El holocausto como industria y justificacion de la masacre de los palestinos

Por Renán Vega Cantor | Rebelión

 «Tengo muchos amigos cuyas voces fuertes podrían escucharse en medio mundo, que hubieran querido y sin duda siguen queriendo expresar su indignación por este festival de sangre, pero algunos de ellos confiesan en voz baja que no se atreven por el temor de ser señalados de antisemitas. No sé si son conscientes de que están cediendo -al precio de su alma- ante un chantaje inadmisible». Gabriel García Márquez (1982).

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 Regeneración, 4 de agosto 2014.-El llamado Holocausto suele justificar el genocidio sin pausa a que es sometido el pueblo palestino por parte del Estado de Israel desde hace décadas y que se acentúa en estos momentos con la masacre institucionalizada en Gaza, la cual cuenta con el patrocinio del imperialismo estadounidense, sus lacayos europeos y los miembros de ese conjunto de truhanes que se autodenomina “comunidad internacional”. El Holocausto se esgrime como justificación de la pretendida necesidad de Israel de defenderse de todos los “antisemitas” que quieren destruirlo y para evitar que se vuelva a repetir el exterminio de los judíos. Nada indica que algo parecido esté ocurriendo, puesto que en realidad lo que se observa es la sistemática destrucción del pueblo palestino por parte de los “herederos del Holocausto”, que utilizan procedimientos similares a los del nazismo, tales como la construcción de guetos, la limpieza étnica, la “solución final”, la tortura y asesinato a mansalva de niños, mujeres y jóvenes con todo el poder de fuego con el que cuenta ese Estado canalla que es Israel. Sin embargo, tanto el Estado de Israel como sus voceros mediáticos y académicos y sus poderosos lobbies en varios lugares del mundo (Estados Unidos, Francia, Argentina, entre los más conocidos) suelen recurrir por anticipado al Holocausto para justificar sus crímenes y para dotarse a sí mismos de una “licencia” para masacrar a los palestinos y proclamarse como dueños “naturales” por un supuesto dictamen religioso de tipo divino, de las tierras que les han arrebatado a sangre y fuego.

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Un ejemplo de lo que es el imperialismo cultural y su funcionamiento como una máquina bien aceitada nos la proporciona el tema del Holocausto (con mayúsculas) que hace referencia al exterminio de los judíos durante la Segunda Guerra Mundial por parte del nazismo. En el imaginario cotidiano de la gente en distintos lugares del mundo, la Segunda Guerra Mundial está quedando reducida sólo a este exterminio, sin considerar la persecución y el asesinato de gitanos, homosexuales, discapacitados y opositores políticos, comunistas y revolucionarios al régimen hitleriano, ni los millones de rusos y de habitantes de otros pueblos que murieron combatiendo la expansión de las hordas del nacionalsocialismo por Europa.

Que la Segunda Guerra Mundial se asocie exclusivamente a los judíos y al Holocausto se debe a que este ha sido convertido en una poderosa industria, de índole cultural y económica. Al decir esto debe dejarse en claro que no se está negando la masacre de judíos en Alemania y en otros sitios de Europa después del ascenso de Hitler al poder en 1933. No, lo que se está señalando es que en virtud de circunstancias muy particulares, que enseguida mencionamos, una masacre se convirtió en el Holocausto y ha sido considerada como la peor acción criminal de la historia. ¿Por qué no hay celebraciones para los 25 millones de rusos que perdieron la vida durante la Segunda Guerra Mundial o para los gitanos que fueron exterminados en esa misma guerra? ¿Por qué nadie habla del genocidio del pueblo armenio a manos de los turcos en 1915-1916? ¿Por qué no hay museos dedicados a la memoria de los millones de indígenas y afrodescendientes que fueron exterminados durante la conquista europea que se inició en el siglo XVI? ¿Por qué no se recuerda a los 10 millones de muertos congoleses en un lapso de apenas 20 años (1890-1910) por los ocupantes belgas?

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Que el Holocausto se haya impuesto como un hecho único en la memoria del mundo se ha debido a una muy bien orquestada y organizada acción del lobby judío en los Estados Unidos. La palabra holocausto que proviene del griego (holo: “todo”, y caustos: “quemado”), empezó a usarse con mayúsculas después de 1967, una fecha para nada accidental, pues fue el año de la guerra de los seis días, cuando el estado de Israel ocupó a sangre y fuego los territorios palestinos de Gaza y Cisjordania.

Norman Finkelstein ha escrito un libro en el que estudia la forma como se constituyó la industria del Holocausto, señalando como en la década de 1950 nadie en los Estados Unidos hablaba del asunto ni muchos menos utilizaba dicho término [1]. Esto tiene una explicación de índole geopolítica, relacionada con las alianzas de Estados Unidos durante la Guerra Fría, en las cuales Alemania desempeñaba un papel importante. Por esta circunstancia, en Estados Unidos nadie estaba interesado en denunciar los crímenes de los alemanes contra los judíos –salvo los judíos de izquierda, cuyas voces fueron minimizadas o acalladas–, ya que el gobierno estadounidense debía mantener sus nexos cercanos con su aliado alemán y las elites judías no estaban interesadas en hurgar en ese tema, hasta el punto que Congreso Mundial Judío y la Liga Anti-difamación ayudaron a contener la “ola anti-alemana” que imperaba entre los judíos de los Estados Unidos.

