La carrera por la presidencia de los Estados Unidos ha sido, para Trump, una oportunidad insospechada para extender su fama, ya a escala global
Por Claudio Lomnitz | La Jornada
Regeneración, 28 de septiembre del 2016.-Como antropólogo, el debate entre Hillary Clinton y Donald Trump me interesó porque fue un concurso entre dos animales de especies diferentes. Normalmente las competencias son entre pares: en el boxeo se separan los luchadores de peso ligero de los de peso pesado, en el atletismo hay carreras separadas para hombres y mujeres, etcétera. El debate Trump-Clinton, en cambio, parecía una de esas fantasías infantiles en que lucha un elefante de plástico contra un león de peluche. Fue un debate entre dos clases de gente muy diferentes.
Como tipo social, Donald Trump es un charlatán, un embaucador. No lo digo como insulto, sino de manera fríamente descriptiva. La palabra charlatán se originó en el siglo XVII y se refería en ese entonces a ambulantes que vendían falsos remedios con base en su capacidad de enrollar a los simples. La palabra nos viene del vocablo italiano ciarlare, o sea, charlar. Un charlatán vende productos falsos con base en su labia.
Donald Trump es el primer candidato moderno a la presidencia de los Estados Unidos en haberse negado a publicar sus declaraciones fiscales, aparentemente porque, en años pasados al menos, sus negocios multimillonarios no pagaron impuesto alguno. La Trump University, que no fue nunca una universidad, cerró hace cinco años, pero sigue enfrentando demandas por defraudar a los estudiantes. En junio, un reportaje extenso del New York Times mostró que, en una década próspera para los casinos de Atlantic City, los inversionistas de los dos megacasinos que abrió Trump perdieron 1.5 mil millones de dólares. Trump, en cambio, ganó 24 millones de dólares por sus labores de gestión, que consistieron principalmente en llevarlos a la quiebra.
Trump es un charlatán algo peculiar, porque su negocio depende de engrandecerse a sí mismo. Lo que vende en primer lugar no es una poción, sino su propio nombre o prestigio como marca. Es por esto que la revista Fortune tuvo que tomarse el trabajo de calcular que la fortuna del millonario es en realidad de una tercera parte de lo que él dice (3.7 mil millones de dólares, en lugar de arriba de 10 mil millones). La mentira pareciera ser trivial para quienes no llegamos siquiera al milloncito de dólares en el banco, pero es en realidad reveladora porque el negocio de Trump es agrandar su imagen para convencer incautos. Si tiene uno, dice tener tres.
Como bien dijo Mitt Romney en su momento –y a esta acusación se ha sumado buen número de multimillonarios, como Michael Bloomberg– Trump es mucho más un especulador que un gran capitán de industria, y su nombre está asociado a toda clase de negocios fracasados: Trump Magazine, Trump Steaks, Trump Vodka, Trump Airlines, Trump Mortgage, Trump University… El Washington Post mostró recientemente que usó 250 mil dólares de su fundación caritativa para pagar pleitos judiciales. En los años setenta, algunos de sus edificios de Brooklyn y Queens no aceptaban inquilinos negros. En los años ochenta contrató a cientos de trabajadores indocumentados de Polonia para construir Trump Tower. En reportaje reciente del Times se muestra que debe 650 millones de dólares en sus negocios de bienes raíces…
La carrera por la presidencia de los Estados Unidos ha sido, para Trump, una oportunidad insospechada para extender su fama, ya a escala global. ¿Qué clase de debate puede tener un político de pura cepa, como Hillary Clinton, que se preocupa por el negocio de gobernar, con un personaje de esta índole? ¿Qué debate puede haber entre un político profesional y un charlatán?
En el debate del lunes, lo que vimos fue que el charlatán se dedicó a inculpar a los políticos de todos los males de Estados Unidos. Hillary Clinton fue retratada como política profesional y, por tanto, como responsable única de todo: los políticos les han amarrado las manos a los capitanes de la industria, como Trump, metiendo toda clase de impuestos y regulaciones; los políticos no saben negociar, ni saben get a good deal, ni tampoco les importa porque no pierden su propio dinero. Trump, el superhéroe de los negocios, sí sabría hacerlo. Sabría obligar a China a revalorar el yuan, y a México a pagar por el muro. Sabría obligar a Japón y a los países del Organización del Tratado del Atlántico Norte a pagar más a Estados Unidos por el rubro de protección militar. Sabría obligar a las compañías estadunidenses a regresar las fábricas a Estados Unidos. Sabría bajar los impuestos a todos los negocios de Estados Unidos a la mitad, sin cortar gastos en infraestructura ni en gasto social… Sabría todo lo que sabe un charlatán que vende la cura mágica.
Hillary, por su parte, mostró que sabría gobernar.