Comer alimentos altos en grasa o azúcar puede estar asociado con un estado de inflamación del hipocampo, región cerebral relacionada con el establecimiento de la memoria a corto plazo, la cual al someterse a una dieta de estas características, sufre alteraciones bioquímicas y estructurales significativas.
En el laboratorio de la doctora Clorinda Arias Álvarez, del Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM, una de las líneas de investigación que trabajan es la relación de la nutrición y el funcionamiento cerebral, ya que se ha visto que existen ciertos factores de riesgo metabólicos para propiciar un envejecimiento patológico y alteraciones de la cognición.
Su grupo de investigación desarrolló un modelo para identificar cómo impactan a nivel cerebral, las condiciones que producen una resistencia a la insulina debida a dietas altas en grasas y azúcares. Este trabajo consistió en someter durante una semana a una rata a una ingesta continua de alimentos con este tipo de dieta. Los científicos encontraron que dicha alimentación se asocia con una resistencia a la insulina en células del hipocampo.
La resistencia a la insulina está muy bien descrita en órganos periféricos, en el hígado o en el músculo, pero en el cerebro se ha explorado poco.
La investigadora comentó que uno de los resultados de este trabajo es que existen alteraciones estructurales, como menos espinas dendríticas, proteínas sinápticas y un aumento de células glíales, que son las encargadas de mantener la homeostasis neuronal, es decir, de que haya un microambiente adecuado en las neuronas. También se encontró disminuido el contenido de una proteína de las sinapsis, que son los sitios donde se comunican las neuronas.
Agregó que existen grupos de investigación que han demostrado que dietas altas en grasa y azúcar alteran el desempeño en tareas de memoria de trabajo, conocida como memoria a corto plazo, pero no se había aún descrito el efecto de este tipo de alimentación a corto plazo en el hipocampo.
Una de las características de este modelo es que fue utilizado sólo durante siete días. Cabe destacar que un día en la rata equivale en promedio a 30 días en el ser humano, lo que representaría que si una persona consume una dieta alta en grasa y azúcar durante varios meses, podría sufrir estos cambios reversibles, pero que de prolongarse pueden contribuir al decaimiento cognitivo durante el envejecimiento.
“Esta es la primera parte de nuestro trabajo. Lo que queremos es estudiar la reversibilidad del proceso. Creemos que estos cambios son adaptaciones que se dan a dietas que desarrollan resistencia a la insulina y cambios bioquímicos, pero que probablemente en ciertas condiciones puedan ser reversibles, sobre todo en este modelo que tenemos de la exposición a una semana”, dijo Clorinda Arias.
Por lo tanto, comentó que es importante conocer si es posible la irreversibilidad de estos fenómenos, con el fin de desarrollar estrategias de nutrición y terapéuticas, así como encontrar qué condiciones a lo largo de la vida de un sujeto pueden ponerlo en una situación de riesgo y llevarlo a un envejecimiento patológico. Además espera conocer las alteraciones que, conforme pasa el tiempo, son irreversibles, dañan el cerebro y pueden estar asociadas con enfermedades neurodegenerativas.
“Nuestra aportación es dar esta dieta combinada de alta grasa y alta fructuosa en un corto tiempo de exposición a la rata y ver cómo responde bioquímica y estructuralmente una región relacionada con fenómenos de memoria, que es una región de una alta tasa metabólica y con altos cambios plásticos”.
Existen muchos alimentos que favorecen el funcionamiento de los órganos, incluyendo el cerebro, el cual suele ser muy cambiante y plástico como respuesta a situaciones del medio ambiente, de ahí surge su capacidad de recordar y aprender, aspecto que se conoce como plasticidad cerebral.
Como consecuencia de esta plasticidad se establecen nuevas conexiones entre las neuronas que requieren la formación de nuevas membranas que permitan esta comunicación a partir de nuevas sinapsis. La doctora Clorinda Arias comentó que un componente muy importante como los ácidos grasos poliinsaturados, es decir, los omega 3 (contenidos en alimentos como el salmón y el aceite de oliva), son fundamentales para llevar a cabo esta labor de plasticidad que tiene el cerebro.
Agregó que el ejercicio físico es básico para producir moléculas que mantienen estados de adecuado funcionamiento cerebral, además de que se deben de evitar dietas nocivas para la salud que pueden tener repercusiones incluso a nivel cerebral.
“Somos un todo y todos los órganos están en continua comunicación, por lo que a lo largo de la evolución los seres humanos se han expuesto a una serie de condiciones de alimentación y nutrimientos que han favorecido el desarrollo del cerebro y un desempeño adecuado de todo el organismo”, concluyó.