Es una lástima que la oposición que se dice de izquierda no se haya unido para esta próxima elección, pero no debería extrañarnos que así esté ocurriendo, ya que no se defienden principios, apenas distinguibles unos de otros, sino cuotas de poder
Por Octavio Rodríguez Araujo
independiente) y Óscar González (PT). Los más conocidos son Alfredo del Mazo, Josefina Vázquez Mota y Delfina Gómez, en este orden, pero de quienes los conocen, el mayor porcentaje de opinión buena se lo lleva Delfina Gómez, por muy poco margen sobre Del Mazo. La preferencia electoral, finalmente, se inclina por Morena y su candidata (24.4), seguido por PRI y su abanderado apoyado también por el Verde, Panal y PES (23.6). Otra empresa, Indicadores SC, levantó una encuesta entre el 18 y el 20 de mayo, y ofreció como resultados 37.4 por ciento a Delfina Gómez-Morena y 26.3 por ciento a Del Mazo-PRI (publicada en Contralínea.com.mx, el pasado 26 de mayo). Morena publicó a plana entera de La Jornada (29 de mayo) otra encuesta de Indicadores SC con resultados diferentes: Gómez-Morena 36.6 y Del Mazo-PRI 25.4. Este segundo sondeo fue levantado, según nota de Zócalo, entre el 25 y el 27 de mayo. De una a otra, los porcentajes en favor de los dos contendientes sobresalientes disminuyeron, y parece que se debió a que los demás candidatos subieron su puntaje, aunque fuera por unas cuantas décimas.
Otras encuestadoras, además de las mencionadas, dan más peso al candidato del PRI y sus tres aliados, pero para mí son poco confiables, salvo quizá la de Reforma, que apenas el 31 de mayo nos presentó su último sondeo. En éste, Delfina Gómez está arriba de Del Mazo, quien es mayoritariamente calificado de corrupto y mentiroso. Y si los únicos candidatos fueran la de Morena y el del PRI, la primera ganaría de calle. El empate virtual de ambos aspirantes se puede romper con el voto útil, ya que 75 por ciento de los mexiquenses piensa que debe cambiar el partido en el gobierno.
Con base en las encuestas, la declinación del candidato del PT, Óscar González, en favor de Delfina Gómez no debiera ser significativa en número de votos, pero sicológicamente puede influir en el estado de ánimo de los votantes del Edomex. Si Zepeda, del PRD, declinara también, Morena sin duda ganaría, pero no tengo elementos para suponer que el perredista pudiera declinar (estoy escribiendo estas líneas el 31 de mayo).
Me parece sintomático que el PRI, en un estado donde no ha perdido una sola elección de gobernador desde hace casi 90 años, no sólo se haya visto precisado a formar alianza con tres partidos más (¿signo de debilidad?), sino a hacerse visitar, con acompañamiento de fanfarrias, por varios secretarios del gobierno federal con sus respectivas bolsas de regalos sobre el hombro. Estos funcionarios, que no deberían intervenir en el proceso electoral de un estado soberano, han querido demostrar a los mexiquenses que no sólo apoya al PRI el gobierno estatal, sino el federal, encabezado, por cierto, por gente del llamado grupo Atlacomulco. Este desplante y dicha intervención del poder federal pueden dar resultados engañosos, pues Peña Nieto no es precisamente el presidente más popular que haya tenido el país en muchos años, pero, además, todo mundo sabe que está por terminar su administración y que el PRI difícilmente ganará el relevo de 2018. El síndrome de Calderón y el PAN parece repetirse ahora con Peña y el PRI; es decir, el desprestigio del presidente se transfiere a su partido, ¡qué duda cabe!
No he dicho ni insinuado que los resultados en la elección del 4 de junio en el estado de México sean un presagio de lo que ocurrirá en los comicios para el cambio de poderes federales del año que entra, pero si pierde el PRI y gana Morena, el significado electoral deberá ser tomado en cuenta. No es casualidad que todos los reflectores políticos estén dirigidos al Edomex y no a Coahuila, Nayarit o Veracruz, por importantes que sean sus electores también. Lo que se juega en la entidad circunvecina de la capital del país es si el PRI se mantiene como primera fuerza política o le pasa lo mismo que con Roberto Madrazo como candidato presidencial en 2000. En realidad no tendría que decirlo yo o cualquier otro analista, lo demuestra el mismo partido con la movilización de todos los recursos a su mano (incluyendo la nefasta Antorcha Campesina): es obvio que no quiere perder el estado de México porque los priístas saben que si así ocurre no se levantará de la lona ni con un milagro.
Es una lástima que la oposición que se dice de izquierda no se haya unido para esta próxima elección, pero no debería extrañarnos que así esté ocurriendo, ya que no se defienden principios, apenas distinguibles unos de otros, sino cuotas de poder, por lo que ningún partido o sus dirigentes salen bien librados del inevitable pragmatismo que los distingue y que parece determinar sus alianzas o los apoyos que otorgan o aceptan.