A cincuenta años de la masacre en Tlatelolco, la maestra Susana Araceli Ángeles Quezada escribe sobre su participación en eventos conmemorativos de 1968 y cómo el denunciar los crímenes de Estado es una ardua tarea pendiente
Por Susana Araceli Ángeles Quezada*
Regeneración, 02 de octubre de 2018.- A cincuenta años de la masacre en Tlatelolco, miles de jóvenes mexicanos nacidos décadas después, conmemoramos con indignación dicha tragedia. El espíritu del 68 sigue vivo en el ideario y los sentimientos de muchos de nosotros, los hijos de la educación pública del fin del siglo XX. El crimen tuvo un responsable intangible: el Estado. Detrás de él, nombres y apellidos se esconden en una nube institucional representada por un helicóptero, dos luces de bengala, soldados del Ejército Mexicano y hombres armados con guantes blancos. Los jóvenes estudiantes caídos durante el ejercicio de su libertad en aquella plaza, nos duelen tanto como los desaparecidos de Ayotzinapa.
La primera vez que acudí a una de las marchas conmemorativas del 2 de octubre, fue en 2009, cuando salí con el contingente de mi escuela, la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. Compañeros activistas invitaban a sumarse a la marcha: mantenerse ajenos implicaba ser cómplices del silencio que imperó muchas décadas después de aquellos días. En cambio, salir a corear consignas estudiantiles como el derecho a la educación laica, gratuita y popular; gritar “únete pueblo” en abierto llamado de solidaridad por tantos agravios compartidos; pintar mantas con la leyenda “2 de octubre no se olvida” y la simple oportunidad de expresar, codo a codo, la rabia acumulada por tantas tropelías contra la sociedad, todo eso sí que nos daba la posibilidad de sentirnos dignos herederos de quienes combatieron el autoritarismo y la represión y fueron brutalmente acallados por ella. Acudir, pues, se trataba de una decisión moral. Esa fue, por cierto, también la primera vez que participé en una marcha pacífica que fue dispersada con gas; la primera vez que fui amedrentada por ejercer mi libertad de expresión.
La anécdota tiene cabida porque denota la vigencia de una lucha social en contra de los abusos perpetrados por organismos gubernamentales que fueron creados para salvaguardar la integridad de las personas y que, en contraste, han sido empleados en diversas ocasiones como instrumentos de amenaza, confrontación y tortura en contra de la población. Decenas de crímenes a manos del Estado siguen sucediendo cada año en nuestro país y muchas de esas matanzas permanecen veladas tras las versiones oficialistas, según las cuales, la población inerme fue la provocadora. Revelar la verdad detrás de esos hechos para hacerle justicia a las víctimas y denunciar la violencia ilegítima ejercida por el Estado es, por lo tanto y tristemente, una ardua tarea pendiente.
Este 2018, después de cincuenta años y, especialmente sensibilizada por decenas de programas de radio y televisión que ahondan en la memoria de aquel acontecimiento, aprovecho este espacio para invitar a la juventud a adentrarse en la historia del movimiento estudiantil de 1968 y a ejercer nuestro derecho a la libertad: pensar y decir lo que a nuestro juicio es lo correcto; defender con vehemencia y sólidos argumentos la posibilidad de disentir; alejarnos de los autoritarismos que aún persisten y que pretenden imponernos sus lógicas de pensamiento; manifestarnos en contra de las injusticias y ser la voz de los que han sido para siempre silenciados. Seamos libres, seamos críticos hasta el punto en el que nuestra consciencia sea el único juez de nuestros pensamientos, actos y dichos. Así, no solamente estaremos conmemorando, sino honrando, la lucha de los estudiantes que se manifestaron hace cincuenta años.
Apunte millennial:
La Universidad Nacional Autónoma de México, a través de un grupo de investigadores, realizó un repositorio digital y un amplio programa de actividades conmemorativas que pueden consultarse en: https://memorial68.com.mx/
*Mtra. Susana Araceli Ángeles Quezada
Millennial por definición más que por gusto. Politóloga por la UNAM y maestra en políticas públicas por el CIDE. Con el corazón a la izquierda y, la verdad, un poco nerd. Actualmente diputada local hidalguense por MORENA. Convencida y comprometida con la cuarta transformación.