Los «eco-muros» -bautizados así por sus creadores, Joana Grisell Gómez y Víctor Hugo Amaya- reducen en un 50 % el coste económico de las construcciones con ladrillo convencional y aumentan en un 90 % su resistencia.
14 de mayo de 2015.-Dos estudiantes de enseñanza secundaria de la Ciudad de México han ganado la medalla de oro en la Olimpiada Internacional de Proyectos Medioambientales, celebrada en Mombasa (Kenia), gracias a un diseño de muros para viviendas hechos con bolsas de patatas fritas y envases de zumo.
Los «eco-muros» -bautizados así por sus creadores, Joana Grisell Gómez y Víctor Hugo Amaya- reducen en un 50 % el coste económico de las construcciones con ladrillo convencional y aumentan en un 90 % su resistencia.
De paso, contribuyen a vaciar los contenedores de plásticos PET y otros derivados del petróleo altamente dañinos, procesados químicamente por estos estudiantes del Centro Universitario de México hasta lograr un innovador material de obra.
Su trabajo les ha hecho vencedores de la categoría de Diseño Ambiental en la Golden Climate 2015, competición a la que concurrían otros 117 trabajos procedentes de 22 países.
«La idea surgió hace dos años y medio, cuando se nos planteó la pregunta de qué hacer con el material inorgánico que separábamos en las papeleras de nuestra escuela, repletas de envoltorios de patatas fritas, de galletas o de envases de zumos», recuerda Joana en declaraciones a Efe.
Inicialmente, experimentaron para elaborar un barniz con unicel (espuma de poliuretano) y acetona, pero el resultado, un material comprimido y muy resistente, les indujo a estudiar la fabricación de ladrillos.
Tras múltiples ensayos con materiales plásticos, fibra de coco y reactivos químicos, obtuvieron un bloque compacto y de inusitada dureza.
Sometido a la prensa hidráulica, el «eco-bloque» aguantó una presión de 19 toneladas por metro cuadrado, frente a las 10 toneladas del ladrillo clásico.
«Además no se rompe ni arrojándolo desde el último piso, solo se deforma. Aguanta situaciones verdaderamente extremas», apostilla Amaya.
Los responsables del proyecto, guiados por su profesor, Julián Náder, pensaron que este material resultaría idóneo para abaratar los costes de las viviendas sociales que se construyen en su país, que suelen tener una superficie de 39 metros cuadrados.
Sin embargo, un grupo de arquitectos les preguntó cómo pensaban unir los ladrillos, puesto que el cemento no servía para esta mezcla.
Su respuesta fue convertir los ladrillos en muros que únicamente requirieran de canaletas para su ensamblaje, reforzados posteriormente con una maya electrostática, yeso y pintura impermeable e ignífuga.
Una vivienda social de las citadas dimensiones y de ladrillo convencional, con instalación de gas, electricidad y agua, tiene un coste medio de 350.000 pesos mexicanos (unos 22.000 dólares).
Con su propuesta de muros ecológicos, la misma vivienda costaría 175.000 pesos (unos 11.200 dólares).
Ya en plena competición y defensa de su proyecto, llegaron otros «peros» por parte de los jueces, resumidos en el temor hacia una casa con paredes de compuestos inflamables.
«Están forrados de yeso y recubiertos de pintura retardante. En realidad tienen menos probabilidades de sufrir un incendio que las construcciones habituales «, argumentan los autores, cuyos pruebas científicas terminaron por convencer a un jurado que les declaró vencedores.
Grisell y Amaya exponentes de una generación que incluye el cuidado del medio ambiente entre sus preocupaciones, regresan a su país con la esperanza poder patentar y desarrollar un producto «hecho de pura basura».
(EFE)