 de diciembre del 2018. En Francia vivimos una situación inédita: un impetuoso movimiento social, inventivo e incontrolable. In extremis, con esta movilización de los chalecos amarillos estamos festejando el 50º aniversario de las luchas de Mayo 68.

Ahora bien, las características de su movilización muestran hasta qué punto las condiciones de la lucha de clases se han modificado a lo largo de estos 50 últimos años. Se trata de una conmoción, hemos entrado en el siglo XXI.

Este movimiento, que no lo impulsó ningún partido ni sindicato sino que emergió a partir de las redes sociales, con su dimensión nacional y su determinación ha desestabilizado la apisonadora neoliberal de la start up Macron.

Comenzó con la firma de una petición que se extendió como la pólvora a nivel nacional y obtuvo un apoyo masivo de la gente.

Nada que ver con un trabajo paciente e incluso informal de las organizaciones sociales, para movilizar.

Y una vez iniciado, no ha parado y se ha radicalizado con mucha rapidez.

La movilización y la respuesta del gobierno

La primera convocatoria fue para el 17 de noviembre, día que se establecieron 2500 bloqueos de rotondas en cientos de localidades, en las que participaron al menos 300.000 chalecos amarillos.

El fin de semana siguiente, 24 de noviembre, participaron entre 100.000 y 200.000 personas llevando a cabo 1600 bloqueos. En París unas 8000 personas se movilizaron en Los Campos Elíseos.

El 29 de noviembre un comunicado recoge una cuarentena de reivindicaciones apoyadas, más o menos, por el conjunto del movimiento.

El 1 de diciembre, la violenta represión gubernamental contra los manifestantes provoca grandes enfrentamientos en una decena de capitales, en especial en Paris.

El poder pensó que la violencia debilitaría y aislaría al movimiento, pero nada de eso; el movimiento ganó en legitimidad: su violencia aparecía como la respuesta a la intransigencia del poder.

Las manifestaciones de ese día marcan una inflexión en la evolución de la situación; una profundización y una extensión del movimiento de Chalecos amarillos, que ha dado lugar a una crisis política de envergadura fruto de la división de los de arriba, de su incapacidad para hacerse cargo de la situación e imponer su política.

El 5 de diciembre, el gobierno anuló de un plumazo el incremento del impuesto sobre los carburantes, que fue el desencadenante de la iniciativa.

Pero esta reacción del poder llegó muy tarde.

Y lo que una semanas antes hubiera significado un retroceso enorme por parte del gobierno, ya no lo era.

Las movilizaciones continuaron.

Macrón moviliza la policía

El 8 de diciembre, Macron movilizó 85.000 policías con todo un arsenal militar (hasta los carros blindados) y realizó más de 2000 arrestos preventivos.

Pero no pudo impedir las manifestaciones en las calles de París y en la mayoría de las capitales de provincia.

El ministro del interior cifró en 125.000 las personas que participaron en las manifestaciones, aunque otras cifras las elevaran a 500.000.

Una vez más se produjeron enfrentamientos.

Robin Hood, al revés

Ante esta situación, Macron hizo el amago de ceder en una alocución televisada el 10 de diciembre, pero no modificó un ápice su política de Robin de los bosques al revés.

Las medidas que anunció (con un coste aproximado de 10.000 millones) las hizo al mismo tiempo que transformaba los 20.000 millones del CICE [subvenciones a las empresas que ha venido funcionando desde 2013 y vencían en 2019 financiadas a través de impuestos] en 20.000 millones de exoneración definitiva de cotizaciones para las empresas.

Es decir, una nueva sangría sobre la gente más pobre en beneficio de la más rica.

Las medidas anunciadas fueron las siguientes:

-Anunciar 100 € extras por mes para los sueldos inferiores al salario mínimo, «sin que coste alguno para el empresariado». Toda una triquiñuela: el 1 de enero, el SMI 1/ habría sido revalorizado en 20€ como exige la Ley. A ello se añaden 20 euros de reducción de cargas salariales y la ayuda del 50% de la prima de actividad a la que Macron se había comprometido durante la campaña electoral (20€ durante 5 años que ahora los paga de una tacada).

-Exhortar a las empresas que pueda hacerlo a otorgar a la plantilla una prima de fin de año.

-(R) establecer la desfiscalización de las horas extras [que en su día había establecido Sarkozy]

-Anular el incremento del impuesto de solidaridad (CSG), aplicado a partir de enero de 2018, a las pensiones inferiores a 2000€.

Ningún impuesto a los ricos

Ninguna medida en torno a la supresión del impuesto para la solidaridad sobre las grandes fortunas, ISF, suprimido por el gobierno de Macron; ninguna para paliar la injusticia social y ningún anuncio tampoco sobre la transición ecológica.

En su alocución se refirió a una gran consulta ecológica y social, a modificaciones institucionales (posibilidad de contabilizar el voto en blanco), a la fiscalidad, a la vida cotidiana en relación al cambio climático –necesidad de modificar hábitos-, así como a la estructura del Estado, la identidad de la Nación y la inmigración, etc., tratando de responder a las exigencias democráticas.

Estas medidas, retrocesos parciales, llegaron tras el fortalecimiento y la politización del movimiento cuya dinámica está lejos de haber llegado a su fin.

Frente a ellas, la oposición socialista y France Insoumise continúan haciendo presión sobre el gobierno en torno a justicia fiscal, mientras que la derecha clásica, la de los distintos partidos de derechas pero también una parte de la que se ha movilizado, desea poner fin al movimiento.

Así, Marine Le Pen exige nuevas reducciones de impuestos, una política anti-globalización y anti-inmigración, pero se cuida de exigir incrementos salariales; su alternativa es ¡la revolución por las urnas!

Y el movimiento continúa tras el movimiento del gobierno.

