Ahora, como ocurriera en el mismo escenario con la masacre de Charlie Hebdo, vuelven a sentirse las tan repetidas consideraciones hipócritas. Todos a la vez, los mandamases europeos prometen más medidas represivas, más censura, más fabricación de armamento para alimentar intervenciones bélicas. Juran que “hoy somos Francia”, en vez de prometer ante las víctimas: “Nos iremos de la OTAN”. Con esas y otras actitudes similares dejan al descubierto que junto con los asesinos de un yihadismo que no representa de ninguna manera al Islam, ellos -los Hollande, Sarkozy, Rajoy, Merkel y quienes los auspician desde el Pentágono, son los principales responsables de estas acciones bárbaras. Las han alimentado persiguiendo hasta el cansancio a los musulmanes de la periferia de Paris y las diversas ciudades francesas, negándole el uso de recintos para hacer sus oraciones o generando allanamientos en las mezquitas donde era común practicar pacíficamente su derecho al rezo. Allí están como ejemplo esas leyes que prohiben desde 2011 el uso del velo y también la pollera islámica y la burka en los espacios públicos, no obligando de la misma manera a ciudadanos franceses que comulgan con el judaísmo. Segregando al mundo islámico y exibiéndolo ante la sociedad francesa como “el enemigo”, de la misma manera que Israel hace con los palestinos desde hace más de seis décadas.
No es misterio para nadie y menos para los devaluados Servicios de Inteligencia francesa, que muchos de los humillados, desempleados y perseguidos por leyes draconianas y racistas que habitaban en la “Banlieue” parisina, fueron cooptados primero por el Frente Al Nusra y luego directamente por el ISIS para que sean parte de la experiencia de sembrar el terror en Siria e Iraq y lo más paradójico es que salieron desde el territorio francés en numerosas ocasiones con el visto bueno de un gobierno que los sintió como sus “soldados de avanzada”. En ese momento, las masacres que esos mercenarios producían en Mossul, Raqqa, Aleppo, Homs o en Palmira, no preocupaban a Sarkozy ni tampoco a Hollande. Eran “daños colaterales” lejos de la comodidad parisina que hasta ese momento parecía blindada, inviolable. Tampoco dijeron nada importante del atentado sangriento cometido esta semana en El Líbano y seguramente muy festejado en Tel Aviv o en la Casa Blanca, ya que en esa ocasión la matanza ocurría en un barrio controlado por Hezbolah. En este caso, los muertos eran tan árabes como los palestinos asesinados en estos días en Cisjordania o en Gaza, cuyos nombres no cuentan para los grandes medios, como tampoco el dolor de sus familiares o las imágenes dantescas de sus viviendas arrasadas. Eso no tiene más que un nombre: doble rasero, praxis mentirosa, odio al diferente.
Lo que ahora a ocurrido en París tiene también otra explicación no menos importante. En los últimos meses en el escenario sirio ha ocurrido un hecho que cambió la relación de fuerzas. Rusia decidió intervenir, al rescate de un gobierno y un pueblo asediados por el terror, y lo hizo a su manera, logrando éxitos inmediatos en la lucha contra el ISIS y demostrando que todas las acciones anteriores, propagandizadas por la OTAN y Estados Unidos, habían sido una farsa gigantesca. Golpeado en sus bases principales, destruidos muchos de sus almacenes de armamento y sintiéndose traicionados por quienes los arroparon desde Arabia Saudí, Turquia y los países occidentales, muchos de los mercenarios optaron por retornar a sus sitios de origen, entre ellos los europeos. Tanto es así, que ese “retorno” fue anticipado por algunos analistas franceses, quienes aseguraban que “ahora el peligro puede estallar a nuestros propios pies”. De eso se trata precisamente esta repudiable venganza yihadista, que más allá del falso llanto de quienes los gobiernan, debería ser un llamado urgente para que la sociedad francesa, como otras del continente europeo, se decidan a interpelarlos, y exigirles que abandonen sus ideas expansionistas, injerencistas y autoritarias. Que cesen los comportamientos xenófobos, como los que a pocas horas de ocurrir estos atentados, ya han generado el incendio de un campo de inmigrantes refugiados en Calais. Que miren a quienes huyen de las guerras provocadas por la OTAN, como hermanos y no como enemigos. Que se vuelquen a comportamientos humanitarios y no busquen excusas donde sólo hay hombres y mujeres que quieren ser tratados como tales y no como ciudadanos de segunda clase. Quizás, estas circunstancias marcadas por el dolor, puedan servir de punto de inflexión para buscar un punto de inicio diferente. Si esto no ocurriera, como parece probable visto lo visto, nadie, absolutamente nadie tendrá derecho a preguntarse, cuando el horror se repita: “¿Por qué a nosotros…?