Esta actitud cambió luego de finalizada la guerra de junio de 1967, cuando Estados Unidos muy impresionado por la victoria de Israel sobre los países árabes decidió convertirlo en un aliado estratégico en el oriente medio. De repente, que coincidencia, apareció en el panorama el asunto del Holocausto, el cual rápidamente se convirtió en una verdadera industria, para justificar tanto la política criminal del estado de Israel contra sus vecinos, en primer lugar los palestinos, como para respaldar la alianza entre el estado sionista y el imperialismo estadounidense. En este proceso, la construcción del Holocausto se convirtió en una excusa para deslegitimar de entrada cualquier crítica dirigida a los judíos y en especial al estado de Israel, respaldando la pretensión que los judíos son un pueblo elegido.

En concreto, quienes más han sentido el Holocausto son los palestinos, puesto que en Estados Unidos los sionistas han explotado hasta el extremo la persecución nazi para ocultar y justificar los crímenes que el Estado de Israel viene realizando contra los palestinos desde 1948, y que se efectúan sin pausa en forma cotidiana, porque en “tiempos normales” cada semana son asesinados dos niños palestinos.

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Como cualquier industria, la del Holocausto necesita producir a diario para mantener su rentabilidad. Y eso es lo que efectivamente sucede, pues todos los días se ponen en escena películas, series de televisión, programas de radio, se publican libros, revistas y propaganda alusiva al hecho. Hasta tal punto ha adquirido importancia el tema que en los propios Estados Unidos es más nombrado el Holocausto que el ataque de Pearl Harbor o el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima o Nagasaki. En las universidades se han creado cátedras especiales sobre el Holocausto y en 17 estados se dictan cursos escolares sobre el asunto.

Los grandes periódicos y medios de comunicación, usualmente controlados directa o indirectamente por el lobby judío, no dejan pasar un día sin difundir alguna noticia o historia relacionada con el Holocausto. Las editoriales de Estados Unidos han publicado más de 10 mil libros sobre el asunto, la mayor parte de ellos verdaderas patrañas intelectuales, sin ningún rigor, seriedad, ni coherencia analítica. Esto hasta tal punto es cierto que, a pesar de que ya han transcurrido 70 años desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, en lugar de disminuir los sobrevivientes del Holocausto, estos aumentan sin cesar con el paso del tiempo. Esto tiene una explicación económica, vulgarmente económica, porque la aparición de nuevos sobrevivientes se convierte en una forma de presión para que Alemania, Suiza y eventualmente otros países europeos se comprometan a pagar millonarias indemnizaciones, no a quienes sufrieron en carne propia, sino a los representantes del poderoso lobby judío de los Estados Unidos. Con esta perspectiva, el genocidio nazi ha sido convertido en un negocio, en una especie de casino de Montecarlo, en el que los industriales del Holocausto amasan cuantiosas ganancias: en 1997, Suiza entregó 1.250 millones de dólares y el Congreso Mundial Judío, con sede en los Estados Unidos, había recibido hasta fines de la década de 1990 la fabulosa suma de siete mil millones de dólares. Lo significativo estriba en que “una parte importante de los sobrevivientes del Holocausto nunca ha visto ni un dólar de ese dinero, porque lo cobran las organizaciones judías que gestionan las reparaciones económicas ante los Estados europeos involucrados”. Por esta razón, “muchos de sus dirigentes son verdaderos gánsteres y sinvergüenzas profesionales que deberían estar en la cárcel”, puesto que el exterminio en los campos de concentración “fue utilizado por los dirigentes israelíes en el último cuarto de siglo como instrumento para un chantaje moral y político, pero en tiempos más recientes también para el chantaje financiero” [2].

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El Holocausto no sólo se ha convertido, como vimos, en una prospera industria sino también en una arma ideológica de dominación imperialista porque el victimismo étnico de que han hecho gala los judíos, de Estados Unidos y del Estado de Israel, ha servido para presentarlos ante la faz del mundo como “mansas ovejas” que han sido y siguen siendo víctimas de todos los “antisemitas” del mundo, empezando por los palestinos. De esta manera, se invierte la historia y los palestinos –torturados, masacrados, asesinados y perseguidos por el estado de Israel desde 1947- aparecen como los agresores de los “pacíficos” sionistas. Así mismo, al elevar el Holocausto al nivel de crimen único se niegan y ocultan todos los otros genocidios que se han cometido, y que se cometen en estos momentos en diversos lugares del mundo, como si el resto de la humanidad que sufre no tuviera derecho a que sus sufrimientos fueran dignos de consideración. Como bien lo dice Finkelstein: “A la vista de los sufrimientos de los afroamericanos, los vietnamitas y los palestinos, el credo de mi madre siempre fue: ‘Todos somos víctimas del holocausto’” [3].

 

Notas

[1]. Norman Finkelstein, La industria del Holocausto. Reflexiones sobre la explotación del sufrimiento judío, Siglo XXI de España Editores, Madrid, 2002.

[2]. Norman Finkelstein, La Jornada, septiembre 12 de 2004.

[3]. N. Finkelstein, La industria del Holocausto, p. 13 (Énfasis nuestro).