Gustavo Gordillo/I/La Jornada*
Tenemos una democracia deforme, insatisfactoria, coja. Pero democracia al fin. ¿Es suficiente? ¿Para qué?
La rabia se desenvuelve en diferentes espacios de la sociedad mexicana. Lo mismo en zonas de alto riesgo que en territorios que gozan de relativa seguridad. Afecta a regiones de rápido crecimiento, así como a bolsones de estancamiento. Se trasmite al interior de instituciones en los tres poderes y en los órganos cada vez menos autónomos.
Ha sido incubada en los tres partidos principales y se expresa espasmódica en escisiones, declaraciones altisonantes, actos gansteriles y pactos subterráneos. Abunda el fuego amigo.
Las cínicas muestras de privilegios se toleran mucho menos que en el pasado y hechos horripilantes que apenas habían merecido débiles protestas se convierten en explosiones de descontento.
A pesar de esta lista impresionante, la rabia se expresa en movilizaciones reales y virtuales masivas, pero que involucran a un porcentaje pequeño de la ciudadanía.
Más importante aún, los canales de mediación y canalización de conflictos están azolvados. Uno, los sindicatos han casi dejado de existir desde finales de los ochentas. Hay explosiones obreras y sindicatos nacionales que aceptan mendrugos siempre privilegiados por sus miembros, y movimientos de confrontación permanente que partieron siendo sindicatos. Los partidos están todos muy desprestigiados. Muchas ONG han sido canal para expresar agravios específicos, pero no para orientar movilizaciones hacia resultados que las consoliden o las permitan institucionalizarse. Al contrario algunas franjas de los activistas sociales se imaginan una sociedad en permanente movilización.
El pacto de los tres partidos mayores desarrollado a mediados de las década de los 90 para alzar barreras al registro de nuevos partidos permite que sólo aquéllos que recurren al clientelismo puedan acceder a registros generalmente teñidos de sospecha cuando no de ilegitimidad.
La capacidad de los gobiernos federal y estatales de las últimas dos décadas para negociar y canalizar conflictos sociales se mueve intermitentemente entre la amenaza del garrote, las represiones selectivas, los intentos de cooptación y la entrega de franjas territoriales o sociales a la ilegalidad en sus distintas expresiones.
Parece entonces que, como señaló Cossío Villegas, hemos alimentado nuestra marcha democrática bastante más con la explosión intermitente del agravio insatisfecho que con el arrebol de la fe en una idea o una teoría.
Este momento crítico gira alrededor de cuatro ejes.
La crisis económica acicateada con la caída del precio del petróleo se desvela en toda su magnitud.
Una profunda crisis de representación que se expresa sobre todo en el deterioro del sistema de partidos.
Iguala, además de escenificar un crimen execrable, es la expresión plástica de una profunda y larvada crisis del sistema de justicia.
La magnitud de cada una de las tres crisis se multiplica con la ausencia de un puente mínimo de confianza de los ciudadanos frente a las autoridades sean o no gubernamentales.
Lo más dramático es la situación actual donde se tiene un Estado debilitado y una sociedad fragmentada. Para esta coyuntura tenemos que pensar, proponer y negociar posibles caminos de solución que eviten la retórica pero también el cinismo. El desencanto, que es mucho, genera la rabia y ésta a su vez conduce a callejones sin salida.
En mis siguientes entregas abordaré cuatro temas que hoy son relevantes y que se refieren a cada uno de los ejes del deterioro actual. El estancamiento económico y la discusión sobre el presupuesto base cero. Las elecciones de junio y el sistema de partidos. La seguridad humana y los gobiernos locales. La discusión sobre privilegios y corrupción.
En todos los casos el trasfondo es la clara fractura entre las élites y las distintas formas de expresiones ciudadanas.
México, Regeneración, 11 de abril del 2015. Fuente: La Jornada. Foto: ondacultural.org
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