Parte de ese arsenal bien aprendido era la exhibición de afanes rupturistas. Algunos despistados pensaron que se lanzaba fuerte y en serio en contra del monopolio, especialmente el televisivo; dio la impresión de que aspiraba a emanciparse de la tutela de esa matriz empresarial y mediática que lo gestó y apapachó a lo largo de años, que le dio perfil de producto comercial, que le inventó un arrastre popular, que lo infló a punta de encuestas falseadas, que le sirvió de casamentera y que lo presentó como un aspirante sólido al primer cargo de la nación.
Dicen que la ruptura con el padre (o padrino) político va en serio. Y parecía que habría de ocurrir otro tanto con la madre mediática. Pero no: la exhibición de afanes rupturistas ante ella quedó sólo en eso: en exhibición y apariencia. Tras meter a la mayor parte de la clase política al emocionante redil de las demoliciones constitucionales y de cosechar aplausos incluso de voces siempre críticas por lo que parecía una determinación precisa de acotar y segmentar el poder omnímodo de la hidra televisiva; después incluso de una declaratoria de preponderancia que parecía una seña desconsiderada y grosera, ahora pretende restituir, aumentado, todo lo que iba a quitarle: horizontes de negocios, control hegemónico, contraprestaciones, impunidad.
Ahora, por medio de la ley secundaria, busca dejar a la madre en la más ventajosa de las posiciones ante las autoridades, ante la ley, ante la sociedad y ante la competencia: refrendos regalados, instituciones reguladoras sin dientes, libertinaje publicitario, eliminación de cualquier perspectiva de surgimiento de medios públicos o sociales que le hagan sombra y retraso de un par de años en el tránsito de lo analógico a lo digital a fin de postergar la entrada al ruedo de nuevos actores. Madre: el país es tu casa y sus habitantes, tus hijos. Prosigue sin cortapisas tu tarea educadora.
La única exigencia a cambio de tanto es un poco (más) de sumisión en los contenidos: para eso se busca implantar una potestad de supervisión gubernamental directa, al margen del instituto establecido para normar el ámbito de las telecomunicaciones. No vaya a ser que quede duda de quién es el nuevo hombre de la casa ni de quién manda, ultimadamente, en ella.
La nueva iniciativa contiene también gestos autoritarios hacia el resto del país, como esa simpática amenaza de dejarlo sin Internet por causa de amenaza a la seguridad nacional o pública, amenaza que será determinada, claro, por la propia autoridad gubernamental. Será que, una vez desplazada la figura paterna (la que él ha tenido por tal, porque para la mayoría de la gente el individuo que la encarna es meramente un mafioso de gran longevidad política), se siente con el deber de imponer castigos y dar cinturonazos.
Da la impresión de que en el México de hoy Freud estaría dándose lo que se dice un agasajo, y no sólo por los lapsus de Ernesto Cordero quien lleva, según confesión propia, un pequeño priísta en su interior.
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