El 15 de diciembre, el «Acto V» del movimiento fue la mitad de fuerte que la semana precedente.

Lo que se explica por varias razones: la represión vivida el 1 y el 8 de diciembre, los llamamientos a tomar un respiro y pensarse las cosas tras los anuncios de Macron, el efecto de unión nacional contra el atentado en Estrasburgo

A pesar de ello, el movimiento se mantiene firme.

Hay tanto cabreo contra el gobierno que, pase lo que pase, a los ojos de la gente más radical del movimiento, él es el responsable y esto justifica la voluntad de continuar en brecha.

Por último, los importantes incrementos salariales concedidos a la policía 2/ días después, aparecen como una verdadera provocación y muestran la fragilidad del gobierno frente a esta movilización: queriendo apagar el gruñido de la policía de un lado para asegurar su fidelidad, corre el riesgo de que el resto de sectores asalariados se planteen ¿y a nosotros, por qué no? [como ha ocurrido en el conjunto de la función pública].

Un giro en la situación francesa

Es la primera vez desde 2006 (victoria contra el Contrato de Primer Empleo), tras las derrotas acumuladas en las largas luchas como la de 2010 contra la reforma de pensiones, en 2016 contra la reforma de la Ley de Trabajo y, más recientemente, contra la reconversión privatizadora de la SNCF, que la movilización social ha logrado hacer retroceder al gobierno.

Y este movimiento ha hecho su camino sin que las organizaciones políticas y sindicales hayan jugado ningún papel en la evolución de la relación de fuerzas.

Incluso si en determinados sitios –a nivel local- se ha dado la confluencia entre el movimiento de chalecos amarillos y los movimientos sociales, estos no han jugado un papel determinante en su evolución: ha sido el propio movimiento en su enfrentamiento con el poder el que ha modificado la relación de fuerzas.

«Nuestra sumisión política se alimenta fundamentalmente de la convicción sobre la inutilidad de la revuelta: ¿para qué?… Y luego llega el momento, imprevisible, incalculable, del impuesto [sobre carburantes] que desborda el vaso, de esa medida inaceptable.

Estos momentos de sobresalto son profundamente históricos para ser previsibles.

Son momentos en los que desaparece el miedo, en los que se inventan nuevas solidaridades, en el que se expresan las alegrías políticas a las que les habíamos perdido el gusto y se descubre que es posible desobedecer juntos.

Constituye una promesa fácil que puede convertirse en su contraria.

Pero no vamos a dar lecciones a quien con su cuerpo, con su tiempo, con sus gritos, proclama que es posible otra política»

(F. Gros, filósofo, «On voudrait une colère, mais polie, bien élevée» –Liberation, 6/12/2018).

Radriografía del movimiento

El movimiento de Chalecos amarillos es la reacción de una parte de las clases populares a cuatro decenios de ofensiva neoliberal que han intensificado y hecho más profundas las desigualdades sociales.

Macron se benefició del descrédito de los partidos políticos tradicionales para lograr su elección.

El proyecto macronista de políticas ultraliberales llevadas a cabo en el marco de un régimen político autoritario, actualmente se encuentra con un obstáculo importante: la reacción de quienes desde abajo se vuelven contra él.

Macron ha impuesto una política de ruptura que intensifica la política neoliberal de los gobiernos precedentes a toda prisa:

Era necesaro imponer al mismo tiempo todas las reformas liberales ultrasensibles 3/ que se venían postergando desde hace mucho tiempo.

Utilizando las instituciones del golpe de Estado permanente; como dice Laurent Mauduit 4/: «a la bulimia liberal [Macron] responde con la anorexia democrática».

Este representante de los círculos oligárquicos, rodeado de un personal político de ese mundo, a su imagen y semejanza, no pierde el tiempo con el diálogo social y utiliza con ostentación los exorbitantes poderes de las instituciones monárquicas de la V República.

Para este oligarca, la democracia es una pérdida de tiempo, la concertación que solo se puede pensar in extremis y las negociaciones, nunca.

Todo ello lo hace asumiendo y escenificando el desprecio hacia la gente modesta, hacia esos obreros de Gad que son «poco menos que analfabetos»; hacia las obreras y obreros que no comprenden que «la mejor forma de pagarse un traje es trabajando»; hacia esa gente «que no son nadie»; hacia la gente que está en paro por perezosa, porque no quiere «atravesar la calle para obtener un empleo»; y que habla de la locura de las ayudas sociales…, al mismo tiempo que multiplica los beneficios fiscales para los más ricos y las grandes empresas. Por no hablar de ese responsable del partido presidencial 5/ que explica doctamente que ellos tienen problemas porque son «demasiado inteligentes, demasiado sutiles… pero que no saben explicarse».

Los jefes de la Cordada

Macron ha pasado su tiempo en explicar que había que halagar a los «jefes de la cordada» y que la prioridad fundamental era conceder una reducción de impuestos a los patrimonios más altos, comenzando por la supresión del ISF (impuesto de solidaridad sobre la fortuna) 6/. Inevitablemente instalando un sentimiento de humillación entre quienes no forman parte de esos «jefes de la cordada».

Además, Macron lo hace recurriendo a la violencia policial.

De entrada, generalizando las medidas propias del estado de excepción.

Reprimiendo cualquier tipo de manifestación política y social.

Las personas migrantes, quienes ocupaban Nôtre Dame des Landes y las y los estudiantes han sido sus principales víctimas.

Ahora son los chalecos amarillos quienes la sufren.

Por último, se da un fenómeno de acumulación del cabreo social.

Estos últimos meses, tras el cabreo de las y los ferroviarios, llegó otra muy difusa pero muy fuerte, la de la gente jubilada debido al incremento de la CSG sobre unas pensiones que no suben en función del IPC.

