Thomas Cantaloube / La Breche * El sol está en su punto más alto en la plaza Tahrir (Liberación) de El Cairo, el lugar de convergencia de los manifestantes en la capital egipcia, cuando varios centenares de hombres se organizan en hileras sucesivas y se arrodillan sobre el suelo. Es la hora del rezo. Y es una imagen que se difunde en todo el mundo desde hace una semana, ofreciendo la escena de opositores contra el poder secular de Hosni Moubarak que detenían la protesta para volverse hacia La Meca.
Pero es también una imagen engañosa, ya que en torno a este grupo de oración, diez, veinte, cuarenta veces más manifestantes siguen discutiendo, gritan y levantan sus pancartas sin preocuparse de Alá. Para disipar el malentendido, Ahmad El Fouly, un joven preparador en farmacia de pequeños catalejos rectangulares, se apresura en explicar: “No es una revolución islámica, es una revolución de la juventud!”
En efecto, aunque se cruzan todos los grupos de edad entre los manifestantes cairotas, la fuerza dominante está formada claramente por los que sólo conocieron durante toda su vida a Moubarak como presidente: un 60% de los egipcios tienen menos de 30 años. Amira, una joven mujer que enseña al árabe a extranjeros, y habla un inglés y un francés notables, no puede dejar de indignarse: “Todos mis estudiantes conocieron a varios presidentes. Tengo 32 años, y sólo conocí a uno sólo. Es necesario que eso cambie.” “Tenemos aún esperanza, es para eso que estamos en la calle día tras día. Nos comunicamos por Internet – cuando funcionaba aún – o por teléfonos celulares. Es por eso que tenemos la fuerza de seguir sosteniéndonos mutuamente”, estima un ingeniero de 28 años que tienen en su pecho la consigna “Moubarak, vete al infierno!”. “La gente más vieja perdió toda esperanza. No se atreven a protestar, piensan que eso no servirá de nada. Este régimen los mató dentro”, prosigue.
La lista de las quejas de la juventud rebelada es larga. Yassir, un ingeniero agrícola de 31 años cuándo se le piden las razones por las cuales protesta pregunta con malicia, “¿tiene una libreta de apuntes bastante larga?”. Es la desesperación económica que domina mayoritariamente. “Hace diez años que he terminado mis estudios, de buenos estudios, y sólo encontré pequeños trabajos”, dice Yassir. “La mayoría de las personas que protestan ganan de 100 a 150 dólares al mes (80 a 110 euros). Es insuficiente para vivir. No podemos hacer proyectos, no tenemos ninguna seguridad.”
Un hombre apenas más viejo lo interrumpe. Su voz desborda de sollozos. Esgrime con insistencia una minúscula fotografía de su hija de 8 años: “No tengo dinero para su educación, y tengo aún otras dos muchachas más jóvenes. No sé cómo voy a hacer. No puedo enviarlas a la escuela.” Un mozo de café gana 30 euros al mes y vive en una casa “bajo tierra”.
Detrás de su niqab, Amira, docente, se considera mejor cotizado que la mayoría de la gente que está a su lado: “Trabajo en el sector privado y pertenezco a lo que se califica normalmente de clase media. Pero trabajo dieciocho horas al día y ni siquiera puedo comprarme una casa. Me veo obligado a alquilar. Si viviera en Europa tendría una seguridad social, pero aquí no tengo nada. Hay muy ricos y muy pobres en Egipto, pero pocas personas en el medio. Somos una sociedad sin balance.”
Se habla mucho que la caída de Zine al-Abidine Ben Ali fue causada por el inmenso grado de corrupción de su régimen de clan, lo que se volvió insoportable a los ojos de la mayoría de los tunecinos. Aunque la élite egipcia y el entorno de Moubarak no tienen la reputación de ser tan nepotistas y rapaces, un resentimiento idéntico vive juventud.
Los más afortunados mencionan títulos sin gran valor, años de estudio para conseguir un trabajo mal pago, la imposibilidad de llevar una vida decente, de comprarse un coche o de viajar. Los menos afortunados saben que están a dos pasos de quedar en la calle.
