El cálculo de las dimensiones del sistema me resultó extremadamente difícil, porque por entonces no tenía la menor idea de electricidad ni era capaz de diferenciar entre un voltio, un watt y un amperio. Tras desechar algunas propuestas leoninas de algunas empresas dedicadas a ese rubro, hice contacto con un equipo de ex trabajadores de LyFC que estaban dispuestos a llevar a cabo la instalación, encontré en Mercado Libre a un proveedor que podía enviarme desde Tijuana los elementos requeridos y me lancé a la aventura. Como lo narré hace tres años, fueron días, noches, semanas y meses de dudas, incertidumbres, incomodidades, gastos de más, cálculos de menos y travesías por las tierras áridas de la ignorancia
. La instalación empezó a funcionar a principios de julio, y para septiembre ya estaba totalmente estabilizada y la casa funcionó como lo había hecho siempre. Ah, y las facturas de la CFE siguieron llegando con los mismos montos que cuando estaba conectado a la red pública.
Dejo constancia de mi agradecimiento a Jonathan Garduño, el hombre que me vendió los equipos y que fue mi guía a distancia y mi paño de lágrimas en las inciertas semanas que siguieron a la instalación inicial, y a Romualdo Rivera y su familia, que se hicieron cargo de subir páneles, soldar estructuras, atornillar, conectar, probar y modificar.
El generar la propia energía, el no preocuparse más por variaciones de voltaje ni por apagones y el ahorrarle cada año al planeta una contaminación equivalente a unos miles de litros de diesel quemado, producen un estado de serenidad difícil de explicar; al mismo tiempo, inducen una conciencia particular sobre las necesidades y los derroches de electricidad, y contribuyen a una reorientación de las actividades hacia lo diurno, no porque uno vaya a quedarse a oscuras en la noche, sino porque mientras menores sean las descargas a las que se somete el banco de baterías, mayor será su vida útil. El único aspecto frustrante de la experiencia fue mi incapacidad para socializarla. Aunque invité a visitar la instalación a buena cantidad de gente –calculo que un centenar de personas–, sólo en un caso alguien se animó a replicar mi experiencia. Como evangelista de la energía solar resulté un fiasco.
La situación cambió en diciembre pasado. En una visita a la red de cooperativas Tosepan, en Cuetzalan, y en el contexto del movimiento en defensa del territorio que se desarrolla en la zona de la Sierra Norte de Puebla para resistir los proyectos de muerte (explotaciones mineras a cielo abierto, instalaciones de alta tensión, hidroeléctricas y otros megaproyectos), empezamos a concebir la vía de la soberanía energética para las comunidades de la región. Los compas que viven allá comprendieron al instante la trascendencia de esta idea y en enero ya estábamos instalando un pequeño generador solar en el campamento que la Asamblea en Defensa de la Tierra puso frente a un predio en el que la CFE pretende construir una subestación, y en junio pasado se inició la instalación de un sistema de páneles en Tosepan Kali, el hotel ecológico de la Tosepan en Cuetzalan.
La red de cooperativas ha sido el protagonista y el motor principal del proyecto. No menciono por sus nombres a los directivos y asesores de la Tosepan que entendieron desde el primer instante la importancia de la propuesta y la asumieron como propia porque no estoy seguro de que quieran ser mencionados. Si leen esto, queridas y queridos compas, sabrán que me refiero a ustedes, así que va mi admiración, afecto y agradecimiento. Jonathan, a quien me vincula un hondo compañerismo desde que me ayudó a instalar los fierros que él mismo me había vendido, se ha entregado al proyecto con una energía y una generosidad invaluables. En el camino nos pusimos en contacto con Abelardo González Quijano, empresario e industrial cuyo centro de operaciones se encuentra en la ciudad de Puebla y que posee una vasta experiencia en energía solar y otros rubros, así como una excepcional visión de conjunto del panorama energético del país y una lucidez combativa sobre la urgencia de emprender una transformación nacional en este ámbito. Abelardo hizo suya la causa y le dio una dimensión y extensión que no nos habríamos atrevido a imaginar. Entre todos hemos ido entendiendo que la revolución energética es posible y necesaria, que no se trata de un mero cambio tecnológico, sino de una apuesta por la organización social y la educación, y que no irá de las ciudades al agro, sino al revés: será el campo la punta de lanza de la transformación.
Ayer hice un mantenimiento mayor a mi banco de baterías. En tres años, ni éstas ni los páneles solares han reducido su rendimiento en forma perceptible (para mi sorpresa) y hace unos meses, aunque funcionaba correctamente, cambié el controlador de carga original, un fierro gringo de precioso diseño, muy caro, ultrasofisticado, hípster a más no poder y mamoncísimo, por un clon hecho en China que cuesta la quinta parte y hace lo mismo, pero mejor. El único sobresalto que he tenido en este tiempo fue cuando el Popo vomitó una lluvia de ceniza y los páneles quedaron cubiertos por una capa de polvo, lo que redujo notablemente su funcionamiento. Bastó con limpiarlos y volvieron a trabajar con normalidad.
El 4 de julio de 2014, les decía, publiqué una columna en la que relataba mi adiós cargado de rencor a la empresa eléctrica de clase mundial
. A la distancia veo que debo trocar el rencor por la gratitud, porque de no ser por ese brutal y corrupto golpe de mano con que el calderonato acabó con LyFC y nos arrojó en las garras de la CFE, y sin los abusos y atropellos cometidos por ésta, no andaría metido en estas aventuras.
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