Después, el anuncio del incremento del impuesto sobre carburantes encendió la mecha.

El movimiento de los chalecos amarillos constituye un punto de inflexión; de golpe, cuando el país parecía anestesiado y amorfo, se pone en cuestión toda la política antisocial del gobierno.

Sea cual sea el resultado de la crisis, E. Macron no podrá concluir su mandato de cinco años como empezó, con el loco espectáculo de las reformas: hacia delante, el gobierno no estará en condiciones de implantar las reformas sobre las pensiones y el paro que tiene en cartera. Y mucho para imponer el orden existente.

Por fin, la cólera contra las desigualdades y el sufrimiento cotidiano se expresa a través de la movilización en un movimiento que escapa a los esquemas analíticos del movimiento obrero tradicional, para el que todo lo que está ocurriendo es desconcertante.

Entramos en un periodo en el que las formas de la lucha de clases ya no pasan por el formato de las organizaciones estructuradas que enmascaran la diversidad de la realidad; los movimientos sociales son complejos, heterogéneos, llenos de contradicciones, que exigen el análisis de sus actores y actrices, de sus modalidades de acción y de sus reivindicaciones para comprender su dinámica y para que los militantes de la auto-emancipación puedan trabajar para reforzarlos y hacer más eficaz la movilización contra el poder capitalista.

¿Quienes son los chalecos amarillos?

La gente que integra los chalecos amarillos es gente precaria, pequeños artesanos y artesanas, comerciantes, gente autónoma, jubilada, parados y paradas, asistentas domiciliarias, obreros y obreras y gente empleada.

Según una encuesta parcial de Le Monde, la media de edad es de 45 años 7/ .

Casi la mitad son mujeres.

No se trata de los sectores más desfavorecidos, sino de sectores modestos que, en su mayoría poseen un vehículo, con origen en los barrios populares de las metrópolis y del medio rural y periférico.

En su gran parte, estos sectores han intentado sacar la vida adelante trabajando, incluso si se han convertido en artesanos o pequeños empresarios; han intentado comprar una casa y para lograrlo se han alejado de las ciudades, sumándose a las y los habitantes de las pequeñas ciudades olvidadas por la metropolización 8/.

La segregación espacial les ha llevado cada vez más lejos, a barrios y ciudades más o menos alejadas de las grandes aglomeraciones, a pequeñas ciudades lejos de las metrópolis, a enclaves privados de cualquier servicio público y de todo lo necesario para vivir correctamente.

Gente que trabaja en condiciones más o menos difíciles, que no llega a final de mes, que no llega a vivir de forma digna.

Gente que vive un proceso degradación y que además ve que se les mofan a la cara.

Gente que tomó la palabra rebelándose contra estas terribles desigualdades, contra las dificultades de su vida cotidiana, contra el desprecio y la arrogancia de los dominantes. Para la mitad de ellos y ellas, es su primera movilización; otros sectores son gente que estuvo, o aún está, sindicada; sobre todo entre la gente jubilada.

Las filiaciones políticas

Según esta encuesta, «cuando a la gente se le plantea situarse entre la izquierda y la derecha [política], se declara apolítica o «ni de derechas ni de izquierdas» 33%.

Por el contrario, entre quienes se posicionan políticamente, el 15% se sitúa a la extrema izquierda contra el 5,4% a la extrema derecha;

42,6% se sitúa a la izquierda, el 12,7% a la derecha y sólo un 6% en el centro».

Se trata de un movimiento social profundo que parte de la sociedad real, de una parte de la clase de la gente explotada y oprimida tal y como existe en la realidad actual. Una clase fraccionada, precarizada, con estatus diversos.

La parte fundamental de quienes participan en esta movilización no tienen vínculos con las organizaciones sindicales, ni con la huelga, ni, hasta ahora, con la acción colectiva.

Cuando un obrero se convierte en autónomo porque no soporta la jerarquía en el trabajo o porque no encuentra trabajo, convive con artesanos asfixiados por la banca y los grandes grupos, habita en los mismos barrios, en las mismas zonas, en condiciones similares de relativa relegación, de abandono de servicios públicos… en la misma pesadilla.

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Los chalecos amarillos expresan una exasperación que cataliza la cólera difusa contra un sistema fiscal y de redistribución totalmente injusto, que acumula ataques contra el poder de compra, contra las pensiones al mismo tiempo que se exonera a los ricos, a los capitalistas. Se trata, por ello, de una movilización por la dignidad, por la exigencia de respeto, de justicia social y a favor de la democracia; de una movilización dirigida contra el presidente de los ricos.

Esta exasperación popular tiene un carácter de clase evidente, lo que explica su popularidad en todas las franjas de las clases populares.

El punto de partida del movimiento fue el rechazo a incremento del impuesto sobre los carburantes; una medida socialmente injusta y ecológicamente ineficaz.

Las razones que obligan a los trabajadores y trabajadoras a utilizar su vehículo son muy superiores a las presiones fiscales para no hacerlo: el alquiler de la vivienda en las ciudades, la supresión de los servicios públicos en el campo y en los barrios populares, la supresión de los trenes de cercanías…

Lo que obliga a utilizar el coche es el capitalismo y la forma como estructura el tiempo y el territorio.

Diariamente, 17 millones de personas (2/3 de los sectores activos) trabajan lejos de su residencia; 14 millones están obligadas a utilizar su propio vehículo.

Por tanto, el precio del carburante (el diesel aumentó un 23% el año pasado) constituye una preocupación importante para la gran mayoría de la gente asalariada, para la gente obligada a trabajar para vivir.

Hoy en día, el coche a diesel, que tanto se promocionó en su tiempo por su longevidad, constituye una característica de las zonas populares.

Y permite comprender por qué ha sido el elemento desencadenante.