Frente ellos, gobernadores que se convirtieron en hombres de negocios, que se aprovecharon de las privatizaciones de estos últimos años para agrandar su cuenta bancaria y tener una vida de ricos. Gamal Moubarak, el hijo del “raís” es el ejemplo más significativo: banquero, cacique del partido-Estado y, hasta ayer, candidato a suceder a su padre. “No somos una República, somos un reino”, repiten porfiadamente numerosos manifestantes. “Tomo estas desigualdades de manera muy personal”, dice Marwa, un joven militante que juzga tener un buen salario y buenas condiciones de vida. “Mi mejor amigo se murió en un accidente de coche porque la carretera sobre la cual conducía no se había reparado desde meses, mientras que todo el mundo sabía que era muy peligrosa. Justa al lado, vivía un miembro del gobierno que observó que la calle que pasaba delante de su casa estaba en mal estado: la repararon en una semana… Es igual en todas partes del país. En mi barrio, no hay recolección de la basura, mientras que en las zonas residenciales todo está es impecable.”
En estas condiciones, las elecciones tramposas, la privación de las libertades o las fechorías de una policía represiva, se convierten en otros tantos elementos que impiden literalmente a los jóvenes respirar. Contrariamente a su mayores, y gracias a Internet, ellos son conscientes de lo que sucede fuera de sus fronteras, tanto en Occidente… como en Túnez. El Movimiento del 6 de abril es uno de estos grupos de jóvenes que surgió sobre Facebook en 2008. Fue el origen de las primeras movilizaciones hace una semana, e hizo el llamamiento a la gran manifestación del martes 1º de febrero. Sus organizadores se encuentran en un viejo edificio del centro de El Cairo, con un ascensor averiado, los cristales rotos y las puertas condenadas por años de telas de arañas acumuladas. Sin Internet, movilizan por teléfono, por el boca a boca y por la distribución de volantes. “Los viejos no dejaban de compadecerse desde años, pero no tenían el valor de salir a la calle. Es la juventud que empezó este movimiento. No queremos una simple limpieza del gobierno, sino un verdadero cambio de régimen”, nos dice Mohamed Aiden: “Habíamos previsto movilizarnos este año en anticipación de las elecciones presidenciales de septiembre, pero lo de Túnez aceleró las cosas. Nos comunicamos con los movimientos de la juventud tunecina y nos ofrecieron una motivación inestimable.”
La salida de Moubarak es la consigna de la juventud y más allá, pero todo el mundo o casi es consciente de que apenas se trata de una primera etapa. “Es necesario comenzar por eso, pero todo lo demás debe venir a continuación: el respeto de las leyes, de las elecciones libres, el aprendizaje de la democracia, cambiar la ley que impone tener 30 años para ser candidato a una elección”, completa a Mohamed Aiden. ¿Pero qué les hace creer que un cambio de mando en el país mejorará la situación económica de cada uno? “Egipto no es un país pobre. Tenemos recursos: el petróleo, el gas natural, gente educada”, aboga Marwa, el joven militante. “Pero todo el dinero es desviado por esta élite que envejece y sus hijos.”
Sobre la plaza Tahrir, Ahmad Zaki, que hizo estudios en Oakland, California, cuenta su historia. Hace tres meses que intenta renovar su permiso de conducir, sin éxito: “Hago todas las gestiones que se me piden, incluso viajé a hasta Alejandría para recuperar documentos, pero no avanza nada. Cada vez que me hago controlar por un policía, le muestro mis papeles probando que hago lo necesario, pero eso no sirve de nada. Todo el sistema es así, no funciona nada. Te humillan o te fuerzan a dar un soborno.”
En torno a él, todo el mundo opina lo mismo del jefe, todo el mundo tiene una historia parecida para contar. “La situación económica no puede mejorarse si no tenemos una democracia transparente, en lugar de este sistema de despojos que nos ofrece el gobierno”, insiste a Ahmad El Fouly, practicante. “No somos animales, somos recursos humanos.” Esta última frase (pronunciada en inglés) puede parecer extraña, pero refleja perfectamente el sentimiento de esta juventud que se siente excluida de todo proceso de participación y de toda cadena productiva. Para ella, estas manifestaciones contra Moubarak y su régimen no son apenas una justa rebelión, sino una manera de existir y de contar, por fin.
La Breche
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Traducción de Ernesto Herrera – Correspondencia de Prensa