Por José Antonio Almazán G.
Lo que está en juego en las elecciones del 2018 es la posibilidad real de frenar y comenzar a revertir el proceso de integración subordinada, recuperando y fortaleciendo la soberanía nacional, particularmente la energética y alimentaria. O de profundizarla hasta convertirla en un hecho irreversible.
Regeneración, 22 febrero 2018.- Las elecciones de 2018 serán de una importancia histórica decisiva para el futuro de México, pero también para el SME, por diversas razones que tienen que ver con el entorno internacional y nacional. El proceso de integración subordinado de México a la órbita imperial de USA avanza casi inexorablemente, sin importar si es con Donald Trump o con quien surja del partido Demócrata. La diferencia entre ambos partidos es de grado, no de fondo. Ambos buscan el control y seguridad de sus fronteras más allá del Rio Bravo y del Suchiate y de la frontera norte de Canadá. Tanto en lo que hace al perímetro de seguridad de América del Norte, en el que la migración, las relaciones comerciales, así como la infraestructura crítica (petróleo y electricidad) son componentes esenciales para USA en la lucha por la hegemonía a escala planetaria. Ambos partidos representan los intereses del establishment y el complejo industrial, aéreo espacial y militar, desde cuya óptica México está destinado a ser una semicolonia o protectorado.
Esta visión del mundo desde la fundación de USA, ha sido también una perspectiva inconfesa de los intereses oligárquicos mexicanos, como puede ser analizada en diferentes documentos como por ejemplo la Alianza para la Seguridad y Prosperidad de América del Norte (ASPAN), en cuyos textos diversos grupos empresariales mexicanos (Consejo Coordinador Empresarial, el Consejo Mexicano de Hombres de Negocios, la Confederación de Cámaras Industriales, el Consejo Mexicano de Comercio Exterior, el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado) exhiben sin tapujos sus planes de privatización energética en consonancia con el gobierno de USA.
Esta tensión histórica, 3,185 kilómetros de frontera y tan lejos de dios y tan cerca de USA, ha estado presente, de una u otra forma, en todas las elecciones presidenciales. Pero entonces ¿qué le da ese carácter decisivo al 2018?, dos circunstancias: por un lado la privatización energética como un hecho consumado y el ingreso a un fase más profunda de la integración subordinada; y por otra parte la posibilidad real de un triunfo electoral de AMLO, como ocurrió ya en el 2006 y en menor medida en el 2012.
Para una buena parte de la izquierda marxista y revolucionaria, grupuscular y sectaria, AMLO ni socialista es y pareciera que estoy descubriendo el hilo negro, pero… sin embargo, son hechos que luego se olvidan en los análisis de coyuntura que, por su propia naturaleza siempre son mucho más complejos por la cantidad de elementos y factores que dejan de ser tomados en cuenta en predicciones de esta naturaleza. Típicamente AMLO es un político nacionalista democrático, como puede ser constatado en su Proyecto de Nación 2018-2024, en el cual sin romper la lógica de la acumulación capitalista, pero poniendo el énfasis en el combate a la pobreza y en la recuperación real del salario, se plantea la construcción de un México con libertad, justicia y democracia. Pero ese defecto para unos o cualidad para otros, y me inclino por lo segundo, es un ingrediente corrosivo y de enorme desconfianza para sectores empresariales; no se diga para la oligarquía mexicana, cuyas fortunas se han forjado al amparo de la corrupción gubernamental.
Pero para millones de mexicanos que militan en Morena, AMLO es un político honesto que se ha ganado a pulso la confianza del pueblo de México y que ha sabido construir un discurso nacionalista-democrático y un liderazgo indiscutible a partir de los sentimientos y emociones reales de millones de mexicanos, en eso que Paulo Freire llamó la pedagogía del oprimido. No mentir, no robar y no traicionar. Para millones de mexicanos de electores mexicanos ese discurso nacionalista democrático ha sido y es el crisol en el que se nutre y forja su malestar social, que evidentemente no pasa ni se alimenta por la ideología marxista y/o anticapitalista.