Los gobernantes explican que es necesario aceptar el incremento del precio porque es la forma de contribuir a la lucha contra el cambio climático y reembolsar la deuda. Un discurso que no pasa, que no convence.

¿Por qué? Porque la gran mayoría se da perfectamente cuenta que el gobierno no lucha eficazmente contra el cambio climático: el queroseno no paga impuestos, como tampoco lo hacen las multinacionales petroleras por sus beneficios y tampoco se plantean alternativas al coche.

Al contrario: se cierran vías de tren, se incrementa el precio del billete, etc. No es incrementando el impuesto sobre el carburante como se va a limitar su consumo, ni la contaminación, ni es de ese modo como se combate el cambio climático.

La solución está en permitir que la gente se desplace de otra forma en lugar del coche individual, y modificar la organización del territorio, estableciendo otra relación entre las ciudades y el campo.

No corresponde a la gente oprimida y explotada pagar por la contaminación de las partículas finas ni por el cambio climático de las que constituyen las primeras víctimas y cuyos únicos responsables son las empresas de automóviles, la industria petrolera y sus cómplices en el gobierno.

El carácter anti-fiscalidad que parecía dominar esta movilización en su inicio y los intentos de instrumentalizarla por parte de la extrema derecha y la derecha extrema se han visto relativizados por la propia dinámica del movimiento que ha ido mucho más allá: el impuesto sobre los carburantes no ha sido más que la gota de agua que ha hecho desbordar el vaso; a partir de ahí, el movimiento ha progresado rápido, elaborando una lista de reivindicaciones que van más allá de la injusticia fiscal, rechazando las medidas gubernamentales y planteando unas reivindicaciones a la ofensiva.

Pero tampoco hay que olvidar determinadas reivindicaciones con connotaciones reaccionarias, como la de expulsar a las refugiadas y refugiados a quienes se desestima su demanda de asilo en nombre de una voluntad de acogida digna, que también nos recuerdan ciertos debates en el seno de la izquierda.

Lo mismo se puede decir de algunos derrapes homófobos y racistas.

Si bien estos problemas existen, vistos globalmente resultan marginales y no modifican el carácter general del movimiento.

Un movimiento diverso y atravesado de contradicciones.

Pero ¿acaso no hay derrapes racistas en las huelgas impulsadas por la CGT o SUD?

«Como toda movilización popular, [esta movilización] presenta la Francia tal que es, en su diversidad y su pluralidad, con sus miserias y sus grandezas, sus solidaridades y sus prejuicios, sus esperanzas y sus amarguras» (Edwy Plenel).

Lo que resulta determinante es que quienes participan en el movimiento de los chalecos amarillos no soportan más las reformas fiscales del gobierno; sobre todo la simbólica supresión del ISF que permitirá al 1% de los más ricos aumentar su fortuna en un 6%, al 0,4% de los más ricos aumentar su poder adquisitivo en 28.300€ y al 0,1% de los más ricos en 86.290€.

Al mismo tiempo, el 20% de la gente menos rica verá reducido su nivel de renta, sin que se le incrementen las prestaciones, ni se reformen los alquileres ni las rentas bajas.

La constatación de que el impuesto sirve para enriquecer a la pequeña casta de los ultra-ricos y el rechazo a la injusticia, ha hecho que el movimiento evolucione hacia una contestación social contra la gente rica que no paga impuestos sobre la fortuna, hacia la exigencia del incremento del SMI y de las pensiones y contra las injusticias sociales.

Un movimiento por la economía moral y la democracia

Ahora bien, en ningún momento la movilización se ha orientado contra los capitalistas: este movimiento no se dirige contra la patronal y la explotación capitalista.

Se dirige contra las políticas, el gobierno y el presidente que no imponen la justicia fiscal. Es un movimiento que defiende el reparto de la riqueza a través de la fiscalidad.

Con razón, como escribe Samuel Hayat 9/:

«Su lista de reivindicaciones sociales es la formulación de principios económicos fundamentalmente morales:

Es imperativo que la gente más frágil (las y los sin techo, gente discapacitada…) esté protegida,

Que las trabajadoras y trabajadores estén correctamente remunerados,

Que funcione la solidaridad, que se garanticen los servicios públicos, que se castigue a quienes defraudan,

Que cada cual contribuya según sus posibilidades;

Lo que queda perfectamente resumido en esta fórmula:  «Que los grandes paguen mucho y que los pequeños paguen poco».

Este llamamiento a lo que puede parecer el buen sentido popular no resulta evidente: se trata de decir que contra la glorificación utilitarista de la política de la oferta y de la teoría del efecto derrama que tanto gusta a las élites (dar más a quien más tiene, «a los jefes de la cordada», para atraer capitales),

la economía real debe basarse en principios morales. Seguramente es esto lo que da fuerza al movimiento y que hace que la población lo apoye masivamente.

Bajo la forma de reivindicaciones sociales, articula principios de economía moral que el poder actual ha venido atacando explícitamente, enorgulleciéndose de ello.

A partir de ahí se comprende mejor la coherencia del movimiento así como el que haya pasado de largo de las organizaciones centralizadas».

En efecto, las aspiraciones populares no se pueden reducir a reivindicaciones puramente materiales, aún cuando estas estén presentes.

Esta revuelta también está dirigida contra la arbitrariedad estatal y la negación de la democracia. Este elemento constituye un engranaje fuerte de la movilización, y las reivindicaciones materiales tratan de traducir en cifras este rechazo de la injusticia.

En la grandeza y la profundidad de la movilización existe la expresión de una emoción profunda, muy alejada de las reivindicaciones totalmente articuladas.

La gente que se moviliza está hasta la coronilla del desprecio de los pudientes, ya no soporta la humillación que les obliga a vivir así; en particular la del presidente, que en el ejercicio de todo su desdén y desprecio, encarna la política de la desigualdad y un mundo en el que hay superiores e inferiores.

