Exorcizar a Zapata

Todavía hoy múltiples actores (académicos y no académicos), cometen el tropiezo involuntario e irreflexivo de seguirle llamando “caudillo” a Zapata

EMILIANO ZAPATA

Por Ángel González Granados

Regeneración, 13 de enero, 2019. El 10 de abril se conmemoran 100 años del asesinato de Emiliano Zapata. Fue líder revolucionario y general del Ejército Libertador del Sur, uno de los cuerpos militares populares más grandes que la historia de las luchas han visto en el continente americano.

Todavía hoy múltiples actores (académicos y no académicos), cometen el tropiezo involuntario e irreflexivo de seguirle llamando “caudillo” a Zapata. Son involuntarios esos errores porque no se tiene la costumbre rigurosa de relacionar el nombre con la cosa. Ser caudillo entre otras cosas significa un ejercicio del poder vertical que combina la dominación de carácter legal y la dominación carismática, enmarcado en transformaciones políticas empujadas a nivel macro (Brewster, 2010). El caudillo en su trasfondo contempla un líder fuerte, su raíz etimológica proviene del latín caput que significa cabeza y en sus acepciones modernas incluso se le asocia a una figura masculina potencialmente violenta que idolatra los valores de la gente común (Mudde y Kaltwasser, 2014). El ejercicio de poder vertical del caudillo implica nutrir su poderío a partir, sobre todo, de dinámicas clientelares, es decir, el intercambio de favores, bienes y servicios a cambio de apoyo y lealtad (Trotta, 2003). El caudillismo sería el extremo opuesto de las instituciones democráticas, pues la forma de operar de los caudillos es empleando su puesto y el aparato de gobierno para su ganancia personal (Castro, 2008).

¿Qué tanto Zapata se convirtió en un líder vertical alimentado por patrones clientelares y opuesto a las instituciones democráticas?

Podemos responder con toda claridad que ni en su etapa como líder local ni en su etapa como general del Ejército Libertador del Sur explotó herramientas clientelares. Tampoco se colocó en el área de oposición a las instituciones democráticas. Al contrario, como dijera Adolfo Gilly en el clásico “La revolución interrumpida”, las masas crearon a Zapata y le transmitieron su intransigencia revolucionaria. Zapata se erigió como síntesis de la rebelión de los pueblos contra las haciendas.

Por eso es importante al día de hoy exorcizar a Emiliano Zapata. Desde 1992, Luis Villoro llamaba a no prescindir del concepto de “revolución”. Ese concepto tiene familiaridad con Zapata, no es así con el mote con el que se le relaciona con mayor continuidad, el de caudillo. El funcionamiento del máximo órgano revolucionario del Ejército Libertador del Sur, el Cuartel General, y su constelación de liderazgos regionales y locales dan cuenta de la acción revolucionaria del zapatismo. También lo hacen las discusiones durante la Convención Revolucionaria. Pero sobre todo la forma en que los zapatistas desarrollaron su revolución, la revolución del sur.

Como ejemplo sirve la influencia de los zapatistas en la nacionalización de la tierra, la evolución de la acción revolucionaria de “tomar tierras”, respaldados por las comunidades armadas, hasta su transformación en un derecho sujeto a campesinos y sus colectivos, fijado en el Plan de Ayala.

Exorcizar a Zapata en estos días de nuevos liderazgos políticos significa entender que hay formas distintas de ejercer el poder: de manera autoritaria, para beneficio propio, de manera democrática y para beneficio de todas y todas.

La conversión de Zapata en hombre ejemplar, no debería de pasar por seguirlo considerando caudillo, pues ni siquiera lideró clientes ni un pueblo quieto y estático. Zapata fue líder de un pueblo rebelde y de una forma de ejercer el poder colectivamente, de construir la revolución a partir de lo que Salvador Rueda Smithers llamaría, la “guerrilla familiar”. Emiliano Zapata se constituyo como líder revolucionario y no como caudillo porque la fuente de su poder eran las comunidades que apoyaron al zapatismo fundadas muchas de ellas en la tradición campesina.

En términos del sociólogo Michael Löwy, podríamos decir que Emiliano Zapata lideró un pueblo que destruyó relaciones antiguas opresivas y creó concienzudamente, racionalmente, otras nuevas (Löwy, 1978).

Ubicados en la actualidad pueden surgir ideas y preguntas pertinentes a propósito de la relevancia del liderazgo de Emiliano Zapata: ¿Quiénes o quién representan los intereses colectivos ahora? ¿Necesitamos de la guía de un líder? ¿Es posible destruir relaciones opresivas y crear nuevas sin una revolución?

Por lo pronto que los 100 años de la muerte se Zapata sirvan como pretexto para conocer mejor nuestra revolución y sobre todas las cosas nuestra condición actual y las limitaciones o virtudes que existen para transformarla.

Termino con un pequeño párrafo del “Acta de ratificación del Plan de Ayala” emitida en 1914:

CONSIDERANDO: que la Revolución debe proclamar altamente que sus propósitos son en favor, no de un pequeño grupo de políticos ansiosos de poder, sino en beneficio de la gran masa de los oprimidos, y que, por tanto, se opone y se opondrá siempre a la infame pretensión de reducirlo todo a un simple cambio en el personal de los gobernantes, del que ninguna ventaja sólida, ninguna mejoría positiva, ningún aumento de bienestar ha resultado ni resultará nunca a la inmensa multitud de los que sufren.