Hoy, casi sin excepción, todas las encuestas apuntan a un triunfo de AMLO….pero además de ello lo que es innegable es su nivel de conocimiento de los sentimientos del pueblo mexicano y del creciente descontento social generalizado que ha percibido en todo el territorio nacional en los últimos 11 años. AMLO sabe que si las elecciones fuesen el día de hoy, ganaría indiscutiblemente. Pero a 5 meses del 1 de junio de 2018, las tendencias electorales pueden cambiar y el fraude electoral irá a fondo para arrebatarle el triunfo que hoy se anticipa y AMLO es plenamente consciente de ello.
De ahí viene su pragmatismo político electoral, pero bien asentado en principios éticos y morales y en una ideología nacionalista democrática, para anular o aminorar la campaña mediática que lo buscan equiparar con Maduro o con Evo Morales, orientada fundamentalmente a sectores del electorado influenciados por medios radiotelevisivos de la oligarquía. De ahí viene también la incorporación de figuras como Alfonso Romo para mandar mensajes de tranquilidad a sectores empresariales que pueden influenciar a franjas de votantes en México. O bien su alianza con el Partido Encuentro Social, pese a su ideología conservadora, contraria incluso a posiciones ganadas a pulso en Morena. En ese pragmatismo político, pero asentado en una sólida ideología nacionalista y democrática y un conocimiento profundo de la historia de México, AMLO tiene claro que entre más amplíe su ventaja porcentual en la preferencia electoral, más complicado será para el PRIANPRD arrebatarle su victoria por la vía del fraude electoral en el 2018.
Lo que está en juego en las elecciones del 2018 es la posibilidad real de frenar y comenzar a revertir el proceso de integración subordinada, recuperando y fortaleciendo la soberanía nacional, particularmente la energética y alimentaria. O de profundizarla hasta convertirla en un hecho irreversible. Las diferencias entre José Antonio Meade y Ricardo Anaya y las coaliciones político electorales que los impulsan son de forma, pero no de fondo. Ambos están más que dispuestos al continuismo en el sometimiento a los dictados del imperio del norte, pero juegan el perverso y traicionero papel de mostrar quién es más servil y sacar provecho de él. Su coincidencia es frenar a como dé lugar a AMLO y servir a los intereses imperiales y oligárquicos que representan.
Con Martín Esparza el SME no tiene futuro y su apuesta es que el PRI permanezca para seguir ocultando los documentos, hoy reservados como confidenciales, que dan cuenta de la traición al SME en la deliberada “negociación“ a la baja del pasivo laboral de 80 mil millones de pesos, que pertenecía a los trabajadores de SME y que canjeo por migajas. Un eventual triunfo del PRI o incluso del PAN le garantizaría el manto de la impunidad para consolidar su proyecto de poder y riqueza personal para ingresar a la reservada lista de dirigentes charros con más de 30 años al frente de sindicatos sometidos. Pero igualmente baja las condiciones del criminal modelo neoliberal el futuro del SME y de sus trabajadores, cooperativistas, jubilados y pensionados es incierto pues implica un porvenir con trabajo precario, temporal y parcial y pensiones y jubilaciones recortadas, mutiladas y convertidas en deuda pública. De ahí la necesidad de que los electricistas de manera organizada nos comprometamos, apoyando, promoviendo y defendiendo el voto por MORENA y AMLO en el 2018.
Si el PRI o el PAN ganan permanecerán en el poder por lo menos hasta el 2030, AMLO lo sabe muy bien, pero su tiempo político se agota. De ahí su pragmatismo justificado para asegurar la victoria. El proceso de integración subordinada al imperio del norte avanza casi inexorablemente y salvo MORENA y AMLO no hay fuerza capaz que se le oponga. El incansable Peje se merece ganar y el Pueblo y las circunstancias nacionales internaciones que México enfrenta requieren un presidente como AMLO, no hay de otra. MORENA se consolidaría como Movimiento-Partido constituyéndose en primera fuerza política a nivel nacional, abriendo un espacio político social hasta hoy insospechado para la organización del llamado poder popular y de un bloque social de los oprimidos en México.