Esta es la razón por la que el movimiento se ha focalizado sobre Macron, al que se percibe como el presidente de los ricos, de los muy ricos, y por ello la exigencia de su dimisión unifica al movimiento.

Quienes se movilizan afirman que la democracia no se limita al derecho al voto y reclaman una democracia real y bajo control. Es el movimiento de un pueblo que se construye, cabreado contra la injusticia, con odio hacia los dominantes y simpatía hacia las oprimidas y oprimidos.

En general, el eje de la movilización se sitúa en el centro de los combates emancipadores: la exigencia de igualdad y democracia.

Es por esta razón que la derecha parlamentaria se muestra cada vez más distante del movimiento; porque esta evolución se contradice con lo que ella defiende, incluso si de manera torticera intentó en un primer momento apoyarse en la movilización para atacar a Macron.

Evidentemente el futuro político dependerá mucho de su capacidad de abrirse a las diferentes causas a favor de la igualdad para todos y todas y para unir a las y los de abajo.

Los chalecos amarillos, como toda emergencia espontánea del pueblo, son la expresión una modificación importante en el seno de las clases populares. Este movimiento desborda a las organizaciones tradicionales y se inventa día tras día en una creación política permanente;

Ha golpeado duramente al gobierno, pero también a los responsables sindicales y políticos.

El contraste entre su extensión en las clases populares, la enorme simpatía que recoge, sobre todo en las empresas, el apoyo masivo de la población y la caricatura que han hecho de él en muchos círculos de la izquierda presentándolo como la extensión de la patronal del transporte o de la extrema derecha es significativo .

Sobre todo, cuando los sindicatos patronales del transporte por carretera han condenado los bloqueos y la mayoría de las y los organizadores de los chalecos amarillos han marcado claras distancias con los comprometedores apoyos de Dupont Aignan (derecha extrema) y Marine Le Pen (extrema derecha), que expresó su apoyo al mismo tiempo que desaprobaba el bloqueo de las carreteras…

Los chalecos amarillos y el movimiento obrero tradicional

Si bien responsables de France Insoumise, como JL Mélenchon o F. Ruffin, al igual que Olivier Besancenot en múltiples intervenciones televisadas dieron su apoyo al movimiento, todas las grandes organizaciones sindicales (no solo CFDT y FO, sino también CGT y Solidaires) rechazaron apoyar las manifestaciones.

A nivel local, determinadas estructuras sindicales y sindicalistas individualmente no han dudado en dar su apoyo al movimiento y llamar a participar en las acciones de los chalecos amarillos: es sobre todo el caso de la federación metalúrgica de la CGT, de Sud Industria y de FO transporte. Además, en determinados departamentos ha habido llamamientos sindicales unitarios, avanzando una plataforma de reivindicaciones en torno al incremento de salarios, contra la fiscalidad indirecta que golpea a las clases populares y a favor de una fiscalidad progresiva.

Ahora bien, la ausencia de una reacción unitaria de las organizaciones sindicales frente a la violenta represión y los arrestos tras las jornadas del 1 y 8 de diciembre (por ejemplo, llamando a una jornada de huelga de 24 horas y a movilizaciones en toda Francia) constituye una oportunidad perdida.

Y resulta particularmente grave que estas organizaciones no se hayan dotado de los medios para apoyar de una forma u otra a los sectores de las clases populares en lucha.

Una muestra más de la quiebra de un movimiento sindical que tiene bastantes dificultades para mostrar su eficacia en los sectores en la que es relativamente fuerte y que se muestra incapaz de jugar un papel en la relación de fuerzas cuando el poder atraviesa dificultades.

El corporativismo ante la ofensiva contra los sectores laborales y la integración en el papel de acompañamiento de las contrarreformas neoliberales han desplazado el papel de las grandes organizaciones sindicales.

Es por ello que estas movilizaciones han provocado un debate abierto en la CGT tras el comunicado confederal conjunto con el resto de confederaciones (a excepción de Solidaires) en el que se aceptaba una reunión con el gobierno en el punto más álgido de la movilización.

Una reunión que no podía aparecer sino como una desaprobación de los chalecos amarillos.

Un número determinado de federaciones y uniones departamentales exigieron la convocatoria de los órganos de dirección de la CGT para rechazar esta posición.

Así pues, asistimos a un acontecimiento importante: mientras una parte de las clases populares, que el sindicalismo debería representar y defender, se pone en movimiento, las organizaciones sindicales no sólo no se implican sino que además ayudan al gobierno a encontrar una puerta de salida a la crisis.

Así pues, no es el sindicalismo quien influye en el movimiento de los chalecos amarillos, sino a la inversa: es el movimiento el que alimenta el debate y puede que la crisis en el seno de la CGT.

El movimiento de chalecos amarillos ha arrastrado tras él a la juventud de secundaria (que comenzó a movilizarse contra las reformas en la educación que acentúan la selectividad social) y ha provocado una evolución positiva en las movilizaciones contra el cambio climático, permitiendo avanzar en la conjunción de la justicia climática y social.

Pero hasta este momento, si bien la población asalariada defiende masivamente al movimiento, ello no se traduce en movilizaciones en el sentido de aprovechemos el momento, incluso a pesar de que en determinadas empresas las secciones sindicales o militantes radicales lo hayan intentado.

