Las tensiones entre China y Vietnam no son nuevas. Hoy día, la pugna marítimo-territorial y sus implicaciones energéticas y estratégicas ensombrece un entendimiento que a priori se plantearía fácil a la vista de la relativa identidad de proyectos y sistemas que lideran los respectivos gobiernos. Lo cierto es que en los últimos tiempos se han multiplicado los esfuerzos por atemperar y evitar los conflictos. La última crisis, en 2014, ofreció un balance desolador (con numerosas fábricas y explotaciones chinas saqueadas e incendiadas) tras conocerse un plan del gigante asiático para instalar una plataforma petrolera en aguas disputadas.
China y Vietnam completaron recientemente una nueva misión de patrulla conjunta por una zona pesquera común del golfo de Beibu, iniciativa en marcha desde 2006, coincidiendo con la visita de Zhang Dejiang, el número tres chino, a Hanoi. El intercambio de visitas al máximo nivel es moneda común y ambas partes confían en que ese diálogo pueda dar resultados no solo superficiales. No es fácil.
Tras el giro de Filipinas con el nuevo gobierno de Duterte y la victoria de Donald Trump en EEUU, el escenario sugiere un nuevo enfoque en la región. De confirmarse las proclamas del magnate estadounidense, nos hallaríamos ante el fin del Pivot to Asia que lideró la ex secretaria de Estado Hillary Clinton. En dicho marco, Washington confiaba mucho en la capacidad para establecer una alianza con un Hanoi que no veía con malos ojos la presencia militar de su antiguo enemigo para mantener el equilibrio regional y hacer ver a China que la política de hechos consumados no es la mejor. Ahora se especula con la disposición de Trump a dejar que Asia se desvíe hacia una hipotética hegemonía china dejando en el aire los acuerdos de defensa mutua con sus aliados. Trump podría priorizar el entendimiento estratégico con Beijing sobre otras colaboraciones bilaterales.
Beijing y Hanoi comparten unas relaciones económicas y comerciales importantes. También políticas. Pero la sombra estratégica que les separa es alargada. Esto explica, entre otros, la adhesión de Vietnam al TPP o Acuerdo Transpacífico, ahora también de incierto futuro tras las críticas dispensadas por Trump, que lo calificó de puro desastre. De confirmarse, se renunciaría así al intento de determinar las normas comerciales de la región adelantándose a Beijing y a su Asociación Económica Regional Amplia (RCEP, siglas en inglés), tal como pretendía Obama.
Ni Hanoi ni Beijing dejarán de prestar atención a los nuevos humos que emanen de la Casa Blanca. Quizá las cosas no cambien finalmente tanto como ahora se sugiere. No obstante, a ambos compete un esfuerzo compartido y constructivo para definir un nuevo equilibrio en su relación que tenga en cuenta los respectivos intereses centrales. Al margen de las conveniencias de terceros.
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política China
Artículo publicado en Rebelión