La existencia de los chalecos amarillos es también el producto de una sucesión de derrotas del movimiento social.
Las y los militantes y responsables de la izquierda política, sindical y asociativa no hemos sido capaces de refundarnos en lo político, organizativo e ideológico frente a la ofensiva neoliberal, la globalización financiera y el rechazo a todo compromiso social por parte de las clases dirigentes tras la guerra fría.
A partir de finales del siglo XIX, el movimiento obrero organizado cristalizó el descontento social y le dio un sentido, un imaginario emancipador.
La fuerza del neoliberalismo, la implosión de los Estados llamados socialistas y el fracaso de otras respuestas progresistas, debilitaron progresivamente su influencia en la sociedad no dejándole más espacio que el de acompañar el retroceso.

Durante el periodo keynesiano de los 30 gloriosos, el conflicto entre los capitalistas y la clase obrera estaba arraigado en el seno de la sociedad: los poderes dominantes aceptaban la presencia del otro y, bajo una presión constante, estaban dispuestos a negociar un espacio –si bien lo mas pequeño posible- para este movimiento obrero, para sus organizaciones; así como la seguridad social, la gestiones de las pensiones, la formación profesional, etc.

Para los neoliberales, como decía Thatcher, no existe la sociedad, no existen mas que los individuos y el mercado; todo ello bajo el manto del Estado que regula la competencia y, de forma cada vez más represiva, impide el desbordamiento de las y los de abajo.

Al mismo tiempo, la capacidad de presión del movimiento obrero ha disminuido a causa de las políticas impulsadas por los capitalistas a través de las reestructuraciones económicas. Los grupos industriales son cada vez más grandes e internacionalizados, pero con unidades de producción cada vez más pequeñas y dispersas a través de la subcontratación y la precariedad 10/.

Hubo un período en el que la fuerza de las manifestaciones del movimiento obrero mostraba a los dominantes una capacidad de movilización de una dimensión mayor, provocándoles miedo porque marcaba el riesgo de un nivel de confrontación superior.

Hoy en día, al contrario, muchas de las manifestaciones sindicales son (a pesar de ser numerosas) la señal de la impotencia para ir más allá.

Se hacen manifestaciones porque no se puede hacer menos, sin otro medio de presión eficaz. El gobierno, la burguesía lo saben.

Las manifestaciones monstruo han sido incapaces de hacer algo más que… permitir contabilizar a las y los descontentos.

La novedad, la tenacidad y los primeros éxitos de los chalecos amarillos arrojan una luz cruel sobre las derrotas de estos últimos años en Francia.

Ilustran la descomposición de las corrientes de izquierda, orgullosas de su pasado y de su singularidad desde hace 50 años. La emergencia de los chalecos amarillos, tras la de Nuit Debout, muestra la exterioridad del movimiento social organizado frente a sectores amplios de las capas populares en las que estas organizaciones ya no tienen ninguna implantación.

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Como la mayoría de estos sectores no trabajan en los sectores y empresas en los que están presentes las organizaciones sindicales, no entran en sus esquemas mentales corporativistas y los dirigentes han visto este movimiento con desconfianza e incluso hostilidad.

Y esos sectores son ahora los más numerosos. Solo el 34% de los asalariados y asalariadas trabaja en empresas de más de 500 y una buena parte trabaja de hecho en establecimientos de un tamaño inferior 11/.

Por otra parte, las condiciones de trabajo y de militantismo en estas grandes empresas no constituyen lugares privilegiados para la maduración de cuadros organizadores de la clase, como decíamos hace 50 años.

Si a estas cifras se añade la de la gente en paro, las y los autónomos, etc., se ve bien que el sector de explotadas y oprimidos que está en contacto con las organizaciones sindicales es cada vez más limitado.

Añadamos a ello que las organizaciones políticas ya no estructuran a los trabajadores y trabajadoras en los centros de trabajo y que su relación con las clases populares se reduce al campo electoral; es decir, que son están muy distantes.

Por ese motivo las movilizaciones de las clases populares que explotan espontáneamente lo hacen al margen de los marcos de antaño.

En su día, el movimiento Nuit Debout fue considerado como una «cosa inútil de intelectuales parlanchines».

Nuit Debout movilizó a otras capas sociales, capas de jóvenes urbanos, más formados, más dispuestos a debatir y a argumentar, que esperaban crear una relación de fuerzas con la ocupación de las plazas, pero también totalmente ajenas al movimiento obrero sindical, político y asociativo.

En aquel movimiento, como en el de chalecos amarillos, opera un «dejadnos tranquilos», un rechazo de todas las organizaciones que a sus ojos aparecen como inútiles, cuando no perjudiciales.

Y en cualquier caso, no aptas para la situación porque no responden a las necesidades de las y los de abajo.

Esta exterioridad afecta también al mundo asociativo que no se percibe como representante natural de quienes quieren actuar.

Esto se pudo ver con los llamamientos ciudadanos de las movilizaciones feministas y ecologistas, aun cuando en ese ámbito era posible contemplar la confluencia entre los llamamientos a través de las redes sociales y el de las organizaciones existentes.

Los sectores de las clases populares que se movilizan tratan de construir algo colectivo, unificarse más allá de la empresa y eso no puede producirse más que en el espacio público multiforme como fueron las plazas para Nuit Debout o sobre las rotondas, los peajes y las plazas de las prefecturas para los chalecos amarillos.

¿Y hacia delante?

Lo que resulta inédito es la dimensión totalmente nacional de un movimiento espontáneo que se ha desarrollado por todas partes de forma simultánea, a veces con efectivos locales bastante pequeños.

Entre 300.000 y 500.000 personas es una cifra modesta en comparación con las grandes manifestaciones sindicales. Pero esa suma representa miles de acciones locales coordinadas.

Las redes sociales han permitido vincular de forma bastante horizontal, igualitaria a gente que no se conocía.

Pero, al mismo tiempo, las redes sociales no hubieran podido por sí mismas dar semejante amplitud al movimiento de los chalecos amarillos.

Su carácter de masas es fruto de la convergencia de dos factores.

De entrada, el bloqueo en las rotondas: la casi totalidad de las 14 millones de personas que deben utilizar su coche para ir a trabajar se ha tropezado con los chalecos amarillos en su trayecto, les ha saludado, les ha manifestado su apoyo. Quienes se movilizaban eran visibles casi permanentemente.

El movimiento de las rotondas se ha construido a través del tejido social local, de las relaciones sociales, antiguas o cotidianas; más allá de los lugares de trabajo, en los cafés, las asociaciones, los clubs de deporte, en los inmuebles, los barrios… de gente que las pasa canutas.

En segundo lugar, la complementariedad entre las redes sociales y las cadenas de información en continuo que dieron rápidamente una dimensión nacional al movimiento, si bien los periodistas siempre hacen referencia a las redes sociales para escamotear el papel que desempeñan ellos mismos en la construcción de la acción pública 12/.

La clase dominante tiene interés en privilegiar un movimiento que se presenta como hostil a los sindicatos y partidos.

Por otra parte, la facilidad con la que los líderes de este movimiento se expresan hoy en día ante las cámaras es el resultado de un fenómeno doble: un nivel de escolarización más elevado y la penetración de las técnicas de comunicación audiovisuales en todas las capas de la sociedad 13/.

Con la difusión en bucle de las declaraciones de manifestantes afirmando su rechazo a ser recuperados por los sindicatos y partidos, los profesionales de los media desarrollan su propia batalla para instalarse como portavoces legítimos de los movimientos populares.

De ese modo, respaldan la política liberal de E. Macron orientada a desacreditar las estructuras colectivas de las que se han dotado las clases populares.

El trabajo de representación del movimiento que le hace existir como tal (los chalecos amarillos), está descentralizado, pasa a través de múltiples grupos locales.

Los movimientos sociales tienen necesidad de construir una identidad con nuevos símbolos: los chalecos amarillos son el símbolo del sufrimiento social. ¿Expresa la voluntad de ser visto, de ser visible?

En cualquier caso, su eficacia es la prueba de la inteligencia colectiva y de la imaginación popular.

En el movimiento de los chalecos amarillos, el epicentro no está en el centro de trabajo sino en las experiencias vitales.

Siendo omnipresentes en las principales vías de comunicación, con medios relativamente limitados, han generado una crisis política que no se conocía en Francia en los últimos decenios.

La crisis política nace de la combinación de:

· La proliferación de pequeñas concentraciones (hasta en sitios en los que habitualmente no existe vida política), de bloqueos, de la perturbación del flujo de circulación.

El efecto político de estos bloqueos, la relación con la población, el mantener la presencia como símbolo de su determinación, es más importante que su efecto económico: los puntos de bloqueo fundamentales, como los depósitos de carburantes o el de los grandes centros comerciales, no aguantaron mucho tiempo.

La voluntad de realizar bloqueos, de impulsar la acción directa se suma al rechazo de las formas tradicionales de manifestación, estableciendo una continuidad con las acciones de bloqueo desarrolladas estos últimos años por sectores sociales combativos.

· El recurso a manifestaciones no autorizadas, no organizadas, semi-espontáneas, con pequeños grupos móviles llegados de todas partes que, en respuesta a las fuerzas del orden y con un entusiasmo inédito a pesar de la represión, de la numerosa gente herida, de las manos amputadas, de las caras desfiguradas, de los muertos en los bloqueos (ya van nueve), se convirtieron en fuertes disturbios en los barrios representativos de esa riqueza indecente; sobre todo, en el oeste de París y en los centros urbanos departamentales y regionales.

Fundamentalmente, el 1 de diciembre, el fuego se apoderó del centro del París burgués, del enclave del poder nacional que hasta ahora nunca había servido como teatro de operaciones.

Dada la fragmentación de su representación, resulta sorprendente la unidad del movimiento.

Unidad en la acción, solidaridad frente al gobierno y la represión, y consenso aparente sobre una serie de reivindicaciones y el ritmo del movimiento.

¿Qué posibilidades de avanzar tiene este movimiento heterogéneo?

Si bien el movimiento ha generado una crisis política importante, estamos lejos de una inversión de las dinámicas fundamentales del período inscrito en la relación de fuerzas mundiales. Para ello es imprescindible una perspectiva política de emancipación.

Hay una diferencia entre la radicación del sector más movilizado y la evolución política del resto de la población. Es lo que muestran las encuestas electorales: no se ha invertido la tendencia a crecer de la extrema derecha y de las derechas radicales.

En su actual nivel de desarrollo, el movimiento ha tomado la buena decisión de no establecer representantes nacionales encargados de negociar con el gobierno, impidiendo que el gobierno ejerciera presión sobre los representantes y obligándole de ese modo a responder a la presión que realiza el movimiento en su conjunto.

Tomemos como referencia el texto de los chalecos amarillos de Commercy:

«No es para comprender mejor nuestra cólera y nuestras reivindicaciones que el gobierno nos exige nombrar representantes; es para encerrarnos y enterrarnos. Al igual que con las direcciones sindicales buscan intermediarios, gente con la que poder negociar a la que podrá presionar para calmar la erupción. Gente que después podrá recuperar y empujar a dividir el movimiento para enterrarlo».

Ahora bien, esta respuesta no puede ser la definitiva: es necesario debatir cómo designar verdaderos representantes, lo que no es nada simple.

Los intercambios a través de las redes sociales son de una eficacia indiscutible para la acción, para ir de una rotonda u otra, para juntarse.

Han servido para concentrarse y actuar. Sin embargo, muestran sus límites cuando se trata de estructurarse, de autoorganizarse.

Nada puede reemplazar los debates presenciales, de viva voz, el intercambio colectivo. Puede haber gente muy activa en las rotondas que no se manifiesta a través de las redes sociales y a la inversa, de gente que desea actuar y no discutir.

En estos lugares comunes que constituyen las austeras rotondas y los parking de los supermercados se ha generado una enorme solidaridad, con discusiones permanentes y una conciencia cada vez mayor de las dificultades, de la naturaleza de los adversarios, de su voluntad y del necesario enfrentamiento.

A veces se celebran asambleas, debates más organizados. Todo lo que va en esa dirección, de debate democrático, de adoptar posiciones en común es positivo.

Y para ello es necesario aceptar que existen opciones políticas, corrientes de pensamiento que tienen la ventaja de estructurar sus propuestas, de presentar opciones; que no solo se trata de personas aisladas en un debate libre y no falsificado.

Para que el movimiento evolucione políticamente es indispensable superar la antipolítica, como si el pueblo fuera homogéneo, sin contradicciones en su seno, y que bastaría con unificarlo. Está a la vista; existen debates entre opciones diversas:

A favor de la negociación, a favor del que se vayan todos, opciones electoralistas que llaman a la constitución de un movimiento político inédito similar al Movimiento 5 estrellas italiano… La posibilidad neo-fascista atraviesa las tres opciones.

Al mismo tiempo que el enfrentamiento tiene una dinámica anti Macron que pone en cuestión las opciones capitalistas neoliberales, la dinámica política actual es tal que los movimientos de este tipo pueden hacer emerger opciones contradictorias, nacional-identitarias: no podemos hacer como si el movimiento pudiera resolver estos debates de forma espontánea.

Es cierto que es posible unificar al pueblo tras un liderazgo, un buen político, no corrupto o, incluso en el peor de los casos, una persona corrupta. Y todo ello tiene poco que ver con el combate político emancipador.

Por eso, la aceptación del debate político democrático, de la confrontación de posiciones divergentes, formalizada a través de distintas opciones, la aceptación de las múltiples opresiones, de intereses diferentes, a veces incluso divergentes, es fundamental para una maduración política.

El debate actual sobre el Referéndum de Iniciativa Ciudadana que es tan popular en el movimiento de los chalecos amarillos pone al descubierto todas estas cuestiones.

Pensar que un referéndum puede resolver lo que la fuerza de este movimiento no ha solucionado es totalmente ilusorio.

Pero la aspiración a una democracia mejor, al control democrático, es positiva.

¿Puede esto pasar a través de este tipo de referéndums? Es discutible: ¿quién plantea la pregunta?; qué es lo que cada cual plantea tras la pregunta, cómo se puede plantear una cuestión compleja de forma sencilla, cómo respetar a la minoría en esas votaciones…?, todo esto es materia de debate.

Supone una vieja ilusión pensar que por el hecho de que las clases populares son mayoritarias, el voto les permitirá resolver sus problemas y hacer frente al poder del capital.

La burguesía y su aparato de dominación ideológica transformaron desde hace mucho el voto en un instrumento que manejan muy bien, incluso si en determinados momentos ello les genera relativas dificultades.

¿Cómo creer en ello tras el referéndum sobre el Tratado de Constitución Europea, o la utilización de ese tipo de referéndums en Suiza, que es por esa vía como se pueden poner en cuestión las opciones neoliberales y autoritarias que estructuran el mundo actual?

¿Cómo modificar favorablemente la relación de fuerzas para una confrontación general con el poder?

Los cientos de miles de chalecos amarillos apoyados por la inmensa mayoría de la población han logrado desestabilizar a Macron y su gobierno, pero está claro que para hacerle ceder es necesario poner en movimiento a otras capas de las y los explotados y oprimidos, que si bien apoyan a este movimiento, no participan activamente en él.

Todas las iniciativas desarrolladas para la confluencia de los chalecos amarillos con los sindicalistas en lucha, con el movimiento ecologista, con los estudiantes de secundaria va en el buen sentido: la unificación de las y los de abajo.

Los millones de personas que apoyan a los chalecos amarillos no participan de forma activa en el movimiento. Es ahí donde tenemos que actuar.

Pero se constata que no es tan simple poner en común todos los malestares y, sobre todo, que no podrá hacerse bajo un solo símbolo, ni siquiera sobre el de chalecos amarillos, a pesar de su demostrada eficacia.

Resulta fundamental conservar la autonomía de este movimiento, comprender que hoy en día nadie es superior y que sólo todos y todas juntas podremos cambiar las cosas.

Sólo mediante el reconocimiento mutuo y aceptando nuestras diferencias será posible unirnos en la acción.

Esta unidad en la acción de la clase de las y los explotados y oprimidos sólo podrá realizarse a través del mestizaje de las formas de organización y de los métodos de acción.

Es en torno a este tipo de perspectivas como se puede encontrar las bases para una recomposición global de los sectores del movimiento obrero que apoyan a este movimiento.

Porque es en la capacidad para comprender estas movilizaciones, estas experiencias, para intervenir en los debates indispensables, donde podremos demostrar que la utilidad de nuestra experiencia, a pesar de sus límites, es fundamental para aportar respuestas políticas globales, para dar contenido político a la cólera contra el poder capitalista, profundizando en la democracia y la auto-emancipación a partir de los movimientos sociales reales en el seno de nuestra sociedad.

En esta nueva ola de movilizaciones, el movimiento de los chalecos amarillos muestra de nuevo la ausencia terrible de un movimiento político, de una organización, de una red militante que estructure en la acción cotidiana a las clases populares en torno a un proyecto emancipador.

Partir de los movimientos reales, de los colectivos en movimiento para repensar las formas de organización democrática… constituye hoy en día más que nunca la tarea de las y los anticapitalistas, de las y los revolucionarios, de quienes quieren cambiar este viejo mundo.

Este texto es una transcripción de la charla de Patrick Le Moal –militante del NPA-, traducida y editada por viento sur.